... Y AÚN ASÍ, ERA FELIZ.
Publicado en Apr 08, 2010
... Y AÚN ASÍ, ERA FELIZ
Su frágil cuerpo no se podía doblar al son de la música que bailaban, al momento de ir al compás del baile llamado cumbia. Todos los niños gozaban del baile que ellos acompañaban al unísono con la frase cumbia... cumbia… cumbia… El niño no pronunciaba bien la frase, al final del baile sus compañeritos, de entre cuatro y cinco años, con buen sentido del humor, comenzaron a llamarlo “cumbi… cumbi”. Era la forma como el niño interpretaba la frase que deberían decir al momento de ir bailando tan majestuosa danza. “Cumbi, cumbi”, era un niño que presentaba un marcado paso de la desnutrición en su cuerpo, su vientre bastante abultado le deformaba su angelical figura tornándolo taciturno, su nariz constantemente emanaba mocos, él vivía alegre en su mundo, contento, como los pájaros surcando el cielo. La guardería infantil en la que pasaba todo el día era su espacio preferido. El columpio, los tubos con figura de tren y los diferentes juegos que se encontraban en el hogar de paso eran sus mejores amigos. Los niños, generalmente, jugaban juntos. “Cumbi, cumbi”, tenía un columpio sólo para él, porque nadie quería tocar los juguetes que manoseaba. – ¡Uy, no, no!, ese es el columpio de “cumbi, cumbi”. Ese era casi a diario el decir de los demás niños. Un día, uno de los niños de la guardería irrumpió en llanto, motivado por una caída que se dio de uno de los columpios de la institución infantil. - ¿Qué pasó?. Preguntó una de las orientadoras que tenía a cargo el cuidado de los niños. – “Cumbi, cumbi” lo empujó. Si…si…si. Respondieron a coro los otros niños. La profesora le hizo un llamado de atención a “cumbi, cumbi”, haciéndole ver que no era buena idea pelearse con los amigos. “Cumbi, cumbi”, con la normal inocencia de un niño, quizás no entendió el por qué de la charla de su profesora, cuando se dirigió a él. Sin embargo, éste continúo alegre en el vaivén de su columpio. La guardería infantil organizó una fiesta e invitó a todos los padres o acudientes de los niños para que se integraran a ella. Con lo poco que se aportó decidieron hacerle a los niños un almuerzo especial y en medio de éste, de pronto se escuchó un ruido parecido a cuando se desliza un dedo fuertemente sobre la superficie plana de un tambor, de esos que utilizan los músicos al momento de interpretar una pieza musical, a lo que reaccionaron los niños. -¡Seño, “cumbi, cumbi” se echó un peo!; ese “cumbi, cumbi” está es podri’o. Los padres de familia acompañaron la respuesta de los niños con una larga sonrisa. Los días transcurrían, los niños seguían en su mundo de colores y sonrisas, admirando la naturaleza y disfrutando de la tranquilidad de la misma. Un día cualquiera, pasó algo nunca visto en el hogar infantil, los niños comenzaron una revolución, en horas de la mañana había llovido y los niños jugaban con la tierra mojada tirándoselas entre ellos. Todas las paredes de la institución infantil tomaron un color entre negro y marrón, la apariencia de los niños era la de los tradicionales puercos del carnaval, personas que untadas de barro salen a recorrer las calles para ensuciar a las otras personas. Las flores del jardín no terminaron su proceso natural por que los niños se apoderaron de ellas destruyendo su belleza, al final las orientadoras del jardín infantil se dieron cuenta del descomunal desorden e inmediatamente una de ellas preguntó con voz bastante fuerte. -¿a ver, a ver, dónde está Roberto?. Roberto era el verdadero nombre de “cumbi, cumbi”. Todas las profesoras y la directora del jardín infantil comenzaron a buscar a Roberto. –Búsquenlo, que por ahí debe estar escondido. –Él tuvo que ser el promotor de este desorden -dijo otra profesora-. La búsqueda de Roberto se convirtió en una prioridad y como no dio resultados, entonces se creyó que se las había ingeniado para volarse del hogar infantil, después de haber hecho sus fechorías, tomando como única solución ir a su casa. Al llegar a la humilde casa de Roberto, la mamá salió sorprendida, diciendo. -¡Qué bueno! profesora que haya venido a indagar por Roberto. -¿Cómo así? –Pregunta la profesora- si él estuvo en el jardín. –No puede ser señorita, -Responde la mamá- Porque él amaneció con fiebre y no se ha levantado de la estera. La profesora bastante sorprendida recapacitó y empezó a analizar la situación. Ya se aproximaba el fin de año, al igual que los grados de los niños que se encontraban en el hogar infantil y después irían a otra institución educativa a continuar con el preescolar. Pasados los días, llegó la fecha de los grados. Los niños estaban inquietos, incluso Roberto, quien apareció con un bonito atuendo y unos zapatos nuevos. Todo gracias al regalo de un padre de familia. Roberto arribó acompañado de su madre y al ver a los niños sentados en orden y en el mismo lugar, tomó una silla llevándola hasta el sitio en el cual estaban esperando el llamado. Uno a uno los niños fueron pasando a recibir su diploma y un fuerte aplauso. Al final todos los niños pasaron, menos Roberto; su mamá si supo la respuesta de tan ridícula actitud, era que Roberto o su acudiente le debían a la institución varios meses de las módicas sumas que legalmente por orden del mismo Estado, pagan los padres mensualmente por la atención de sus hijos. Roberto no sintió quizás la tristeza de su madre, ya que con una amplia sonrisa abrazó a sus amiguitos y a sus profesoras, notándose por primera vez en él su hermosa sonrisa, pero no se percató de la gran frustración que causó en aquellos que no se acordaron de él.
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