Capricho IX
Publicado en May 23, 2010
Un parpadeo. Seguido de otro. Y otro. Y muchos más. ¿Por qué dolía tanto cada latido del corazón? Podía sentirlo dando golpes en su pecho, llegando hasta la cama y dificultando su respiración. Por suerte era su último día, su última mañana en ese hueco del infierno donde nadie parecía comprender. Menos mal que ya tenía el boleto en la chaqueta y la maleta lista, porque ya le urgía salir de ahí para regresar a la vida en la Manzana. Tal vez sería volver a la rutina, pero era una rutina deliciosa. Las clases exigían poco pero con calidad, y eso a Damien le sobraba. Así que quedaban tiempo, recursos e intelecto por aprovechar, y qué mejor que un pequeño viaje para estimular la imaginación de vez en cuando, o de día en día... Pero todo estaba bien. No había problema. Todo funcionaba de maravilla, no había ningún problema. Nada grave había sucedido. Y luego de nuevo a la vida, a la vida llena de caminatas y de libros y atardeceres en incontables azoteas, sin olvidar el vino y las estrellas que lo acompañaban donde fuera por las noches y a veces buena parte del día, si quería.
Eso era belleza y perfección para él, todo eso era lo único que valía la pena, no una mediocre urbe donde los amigos que había encontrado luego de un año temblaban ante la mención de tantas maravillas y placeres. Pobres ilusos, no podía evitar decirlo frente al espejo, pobres ilusos aburridos. ¡Si hubieras visto sus caas la primera noche! La turbación ante lo desconocido perfectamente disimulada bajo una capa de indiferencia cuyo ingrediente más importante era la hipocrecía debidamente inculcada desde el vientre materno. Todo en aras de la credibilidad y el buen nombre, ¿cómo había podido vivir así? En el momento le pareció correcto, le pareció mejor eso que el miedo constante que sentía en sus primeros años, ahí en Oriente. Y todo por sus padres y su vocación de curiosos errantes, a los que ahora comprendía y aborrecía por meterlo en esa sociedad tan hipócrita como lo era la alta esfera argentina. Pero ya no quedaba más por hacer, sólo disfrutar la vida y buscar una pastilla. Por fin se levantó de la cama y se dirigió al balcón. La ciudad empezaba a despertar y a regresar a la normalidad. Los coches y los camiones se abrían paso a destino desconocido mientras él apoyaba la frente en el marco de la puerta y se preguntaba si en realidad necesitaba una afeitada. Tomó la navaja y la espuma a la vez que su mente aterrizaba en el lecho de Miranda, esa hemosa brunette que sabía de la vida y del LSD. Ansiaba amanecer junto a ella y soñarla de color y brillo. Deseaba su piel entre las sábanas y su cabello chorreando al salir de la ducha y dirigirse al tocadiscos que habían rescatado de una vieja y perdida tienda de antigüedades, preguntándose si era mejor Pink Floyd o The Velvet Underground, cavilando sobre el vino que probarían hoy y sobre la prohibida azotea en la que lo harían. Y en eso estaba cuando su mano titubeó y la sangre comenzó a correr por su mejilla. Brillante. -¡Despertá, ché! Sólo un mate antes de que regreses.
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raymundo