Abelardo y Elosa
Publicado en Apr 09, 2010
Si alguna vez, el destino, guía tus pasos hacia el cementerio de Pére Lachaise, en París, hazte de unos momentos y llégate hasta ese mausoleo de estilo neogótico, donde descansan los restos de Abelardo y Eloísa.
Pedro Abelardo, nacido en 1079, en Bretaña, Francia, destinado a la carrera militar, decidió que su verdadera vocación, fluía por un sendero diametralmente opuesto al que eligió, para él, su familia. En la filosofía, encontró los objetivos que su brillante inteligencia anhelaba. Se volcó al estudio con todo el entusiasmo y la pasión de sus jóvenes años. Las circunstancias, favorables a sus deseos, le dieron la invalorable oportunidad de prepararse con los eminentes sabios de su época. Guillermo de Champaux es de todos, el más renombrado y encuentra en Abelardo al discípulo capaz, dotado de juicio superior, cuyos argumentos, razonados y precisos, a veces se oponen a los suyos, pero su amplitud de criterio, prevalece y acepta con humildad la superior inteligencia del joven alumno. En 1108, Guillermo es nombrado obispo y es Abelardo quien ocupa el lugar vacante en la escuela de París. Con el reconocido Anselmo de Naón, estudia Teología y recibido, vuelve a París en el esplendor de su carrera. Entre sus alumnos, hay futuros papas, obispos y arzobispos de Francia, Inglaterra y Alemania. El canónigo de París, Fulberto, lo solicita como preceptor de Eloísa, su sobrina, joven de dieciséis años, bajo su tutela. La admiración por la inteligencia y sabiduría del maestro, despiertan en ella todos los sentimientos reprimidos que se revelan en una pasión incontrolable y correspondida. Entre lección y lección cambian mil besos y caricias. Recuerda él en una de sus cartas que ”sus manos están más tiempo en los senos de su amada que sobre las páginas de sus libros”. Con la alegría que embarga su alma, un día le confiesa que está embarazada. Al enterarse, el tío, es invadido por la cólera que Abelardo aplaca con su promesa de casamiento. Cede ante lo inevitable y ella parte a Bretaña a tener a su hijo, en casa de una tía. Vuelve luego del parto, el niño queda al cuidado de familiares. Abelardo, dispuesto al casamiento se enfrenta a la negativa de Eloísa, cuyo espíritu libre, no admite la imposición de Fulberto. La situación se vuelve difícil, cuando éste somete a castigos y humillaciones a su sobrina rebelde. Para evitarle el maltrato, Abelardo la lleva a un convento, actitud mal interpretada por el tío, que supone una intención de librarse de su compromiso. Una noche, junto a un cirujano y criados, invaden la casa de Abelardo y lo castran. Los culpables son apresados y se les condena a igual mutilación, además de cegarlos. A Fulberto le son confiscados todos sus bienes y es desterrado de París. Eso no devuelve la integridad física ni espiritual al casi moribundo Abelardo. Poco a poco se repone físicamente de la humillante herida, pero su alma está quebrada. Eloísa se retira a un convento donde profesará como monja y ya nunca volverán a verse. La amargura y la desesperanza van mellando al hombre de inteligencia superior que se sostiene con el recuerdo de un amor intenso e inolvidable, aniquilado por la intolerancia y la crueldad. Su impotencia como hombre, anula cualquier impulso que pudiera albergar el sufriente corazón. La muerte lo encuentra releyendo las cartas escritas por Eloísa: “La más miserable de las mujeres, fui Y al conocernos, la más feliz Por eso sufrí tanto cuando te perdí Fuiste el dialéctico más brillante de toda la cristiandad Y nada pudiste hacer para cambiar mi posición. Aceptaste el castigo por transgredir las normas. Te amo desesperadamente y crece cada día mi rebeldía y mi angustia. Condenaron tus escritos por expresar tu pensamiento, No te importó oponerlo a los poderosos de la tierra.” Pedro El Venerable, Abad de Cluny lo protegió y consiguió que Eloísa pudiera dar sepultura a los restos de Abelardo. Muere veinte años después. Dispuso ser enterrada en el mismo sepulcro que su amado. , Entre el rumor del follaje el aire trae sus risas El aroma de las rosas, echa a volar con la brisa Juntos en la sepultura, Abelardo y Eloísa.
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Jose Oliva
Alfonso Z P
Muy bien resumido este relato de Abelardo y Eloísa, muy buena tu documentación.
Las costumbres de una época y la personalidad ferrea de una mujer hicieron imposible
esa unión conyugal tan deseada por ambos, pero que no fue impedimento para que
se siguieran amando y así lo testimoniaron en sus cartas, para estar aprenhedidos en
un abrazo postumo cuando la muerte los alcanzó.
Felicitaciones y estrellas.
Abrazos: Alfonso
haydee
Una tristísima historia que nos deja un resabio en el alma.
Tanto se amaron y tan breve fue su felicidad.
SALUDOS!