Priscila y Don Victorino
Publicado en Apr 27, 2010
Las imagenes se proyectaron primero en blanco y negro, luego se transformaron en amarillas. Así el recuerdo tomó vida y color a medida que vió cruzar por el portón un vehículo cacharriento que hizo explotar el tubo de escape en la vuelta de la fuente, antes de llegar al estacionamiento.
- Buenas tardes don Victorino - dijo el mayordomo al bajarse de la carroza vestido de traje negro impecable, guantes blancos y sombrero. El hombre, que ya había puesto un pie en el primer escalón al mismo tiempo que secaba su frente con un pañuelo, frunció el ceño y, dubitativo, respondió con un escueto pero cortéss "buen día". - Vengo en representación de su hija Graciela...- No alcanzó a terminar la oreación cuando por sus piernas se asomó una niña de cabellos rojos que tenía la mirada de un animal perdido en la oscuridad. Observó los surcos dibujados en la piel quemada por el sol de quel hombre y aquello le dió mucho más miedo. - No sabía que tenía una nieta - dijo el hombre sorprendido. Luego recuperó la tozudez y añadió: sepa usted que yo no tengo hija por lo tanto no tengo nieta. Dicho esto dio la espalda a los visitantes, dispuesto a concluir con la conversación y a retomar sus quehaceres de la granja, cuando el mayordomo volvió a hablar. - Tal parece que no se ha enterado de la noticia, don Victorino. Doña Graciela murió el mes pasado en un accidente, junto a su esposo, el señor José Infante. - El mayordomo hizo una pausa, aguardó alguna reacción de parte del hombre, pronto continuó: Verá, en el testamento han entregado a usted la tutela de la niña que traigo conmigo. El hombre detuvo el ademán de subir las escaleras mientras apretaba con fuerza el pañuelo que sostenía en su mano derecha. Recordó el sobre que había recibido con el sello de los Infante y que no quiso abrir. Pero se irguió ante el mayordomo y dijo: - Que otro la cuide y la críe, no deseo tener relación alguna con los asuntos de Graciela. ¡Y esta es mi última palabra! El vehículo terminó de dar la vuelta a la fuente de agua con el último estornudo del tubo de escape. De su interior bajó una mujer joven que tenía el cabello del color del fuego, ataviada de un frondoso vestido blanco, el cual le impedía descender del cacharro con soltura. Arremangó la cola, una vez que logró pisar tierra firme, se acercó al viejo que tenía el aspecto de estar tocando los hijos de un recuerdo hermoso, y le dijo con voz fuerte para sacarlo del lugar donde se encontraba: - ¡Don Victorino Figueroa! ¿Recuerdas que hoy tienes una novia que encaminar hacia el altar? El viejo, al escuchar las palabras Priscila, recuperó la noción del tiempo presente, observó al recuerdo encarnado en la figura juvenil y hermosa de su nieta y pensó que había crecido demasiado rápido. Lanzó un suspiro y dijo: - Vamos hija, vamos para que ese infeliz te separe nuevamente de mi lado.
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