Gaia
Publicado en May 14, 2010
Obertura MDXX (Capitulo 1)
“Desde el principio de los tiempos, los ríos han sido las arterias que transportaban vida. Las montañas y la tierra fueron mi piel. Los bosques y la tierra mi pelaje. Todo estaba en permanente armonía, hasta que apareció el ser más cruel y caprichoso que jamás conoció este planeta: el hombre. Una forma de vida supuestamente inteligente, pero desperdiciada por la codicia, la violencia y la incultura. Yo soy GAIA, la madre naturaleza, y todo el mal que me hagas te lo devolveré.” Gaia (Capitulo 2) 7 de Enero de 2002. Atlanta, Georgia (E.E.U.U.) Siempre quise que la angustia fuera agua; que todo el dolor que produce la falta de oxígeno en la alegría, en vez de convertirse en desesperanza, formara pequeñas gotas para sí poder dar nombre y tamaño, a ese dolor que alicata las paredes del estómago cuando sabes que ya no hay marcha atrás. Siempre soñé, que la alquimia de la esperanza, transformara este miedo en gotas de sudor, que al resbalar por mi frente diluyera esta angustia que ya me ha ejecutado... Y ahora que sé que mi final se acerca, quisiera que se evaporara este mal que tiene mi libertad secuestrada, que se evaporara con el calor de un abrazo o con el lienzo de un te quiero. Esa libertad que siempre me dió "besos de usted" y que nunca me prometió amor eterno. La libertad es un estado pasajero del alma, y todos morimos un poco cada día... Mientras Alma Echegaray era ejecutada en la silla eléctrica, estos pensamientos quedaban impregnados en la sala, donde veinte testigos y media docena de periodistas habían presenciado, como una corriente de 2.000 voltios atravesaba su convulso cuerpo. Esta primera descarga dejó al reo inconsciente, a continuación se le aplica otra descarga de 1.000 voltios con el fin de rematarle, y más tarde una tercera, y última, de 2.000 voltios por si existiera alguna duda de la efectividad de tan piadoso y magnánimo brazo de la justicia. Existen numerosas pruebas de que, a veces el reo no muere inmediatamente y que el electrocutado padece un intenso sufrimiento. Incluso hay personas más resistentes a la electricidad que otras, bien porque su cuerpo genera una natural resistencia a la misma, o bien por su continua exposición a esta. Cuando aquel torrente de electricidad recorrió por segunda vez el cuerpo de Alma, este dejó de convulsionarse y un histérico silencio se adueñó de la sala, se había hecho Justicia, el estado había asesinado a otra amenaza para el modo de vida americano ¡Alma Echegaray había dejado de existir! A Jose Hamilton no le resultaban agradables las ejecuciones, pero pensaba que la sociedad debía de valerse de medios como este para defenderse y conservar un cierto orden en el país. Él siempre fue partidario de las ejecuciones con inyección letal, por su limpieza, por su modernidad, pero quizás, este aséptico sistema de eliminación de criminales lo encontraba demasiado dulce y poco didáctico. Desde que era Gobernador de Georgia había abogado siempre por ejecuciones rápidas y ejemplarizantes. El reo debía de sufrir como pago de sus crímenes, y para escarmentar y advertir a futuros inquilinos, la vieja silla, era lo menos malo que él conocía. Mientras intentaba alejar de su mente los sucesos de las últimas cinco horas, en las que tuvo que rechazar por dos veces consecutivas el indulto a esa condenada suramericana, y en las que tuvo que convencer a la prensa, que personas de ese calibre no tenían cabida en su país libre, se sirvió una copa de su bourbon favorito, y distraídamente encendió su ordenador situado en el despacho que se alojaba en el ala derecha de su mansión. Debía poner al día su correo electrónico, antes de darse una reparadora ducha e intentar descansar ¡Había sido un día de muerte! De repente algo muy extraño comenzó a suceder: Todos los mensajes de entrada estaban borrándose al tiempo que uno nuevo comenzaba a surgir de la nada y a parpadear insistentemente, con una cadencia rítmica y enfermiza... Intrigado lo abrió, y su sorpresa fue en aumento cuando vio que la remitente no era otro que Alma Echegaray. Era imposible, en el corredor de la muerte no existía la posibilidad de que ningún reo pudiera acceder a ningún ordenador, y menos que se pudiera comunicar con el exterior. En ese mismo instante sus dedos dejaron de hacer presión sobre el vaso de whisky, que resbaló por la palma de la mano y terminó estrellándose contra el teclado. El ruido que produjo el brusco choque del cristal, lo despertó de su fría e irreversiblemente ordenada vida ¡El e-mail acababa de ser enviado! Rápidamente lo empezó a examinar y mientras sus ojos iban de palabra en palabra, su corazón comenzó a bombear de forma frenética ¡No podía ser! ¡Era imposible! Pero... ¡si estás muerta! El e-mail decía así: "Estimado gobernador, sí, no es una alucinación, es real, le estoy escribiendo desde más allá del dolor, allá donde su poder y sus leyes no tienen ningún efecto. Donde estoy, por fin, soy libre y mi cuerpo ha dejado de sufrir las torturas a las que me sometió usted. Y aunque mi alma por fin está libre, yo no he encontrado todavía la paz, no, mientras no consiga que usted y toda la humanidad que piensa como usted, entiendan lo que acaban de hacer conmigo no es justicia, es un crimen. Antes de que termine esta noche, usted será juzgado, pero antes quiero que conozca usted una historia. Historia que se remonta al año 1500. Lea atentamente, y sírvase otra copa, le veo con la boca seca..." La Conquista (Capitulo 3) Año 1519, mediados de Febrero. ¡Buenos días, aventura! Pedro de Alcázar susurró a la brisa marina mientras arriaban las velas. Era una soleada mañana del mes de Febrero y por fin a sus veinte años iba a conocer mundo y, por qué no, a hacerse con una pequeña fortuna. Como otros tantos hombres, 508 para ser exactos, Pedro Alcázar formaba parte de la empresa que Cortés había financiado con su propio dinero para ir en busca de títulos, de honor y de El Dorado. Esta expedición la totalizaban doce buques, diez cañones de bronce, cuatro falconetes y pólvora, casi suficiente. Trece de sus hombres eran mosqueteros equipados con buenos arcabuces. Además, se había hecho con los servicios de más de una treintena de ballesteros. Dieciséis caballos era toda la fuerza animal de la que disponía este pequeño grupo de caza fortunas y aventureros españoles... Y a mí, Pedro de Alcázar, hijo de Simón de Alcázar e Isabel de Guzmán se me había concedido la distinción de alimentar a todas la bestias de la expedición, caballos incluidos. En los días que siguieron, rodeamos la costa sur de Cuba para aprovisionarnos de más armas y otros diversos enseres. Zarpamos desde Santiago de Cuba el 18 de Febrero del Año de Nuestro Señor 1519. Aquellas semanas las pasamos sin más compañía que el crujir de las maderas del barco y el sonido del fuerte viento que, aparte de hinchar las velas del buque insignia, también inflaba y dirigía nuestros sueños de Gloria. Por fin divisamos tierra, precisamente, en el instante en que la noche bostezaba y el pálido sol de la mañana desayunaba con los primeros olores del día. Ante nuestros ojos, una inmensidad de colores asomaron como surgidos de un cuento. Jamás había visto tal diversidad de aves y plantas, incluso la arena de aquella playa, parecía que hubiera sido tamizada por una mano sobrenatural. Hernán Cortés mandó que se engalanara toda la tripulación, y ante los atónitos ojos de aquellos nativos, los españoles hicimos ostentación de todo nuestro poder y orgullo. El miedo de aquella gente, semidesnuda, era palpable, observaban a nuestro caballos con horror y espantados, corriendo a refugiarse tierra adentro. Más tarde, supe que creían que caballo y jinete eran un solo ser; y que nuestros navíos eran montañas flotantes. Estaban convencidos de nuestra divinidad, que éramos la encarnación de Quetzalcoatl, una deidad de mucho poder; la serpiente emplumada de las leyendas mexicanas adorada en todo el imperio azteca. Los Mayas la conocen como Kuculcan. En ambos casos, es el Dios del Saber, que combina las fuerzas de la tierra y del cielo. Su consorte es Tonantzín, diosa de la tierra. Cuenta la profecía que Quetzalcoatl volverá al reino de los hombres en el año azteca que coincide con el 151 de nuestro calendario romano. No, no éramos deidades, sólo un grupo de insensatos guerreros ávidos de oro y aventuras. Y yo, Pedro Alcázar, empezaba a ser consciente de las atrocidades que haríamos para conseguir lo que buscábamos. Torturaríamos, mataríamos, esclavizaríamos, todo por su tierra y bajo la insuficiente excusa de cristianizar a alguien que no lo necesitaba. Era la Orgía del Poder, el Banquete de los Cristianos, era... La Conquista. Alma (capitulo 4) Azaak, a sus 19 años, no alcanzaba a comprender que, más allá de donde nace y muere el sol, existiera una raza tan poderosa como misteriosa. En la aldea corría el rumor de que hombres con la tez blanca como la harina y con vello por toda la cara, habían venido flotando en montañas y estaban cerca de su poblado, mostrando ropajes imposibles y blandiendo cuchillos que escupían fuego y muerte. Para ser la menor de cinco hermanos, Azaak ya poseía una inmensa sabiduría y una gran responsabilidad. Desde pequeñita había desarrollado la capacidad de hablar con los árboles y de leer los mensajes que las nubes le mandaban. Se sentía en perfecta comunión con la naturaleza, a la que llamaba hermana. Aquella mañana, su corazón le había avisado que un peligro desconocido moraba entre los suyos. Más tarde, tuvo noticias de que aquellos seres de dos cabezas y con patas de bestia, y de la intención de estos de hacer prisioneros a toda hembra sana que estuviera en edad de procrear. Y fue en ese instante, cuando la vi, en el que supe que no había conocido la belleza en su totalidad, hasta que sus ojos me taladraran con una dulce e inquisitiva mirada. Me encontraba frente a ella y, a mi lado, Jerónimo de Aguilar, naufrago español que arribó a la Costa Maya ocho años antes de la llegada de Cortés y que, además, hablaba la lengua de los nativos con cierta soltura y solvencia.. Junto a Aguilar y a mí, arremolinadas en torno a esa bella indígena, se encontraban las ancianas emitiendo chillidos desgarradores y sollozando desconsoladamente. Poco a poco, me fui abriendo paso ante aquella multitud y pude ver cual era el motivo de tanto dolor y desconsuelo. Tumbada en un pequeño lecho de hojas verdes, yacía una criatura de no más de cuatro años. Sus pequeños ojos me miraron como intentando hablar, su tez morena y su largo cabello estaban empapados de sudor y su respiración había perdido toda cadencia natural. Con un movimiento rápido, pero delicado, Azaak levantó su cabeza y apaciguó un tanto su agonía, dándole a beber agua de su propia mano. - Diles mi nombre, y que si en algo puedo servir, muy gustoso habré de hacerlo. Y diles también, Aguilar, que no teman, que nada malo esperen de mí. –comenté con humildad. Jerónimo de Aguilar intercambió unas palabras con Azaak. Tras una breve pausa, que a mí me pareció una eternidad. Aguilar se incorporó y me dijo: “Se está muriendo, Pedro, tiene una grave dolencia, pero sus corazones no lloran por su marcha, sino porque nos han ordenado detenerles y la niña se quedará sin su canción del Alma”. - ¿A qué te refieres? –pregunté. - Ellos creen que debemos estar preparados para el último viaje, al igual que debemos estar preparados para la vida, y si no permitimos que estas gentes hagan su rito, el alma de esta niña vagará por las Tierras Tristes. - ¿Y cual es el rito? –volvía ainquirir. - Es una canción... “La Canción del Alma”. - Diles que la canten. Les dejaremos el tiempo que haga falta. La Costa Del Silencio (capitulo 5) Pasaron muchas lunas, y yo cada vez estaba más impregnado del magnetismo de aquella singular mujer. Aún siendo cautiva de los españoles, no albergó nunca odio o rencor hacia nosotros, pero tampoco abrazó el cristianismo como hicieron otras. Ella no entendía el afán de Hernán Cortés por invadir y dominar a Tenochtitlan, capital del imperio Azteca. Azaak aseguraba que la tierra, las nubes y las montañas pertenecían a quien supiera vivir en comunión con ellas, no utilizarlas como plataforma de crecimiento personal., venganza o abuso. En las muchas noches que pasé, hechizado, escuchando preciosas historias que me contaba, empecé a comprender lo que me quería enseñar. - Vosotros –me dijo- utilizáis el mar para alimentaros y para viajar por él, pero jamás lo cuidáis. Y el mar como ser vivo que es, necesita amor y atenciones, al igual que el río o el árbol. Ayer escuché al viento y me advirtió que dentro de muchas lunas, cuando tengáis barcos que no necesiten al hermano viento para desplazarse, el mar sufrirá una enfermedad de tal gravedad que si no lo remedia el hombre blanco, morirá de pena y de suciedad. Y la madre naturaleza os castigará por ello. A las puertas de Tenochtitlan, mientras la luna iluminaba nuestras caras, Azaak alumbró mi alma contándome la profecía que según ella ocurrirá en nuestra Gaia dentro de muchos, muchos años. El Árbol De La Noche Triste (capitulo 6) En la noche del 30 de junio de 1520, y tras haber cohabitado con los aztecas en Tenochtitlan, aprovechando la creencia de estos de nuestra procedencia divina, Hern án Cortés ordenó que abandonáramos la capital, ya que la paciencia de los aztecas y el apoyo del pueblo a Monctezuma, había llegado a su fin. Las órdenes eran claras, debíamos transportar todo el oro y los tesoros que pudiéramos y en alianza con la oscuridad que nos proporcionaría la noche, huiríamos con la misma clandestinidad que un ladrón tiene al abandonar la escena del crimen. Yo mismo me vi empujado a la rapiña y la ambición. Todos éramos presa de una mezcla de miedo y extraña borrachera de poder. Había quienes, incluso, dejaban sus armas y cascos, para así poder trasladar más botín. Y como las patas del mentiroso y del ladrón son muy cortas, no pudimos ir muy lejos. Debido al poco sigilo que mantuvimos, los aztecas dieron la voz de alarma y al ver que cobardemente huíamos con su riquezas, nos atacaron con la fuerza que da el defender tu raza y tu tierra. Los caballos se hundían en el agua, fruto de tanto sobrepeso y muchos de mis compañeros perecerían ahogados por el mismo motivo. Fue una matanza. Cortés resultó herido, y las bajas fueron cuantiosas. Yo sufrí una herida de la cual nunca podré curarme, y fue la herida que recibió mi alma al ver en que me había convertido: ladrón y asesino cobarde. Azaak, también, había conseguido escapar con vida, pero muy a su pesar, pues seguía esclava de nosotros y creo que también de mi corazón... entre ella y yo había surgido algo más fuerte que el odio o la ambición, ¡el amor! Me armé de valor y aprovechamiento que Cortés tomaba aliento al pie de un árbol, me decidía a hacerle saber mi punto de vista sobre aquella, tan poco honrosa, forma de proceder. Mi sorpresa fue descubrir a Hernán Cortés llorando ante ese árbol, fue una noche de tristeza, fue la noche triste... La Rosa De Los Vientos (capitulo 7) Hoy tengo el convencimiento de que hablé que el corazón, que todo cuanto dije a Cortés fue lo correcto y lo que tenía que hacer, pero en ese momento, una vez que mi boca dejó de soltar toda esa verborrea, y después de acusar a Cortés, el miedo me abrazó tan fuerte que incluso él decidió apiadarse de mi y no ahorcarme por traición. Evidentemente, fui arrestado y el juicio postergado hasta mi regreso a Cuba, donde se me trataría con deshonor y se me encarcelaría. Pero Cortés, a la vez, necesitaba hombres y yo, aunque contestón y, según él, cobarde, era útil para sus propósitos. Se había propuesto volver a Tenochtitlan y conquistar el imperio Azteca de una santa vez. Como siempre mi bella Azaak me dio consuelo y aseguró que en la vida hay que regirse por principios tan simples como estos... La Leyenda De La Llorona (capitulo 8) Entre las muchas mujeres que abrazaron el cristianismo, hubo una la cual era el blanco de las iras de Azaak. Su nombre, Malinche y su condición, amante de Cortés y traidora de su pueblo y de la naturaleza. Aquella misma noche vi a Azaak discutir con ella acaloradamente y entre otras amenazas, Azaak le contó una leyenda que sobrevivía en el tiempo. Es según dijo Azaak, una historia que se cuenta en el México del futuro y habla de La Llorona... Van A Rodar Cabezas (capitulo 9) Con 400 españoles y apoyados por los tlaxcaltecas, Cortés decidió el asedio a Tenochtitlan y así, durante 80 días y 80 noches, los aztecas vieron como su resistencia disminuía a causa del hambre y de un arma con la que ningún bando contaba: los virus. En efecto, sin proponérselo, Cortés había traído enfermedades comunes en Europa que sin embargo resultaron mortales para los aztecas; una simple gripe diezmaba las fuerzas e incluso mataba a cientos de aztecas. Miles de ellos perecieron, pero antes de que Tenochtitlan fuera finalmente conquistada, Azaak lanzó este grito de rabia e impotencia al ver destruida tanta belleza... El Atrapasueños (capitulo 10) - Debemos dirigirnos al sur -dijo Azaak-. Allí hay más nativos como yo, que necesitan de mi ayuda y yo preciso que seas testigo de toda injusticia que allí el hombre blanco está haciendo. Existe un imperio, el Inca, que pronto caerá en manos de compatriotas tuyos y debes verlo, y luego regresar a tu mundo para contarlo. ¡Cuánta razón tenía Azaak! El éxito de Cortés no hizo sino animar a más europeos, que veían en el continente americano una salida a su pobreza y una posibilidad de ir amasando territorios y fortuna. - Ahora duerme y pon esto en tu lecho. Azaak me entregó un extraño amuleto, que según ella venía de un pueblo al norte, muy al norte. Entre otras propiedades tenía la de capturar todos tus malos sueños y que jamás te hirieran. - Su auténtico poder reside -me dijo- en que captura todos tus anhelos y si deseas algo en tu vida y sueñas cada día con ello, se cumple. Y ahora duerme, duerme y sueña con ser... Si Te Vas (capitulo 11) Cuando el alma queda herida de soledad, es cuando aprendes que tener a alguien a quien amas, es un regalo que debes cuidar y mimar. Azaak nunca se recuperó de aquella matanza, los españoles le habíamos quitado su identidad, sus costumbres y, a cambio, ella sólo tenía mi amor. Cuando aquella noche me dijo que la ayudara a huir, todos mis miedos y mis dudas desaparecieron. Amar a alguien es comprometerse, es pensar en tres: tú, yo y nosotros. Había encontrado el amor y no lo quería dejar escapar: ¡Claro que la ayudaría!, incluso me iría con ella, pues si ella se va, yo volvería a encerrarme en vida. La Venganza De Gaia (12) 8 de enero del 2002. Atlanta (Georgia). Todavía mantenía la mirada fija en el monitor de su ordenador, cuando Joe Hamilton terminó de leer la última línea. El ya sabía la historia de los españoles, de Monctezuma y todo eso; además, ¿en que me atañe todo esto a mí? -pensó-. Más bien, le parecía el típico relato anticolonizador que muchos activistas de Estados Unidos utilizan para luchar contra intereses comerciales norteamericanos en México. Era muy tarde y estaba agotado, alguien le había gastado una broma pesada, y de muy mal gusto, haciéndose pasar por esa infeliz a la que habían ejecutado. Terminó su copa y decidió dormir. Tenía la boca seca y no había conseguido descansar; encendió la luz que estaba en su mesita de noche, atestada de libros de derecho penal y de una biografía de Charlton Heston. Al iluminarse su cuarto, notó por el rabillo del ojo un fugaz movimiento. Giró súbitamente la cabeza y su expresión cambió de tal forma, que un risita ahogada se escapó de quien estaba a su lado. Intentó gritar; pero el miedo había paralizado todas sus funciones básicas, incluso respirar le parecía insoportable. Sentada en su cama, estaba Alma Echegaray, mirándolo fijamente y con cara burlona, se presentó. - Buenas noches gobernador, espero que el sueño haya sido reparador. - ¿Quién eres? –acertó a pronunciar. - Ya se lo dije, tenía algo importante que contarle. Esperaba que hubiera entendido mi historia, pero veo que no. Veo que no ha entendido nada. Yo soy Azaak, también soy Alma Echegaray. He tenido muchos nombres a través del tiempo, pero siempre he sido la misma; GAIA. Soy la madre naturaleza, la Pachamama, soy el sol, la luna, soy todo lo que hace que este planeta viva. Y si le conté esta historia, era simplemente para que viera que los verdaderos americanos no son ustedes, sino todos esos pueblos que fueron colonizados, y también para que comprendiera que ejecutar a alguien va en contra de la Naturaleza... y ¡yo soy la Naturaleza!, y este tu juicio... Se despertó bañado en sudor Y un frío interno, le estremeció Se hizo la luz, y en su cama junto a él... ¡¡Vio a esa mujer!! Fue como aquel beso que no dio Como ese "Te Quiero" que negó Llego la hora de echar cuentas y el lloró Tu representaras a todo ese horror Que enferma y mata el planeta Al condenarme Abortaste también tu perdón Yo soy el aire, la brisa y el mar Y el Amazonas que, herido... Sangra por vuestra ambición Yo soy parte de el Todo mal que me hagas, a ti te lo harás Pues la Tierra es tu hogar Y al igual que amar, también se castigar La venganza de Gaia tendrás Toda su vida ante el desfiló Vio su niñez, no se reconoció Su inocencia murió por su ambición ¡¡La asesinó!! Aparecieron en su mansión Un ciervo anciano y un halcón, Un bosque quemado y un sauce llorón Esto un juicio y este el tribunal Que ha de condenar tu usura El ozono es el fiscal y una ballena el juez Un río contaminado en pie Hace pasar al jurado Formado por la justicia, el amor Y algún pez Busca una nutria a su amor y ve Que lo acaban de asesinar Ha muerto a golpes de sin razón Solo querían su piel Y no entiende porqué, si ellos tienen piel Matan por otra tener Le intenta despertar, pues va a amanecer Y han quedado en ver salir el sol Has de pagar y este tribunal Te condena a un árbol ser Y cuando tengas sed, sólo de beber Lluvia ácida tú tendrás Y la nutria lloró, pues vió que su amor De nuevo tenía piel Y el sol se despertó y corrieron a ver Un nuevo amanecer... ¡¡Y el mar sonrió!! Cuentan que tras una tormenta ayer El viento derribó a un árbol Y que su tronco, de casa sirvió a un castor Todo mal que me hagas, a ti te lo harás Pues la Tierra es tu hogar Y al igual que amar, también se castigar La venganza de Gaia tendrás “Que el sol de la mañana y la brisa de la noche, no vuelva jamás a ser testigo de injusticias sobre cualquier pueblo o cultura. Que el canto de un pájaro, no sea un réquiem por el mar. Y que todo cuanto nos rodea, alimenta y da vida, sea merecedor de nuestro respeto y amor. El espíritu de la tierra, GAIA, siguió guardando y cuidando el planeta del hombre. Pero eso es otra historia y en otro momento será contada...”
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