Noches inolvidables aquellas en que, en medio del profundo sentido de las cosas, las cosas se hacían profundas... hondas... más extensas e intensas que las propias coordenadas de los momentos recordados y vividos entre las nieblas y ese pequeño rincón que todos tenemos dentro de nuestras ilusiones. La proporción del sueño se hacía tan inmensa que yo caminaba entra las luciérnagas de las luces de neón y las empedradas calles retorcidas de la vieja ciudad castellana. No importaba si era Burgos o Toledo o Palencia o Ciudad Real. Tampoco importaba si era Cuenca o Guadalajara o Soria o Segovia... porque la realidad es que era Madrid.
Lo importante es que cada noche inolvidable de mi presencia entre las sombras de los que deambulan como fantasmas del pasaado son ya luz: una tremenda tromba de rayos luminosos que adornan mi presente rostro y camino hacia ese Destino firme que es la Gran Vía de Madrid. Noches inolvidables de la Gran Vía de Madrid. Noches de café, cine, teatro y discoteca después de haber cenado una sencilla pizza caprichosa junto a Ella.
Caprichos de este Destino de poeta embarcado en los romances con la luna. La luna riela sus rayos de plata por entre las gentes y yo vivo mis noches inolvidables en esta Gran Vía de Madrid que ahora veo y palpo con el sentimiento. Ya estoy aquí. En la misma Red de San Luis. Ya es irreversble. Ya he vuelto. Ya es imposible dar la marcha atrás. Y vuelvo a ver las noches inolvidables bajo el manto de plata de la luna junto a Ella.