ANDREA
Publicado en Apr 06, 2010
ANDREA
Era noche ya, y la lluvia comenzó su monólogo de siempre. Salvo por los fugaces destellos de la tormenta, el cielo era como una ventana a la nada. Saliste corriendo con tu hijo de la mano, desafiando a la lluvia a que arreciara. En vano intenté detenerlos, apuraron sus pasos con determinación, casi divirtiéndose. Cerré la puerta de mi casa y me quedé meditando sobre los muchos recuerdos que poblarán la memoria de tus hijos. Pudiste ser la enfermera que asiste a los caídos en el frente sin titubear siquiera, o el llanto de la que espera sabiendo que nadie volverá. Pero creo que fuiste el producto de la inspiración divina que el hombre no puede ni imaginar. Eso es sin duda lo que te hace tan especial. Dios te dio dos hijos porque antes te dio dos manos, y tomándolos a ambos, los llevaste tras de ti, escudándolos con tu cuerpo, y con tu sonrisa alegre dibujada en tu rostro, les enseñaste a volar sin tener alas. Cuánto amor, cuánta luz acumulada en su interior tendrán tus hijos, para alumbrarse en sus días más oscuros.
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