Carta II
Publicado en Apr 20, 2010
Mamá, alcánzame la pasión.
Miguel Ángel Groppo (de "Belladonna") Río de hierba y de sigilo. En esa tumba descansa mi madre, muerta por su propia mano, o por la mano de su madre. Ahora compraré flores con ropas ciudadanas pero estaré desnudo como ángel de la ensoñación. ¿A qué dejarme recuerdos? ¿Para qué hacerme preguntas? El día de su muerte algo la despertó en la madrugada. Había sido un grito, o algo parecido, tal vez un alarido. Luego murió. Tengo miedo de las pesadillas: un sótano contiene a otro sótano, y éste a su vez a otro. Y en el fondo brillantes barandas conducen al fuego que no mata, que no es fuego, sino algo que deseca a los infelices que allí caen en busca de amor. Lo más terrible es lo temible del sueño: la pesadilla feroz de nuestro inconciente, impiadosa, que nos detiene en la sombra de las sombras, en lo oscuro del ser. Y es que no despertamos ni siquiera cuando una mano despaciosa nos ahorca, o el cadáver de los muertos nos hace ver lo que seremos. La muerte será igual, y para siempre. Pero no tiembles: no hay peligro de muerte por ahora, me digo. Los niños se asustan. Tú eres adulto y tienes la cabeza sobre los hombros. Nadie te la sacará, me digo. A menos que el niño que sufre en tu interior sea el Maléfico, más antiguo que tú mismo. Madre: nunca seré tus ojos ni tus manos. Soy el loco jardinero que hace licores con las plantas rojas de los cactus. Cincuenta mil niños mueren de hambre cada día, y yo subsistí, pero me harán polvo, voy a morir y desapareceré. Voy a morir el día en que la marea atraiga la penumbra y tus manos. Agua transparente sobre el musgo. Eso soy. ¿Quiién deseó mis abrazos? ¿Quién bajó desde el camino y graciosamente dijo: "eres el elegido de los campos amados?" Nadie. Ahora el apuro del equlibrista. Yo sostengo el filo, con acuerdo o sin ellos. Ya el sabor infinito. Pero distintas aguas nos separan, aunque duela adentro la que habita. Llueve dentro de mi cuerpo y el tuyo está tan seco. Pronto será el amanecer, cuando desovan los peces en los mares del Caribe, cuando renace el tiempo y las angustias se espantan; la hora en que los cormoranes -extrañamente- vuelan al nivel de las nubes. Tengo ropa nueva y afuera nadie me espera. No sé cómo despedirme, madre. Pero sé que me despido, que salgo por el camino entre las ramas de los años, solo. No me persigas. ¿puedo estar tan sola?, me preguntas. No lo sé. Ése es un rato muy largo. No se sale de ahí fácilmente. Sin mengua de la piel, de los brazos, del rostro. El espectáculo es continuo. Guillermo Capece
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Guillermo Capece
me alegra que te haya gustado Carta; realmente tenia dudas acerca de su valor.
Igualmente dudo todavia...
besos
Carol Love
Cargadas de olvidos y leves como pájaros, descienden y hasta parece que se arrastran pero remontan vuelo y se escapan...!!
Un placer leerte
Abrazos muchos