Las luces sin sombras.
Publicado en May 10, 2010
No está en los registros qué color de ojos tenía aquél hombre, cuál era su nombre o qué años frecuentaba. Pero dicen que su mirada era alivio y su andar humilde; un elixir de contemplación. La luz en su rostro convencía a los más escépticos de que en él se escondía, infructuosamente, el éter más buscado por los alquimistas de la época. Es que no proyectaba sombra su andar. Y eso que algunos decían, como hipótesis, que ésta en realidad era tan clara que no llegaba a vestir la desnudez de las superficies que atestiguaban su paso. Caminaba con una paciencia gallarda, y el viento hacía firuletes y puntería para poder atravezar entre el ridículo espacio que se formaba entre las plantas de sus pies y el suelo. Como flotando por un camino que lo seguía y se armaba a su andar. Detrás; aquellas almitas del pueblo intentaban seguir la luminiscencia de sus pasos, pero tropezaban, torpemente, si es que hay otra forma de tropezar. Él miraba paternalmente a los caídos que yacían con dolor y, con sus ojos incoloros lograba devolverlos a la senda con una entrega más poderosa que aquella que los había empujado por primera vez a seguirlo.
Lo que no supo la gente, es que cuando llegó al final de su recorrida diaria y entró solo a su albergue, aquél refugio asceta que todos imaginaban tan lleno de libros y papiros, en penumbras, una cama lo esperaba. Sentada en ella una insignificante figura se recortaba entre candilejas; era aquél niño a quien el pueblo había llorado hace ya un tiempo, cuando éste desapareció mientras jugaba en el umbral de su choza. Un susurro desesperado se desprendió de sus ínfimos labios, pero aquello que sonó a ruego no se pudo distinguir. El Padre lo había apagado con la palma de su mano. Esa noche, como en tantas anteriores, una sombra obscura y opaca se alzó contra la pared; no era la del niño.
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MARIANO DOROLA
Y LA SANGRE
DE CABALLERO
Y DE POETA
UN LUJO DELICIOSO TU TEXTO
SIR MARIAN