Genoma y feromonas: el culpable, el enamorado
Publicado en Apr 14, 2010
¿Judas Iscariote no amaba a Jesús?
¿Podríamos ser cristianos, perdonarnos al decir que amor y odio comparten su raíz, que comparten la cruz? ¿Decir que acaso Judas, tan ciego de fe en los milagros de su Maestro, que es decir ciego de amor, puso a prueba la capacidad del Hijo del Hombre y a la vez, odiando tanto despliegue de un amor sobrehumano, quiso terminar con esa loca carrera por la que irían a ser presos y ejecutados todos sus apóstoles? ¿Valdría esta estúpida analogía para explicar mi culpabilidad? Nunca. El culpable, el enamorado, el acribillado por los mosquitos de la habitación en la que yació desmayado hasta entrado el atardecer, había oído el aparato de aire acondicionado en la habitación de los anfitriones, golpeado la puerta e intentado entrar. Cerrado. El culpable, el enamorado, el acribillado por los mosquitos no encontró a marianito por ningún lado; en ulteriores paseos por la casa en busca de algo de comida (una heladera sin nada en su interior, indigentes alacenas) encontró a iván y a fernet rechonchos, tumbados en esquinas opuestas; no habían quedado ni los huesos del asado. E Isabel llegó radiante. El sol había dorado en sus hombros unas mínimas pequitas que parecían ser las salpicaduras de las mismas brasas del infierno en que ardería ese traidor quien, en tanto se debatía entre la sonoridad de un llanto de tripas, la enorme gravedad de una culpa que lo impelía a arrodillarse a sus pies, las irrefrenables ganas de abrazarla y pedirle perdón, sumadas a las otras sensaciones devenidas del accidente con la fiorino, apenas pudo emular algo de cariño con un mínimo de dignidad. Ella le sonrió con una sutil expresión, como satisfecha, y él, el culpable, el enamorado, no supo cómo interpretar aquello sino en póstumos momentos de ojos huecos. Le preguntó al cobarde si ya había comido y lo tranquilizó informándole que "los chicos traerían algo para comer"; finalmente, y luego de que un beso fuera devuelto sin mucha convicción como un mero roce en una comisura, cuando desaparecía escaleras arriba Isabel le avisó que se venía una tormenta "de las fuertes". Los relámpagos no la contradijeron. El culpable, el enamorado, el acribillado por los mosquitos hubo atribuido esa actitud cortante de Isabel a un esperable y respetable enojo.
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inocencio rex
Roberto Langella de Reyes Pea
Roberto Langella de Reyes Pea
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