La promesa
Publicado en May 21, 2009
La promesa De la puerta de la cocina se veía la escalera. La escalera llevaba al cielo. En un extremo de la mesa estaba sentada yo y, tapando parte de la escalera, tal como un obstáculo, ahí, en la otra punta de la mesa, de espaldas al cielo, estaba Jorge, que con su figura imponente, enorme, era lo que me impedía llegar a ver completa la escalera. Su cuerpo grandísimo cubría casi la mitad, tantos eran los escalones que iba a tener que saltar que era seguro…no podría llegar nunca. Eran como nueve por lo menos. Estaba yo entre Jorge y el cielo. A veces, del cielo bajaba Sonia corriendo, despectiva. Se ve que no era tan bueno como se cuenta. En aquella mañana del domingo quince de marzo del dos mil nueve, la escalera que daba al cielo estaba como siempre, paredes blancas a uno y otro costado. Pintadas, mal pintadas, gastadas, curtidas y la ventana de la cocina de la vecina nueva, cercana a mi puerta, bien arriba, lejos del cielo. Los escalones solo eran una construcción de cemento, estrechos y poco profundos. Jorge solía subir al cielo siempre que yo pedía que trajera algo de allá pero, en realidad, sus pies, talla cuarenta y cinco sobraban en los escalones, así que creo que nunca podrá llegar definitivamente al cielo pues me hago la idea que para poder entrar y quedarse los pies deben caber en esos escalones. Sonia y Milu no sé si podrán estar para siempre, ni creo que les preocupe eso, pero ellas suben y bajan. Sonia, todos los días y a cada rato, va y viene, activa, joven, elegante. A Milu, en cambio, le pesan los años, sube con menos frecuencia y baja con la misma lentitud y dificultad que sube. Suben y bajan en sus cuatro patitas gatunas, desperezándose de sus sueños celestiales, sin la menor preocupación. Jorge se ha corrido. Ya puedo acceder a la escalera sin barreras. Un, dos, tres…son dieciocho los escalones o casi. El cielo, en el día del sol, está algo blanco o me parece a mí. Desde acá, ese camino parece muy sencillo, pero está lleno de trampas. Los escalones están desparejos. Además se han cubierto de hongos con el paso del tiempo. Nadie los mantiene limpios. Alguna que otra vez yo los he barrido hace tiempo. Ahora, que ya son casi las diez, se empiezan a iluminar los escalones. En la punta, allá arriba, donde limito el cielo se ve un reflejo luminoso. Es la invitación a ir al cielo con la promesa de poder volver.
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