Puerto Ayer . Cuento de Alberto Carranza Fontanini.
Publicado en May 30, 2009
" De los actos más atroces emana la fascinación que nos mueve a reiterarlos" El atardecer de aquel viernes tenía los pensamientos en blanco y la violenta acción fue posible.Después, sólo cabía esperar agazapado la reacción del gentío que observaba el escenario dantesco desde el muelle. Bayron se movió con ellos cuando fueron obligados por los de prefectura a replegarse detrás de las vallas. Resultaba peligroso quedarse cerca de donde flotaban, trizándose en breves explosiones, algunos restos del buque petrolero.Más o menos a las siete, la arrumazón avanzó formando un techo relampagueante y amenazador. La humareda del buque medio desvastado ascendía lentamente en espiral hasta que una imprevista correntada venteó las huestes oscuras hacia el sur de la dársena impregnando la atmósfera con el acre olor del petroleo quemado. Lo siguiente fue anecdótico. El estallido final se expandió como reguero y arrasó las embarcaciones amarradas en las cercanías. Las víctimas ( demasiadas si se las comparaba con los escasos muertos incinerados en vida), fueron marinos sorprendidos en sus camarotes o en las salas de máquinas y muchos de ellos fueron rescatados de las fogueadas aguas por lanchones cuyas maniobras y ulular de sirenas encrespaban el aire. Los apostados en el muelle clamaron indignados: querían justicia. Esa noche, al trepar las escaleras hacia su cuarto, Bayron se detuvo por un momento a escuchar los comentarios exaltados que otros pensionados le hacían a la Sra. Menghet y pensó con frío desprecio que era inútil especular sobre el móvil de la masacre y los incriminados; no ganaban nada porque la noticia en pocas semanas dejaría de incidir en la opinión pública sobrepasada por otros hechos terroristas que de modo incesante asolan el mundo. En su cuarto Bayron buscó evadirse de la espantosa soledad bebiendo copiosamente. De vez en cuando fisgaba por la ventana el estacionamiento de enfrente y por fin vio a dos tipos filtrados por la lluvia cruzándola para guarecerse en la entrada del centro comercial. Se inquietó pero los tipos quedaban en la mira, prácticamente no eran invisibles. Luego se desnudó y se metió en la cama. El exceso de alcohol hacía su efecto y la pesadez del sueño aumentó su angustia: merodeaba en el muelle bordeando las embarcaciones.Las quillas condensaban jirones boira que ascendieron por su cuerpo y ciñeron sus garganta como boas constrictoras. Despertó de golpe, sudado y con los músculos como piedras. Hurgó entre las sábanas pero halló el revólver en las ropas dispersas por el piso. Volvió a fisgar por la ventana; los tipos seguían allí al parecer atentos a quienes entraban y salían de la Pensión de la Sra. Menghet. Bayron se quedó inmóvil, prestando atención a los demás ruidos, al quejido de los escalones y a las voces que, de vez en cuando, subían. Pero nada sucedió. Una hora y pico después comprobó que los tipos ya no estaban. Se sentó a la mesa y mientras calentaba el gargero, repasó su llegada de tucumán una semana antes. Había bajado del tren y recorrió el andén con sigilo y en alerta al control policial que a esa hora era mínimo. En tucumán también debió ser precavido. Posadas había dicho " no se deje ver" y sonrió. Todo el tiempo se mantuvo al márgen: ni siquiera tuvo contacto con una mujer. Después de hacer estallar la guarnición no se arriesgaría, esperaría para volver subrepticiamente. Ahora, una vez cumplido el otro " encargo" y pensando en la fortuna que debía cobrar, volvió a sonreir. A Rosa la había llamado ni bien se instaló en la Pensión. Cuando intentó fijar la silueta de Rosa en la cama del hotel su memoria lo traicionó. Tres meses eran demasiado. La silueta se hacía imprecisa: tenía presente su expresión cohibida y anhelante, tenía presente sus muslos largos y tersos, pero la memoria de los momentos de pasión reaparecían borrosos. Puso el arma sobre la única mesa del cuarto. Había percibido- mientras aceitaba y frotaba parsimoniosamente el 38-, que los ojos se le desorbitaban y ardían como brasas. Los enjuagó un buen rato con el agua helada de la ducha, lo mismo hizo con su cuerpo que también ardía extrañamente. Después, en la cama, entró en un sopor del que saldría tensamente el mediodía siguiente. Rosa lució como en la primera cita dos años antes. Llevó al Lezama el mismo vestido de zarga azul Francia. Al acercarse a Bayron la sombra de Rosa, resaltó sobre el fondo de la pared del museo histórico. Rosa no tenía aspecto deportivo, no se destacaba por ningún ademán desafiante, pero sus pasos eran elásticos y a la vez reposados, su andar le prestaba una sugestiva elegancia. A Bayron le encantaba que aquellos movimientos en contraste insinuasen la sedosa pasividad femenina. Lo miró conturbada. Luego de un gesto amoroso,algunas palabras flotaron en el oído de Bayron procurándole alivio. Se mostró muy preocupada por él, y él pensó que el amor de Rosa no se desgastaba. Un leve reproche por su ausencia surgió en la cama del hotel alojamiento. Pero dijo arrepentida: " Soy una tonta" y unas lágrimas mojaron las manos de Bayron. _ ¿ Qué hiciste todo este tiempo? _ Te esperé cada noche- dijo ella enjugándose las lágrimascon cierta tristeza. Rosa, en el Parque Lezama, había abandonado su mirada en los niños que alborotaban en los juegos distantes. Al llegar él le había preguntado por qué no se alimentaba mejor; al abrazarla con ternura apreció la excesiva delgadez y la besó apasionadamente. Sin decirle cuanto la amaba le había dicho piropos que ella interpretó como actos irrefutables de amor. Bajaron por el terraplén hacia la zona densa de vegetación. La llevaba de la cintura, aspiraba su olor y tanteaba con placer su armonioso andar. Abajo, la fuente enorme y cuadrangular se había sedimentado de mugre. Allí, el frío era inclemente y el sol alumbraba apenas. Se sentaron en un banco de cemento y mientras charlaron contemplaban los minaretes de la Iglesia Ortodoxa. Bayron sintió necsidad de volver a besarla con intensidad, con fuerza de posesiva; pero aflojó su abrazo y sus besos se hicieron mucho más suaves. Se daba cuenta de su propia brutalidad y esa no era la forma de estimular unos labios tembloros e inseguros. Rosa que ya empezaba a sosegarse, le contó su rutina en el Samovar; habló de prisa y entrecortado, diciendo que muy pocos turistas compraban antigüedades en esa época del año. El ruso- un hombre parco y siniestro, según su opinión-, lucía una condecoración de guerra y ostentaba un brazo ortopédico. Todo, en el vetusto Samovar, olía mohoso y el semblante de anteojos redondos, atisbaba con su único ojo a los visitantes que compraban y se iban rápidamente, quizá intimidados por su presencia...lo domingos, al salir de su trabajo en el Samovar, solía recorrer la zona del caminito... Bayron escuchaba a medias porque - al aludir Rosa a lo siniestro del dueño del Bazar- le remordió ser como era: no sabía explicarse que veía ella en un hombre de fondo cruel. Tal vez ese fondo despiadado y patético, inspirasen su compasión y su amor. En tal caso era una amorosa piedad mucho más fidedigna que algo real pero interesado. En el taxi, ella descansó la cabeza en el hombro de su amado. Se sentía dichosa y dijo con picardía: - Sería lindo ir otra vez a Escobar. El taxi recorrió Montes de Oca hacia el centro y Bayron veía con ojeriza el paisaje edificado de una ciudad que avivaba sus instintos más deplorables. Aun derruida, era preferible la casa de Escobar donde su hermano y él fueron criados. Habían ido a esa vieja casa con Rosa el verano anterior y en el invernadero hicieron el amor. Esos momentos lo compensaban cuando debía permanecer en las sombras. Recordó que al finalizar el acto amoroso, empecinados en apretar en sus almas esos instantes fugaces y esquivos, habían reído a carcajadas. Bayron se sujetaba ahora a ese nítido recuerdo pero un ramalazo de otro recuerdo lo suplió: sus padres muertos prematuramente llenaron ese espacio de su conciencia. Salieron del hotel alojamiento después de dos turnos y llegaron a plaza Constitución a la hora que la enjambre humano se desgaja en las enormes bocas de la estación de trenes y hacia todas partes con bestial desesperación.Casí todo el martes estuvo en el cuarto de la Pensión mirando desde la ventana el movimiento incesante de la avenida y del estacionamiento. Ese día el delirio informativo que daba cuenta del atentado en el Puerto, acreció. Por otros comentarios supo que todavía no se focalizaba a los responsables. A la hora de cenar, con las solapas de su gabán ocultando el perfil de su cara pétrea, frotando sus manos frías, entró al Fondín del Puerto. En ese sitio debía encontrarse con Posadas. Una treintena de parroquianos (estibadores y marinos) empezaban a cenar en el ruidoso lugar. Los que más aturdían eran los que no había parado de beber cerveza y estaban a punto de embarcarse.Un fornido guardia, revoloteó donde estaba Bayron, tenía una expresión amigable y lo invitó con un trago. El tema salió muy pronto a relucir. El guardia comentaba pormenores del atentado del viernes y dijo: " Mancomunados con los de prefectura ya agarramos a dos sospechosos." _ Me imaginó- repuso Bayron clavándole la mirada- que los mandarán al paredón. Al guardia le extrañó el exabrupto. Observaba el rostro sulfurado de Bayron con cierta indecisión, pero luego dijo muy seguro:- Pierda cuidado compañero, sean quienes sean pagarán como Dios manda." Bayron hubiese querido decir que no era cuestión Divina sino exclusivamente suya pero se rió de sí mismo. Por la húmeda opacidad de la vidriera vio alejarse al guardia en dirección a las oficinas del astillero férreamente vigiladas. Esperó a Posadas en vano. Esa noche frecuentó el insomnio. El miercoles lo llamó a cabotaje. " Salió muy temprano y no sé si vuelva- respondieron de la oficina. A la hora del almuerzo del día siguiente, se comunicó con Rosa a la casa. Ella insistió en que disponía de esa tarde para que pudieran verse. Insistió conmovedoramente. Bayron, suponiendo un muro que tenía que derribar para salir del suspenso en que lo había puesto Posadas dijo: " Ahora no Rosa, estoy en un asunto que espero cobrar..." Y anduvo toda la tarde vagando por la ciudad echando puteadas al mentiroso de Posadas. Esa noche retornó a la Pensión tarde e indescriptiblemente cansado. Recordó que el lunes, durante el trayecto hacia el hotel, Rosa lo abrazó sin prejuicios.Parecía empeñada en contagiarle su excitación y en vencer su estado imperturbable y ajeno. Impulsada por la pasión necesitaba compartir su amor y, en la habitación, al hundir él sus manos fibrosas en la masa de cabello sedoso, que al caer de lado volvía más sugestivo el rostro que lo asediaba, advirtió que Rosa lo amaría para siempre, aunque él dejara de quererla, aunque desapareciese de su vida.Después se durmió contra su cuerpo y él la contempló con admiración porque tenía presente su sorpresa cuando le prometió que se irían al Uruguay para empezar una nueva vida, " una buena vida" así le había dicho. La propuesta no era ilusoria.¿Por qué no llevar una vida común como los demás? Tendría dinero de sobra para eso... _ ¿ Me vas hacer tu mujer, flaquito?- dijo Rosa y frunció la cara cómicamente, pero enseguida quedó pensativa; prestaba atención al ronquido constante del pecho de Bayron que mientras dormía era convulsionado por la tos. _ Rosa, mirá- dijo al salir- ya no quiero estar más en esta ciudad reventada. Rosa enmudeció, conocía la aversión de Bayron por Buenos Aires. Esa mañana, aguardando a Posadas en un café de Corrientes, Bayron pensó que una vez finalizado " el encargo" debía irse de la ciudad o terminaría "boleta". Fue esa la primer entrevista con su contacto y Posadas había acentuado reiteradamente lo de "un trabajo limpio, sin señales" _ Fui cuidadoso siempre así que no me imponga condiciones- repuso agriamente Bayron. Y luego trató de suavizar su dureza invitando a Posadas con otro trago, que este aceptó de buena gana. Los labios de Posadas eran imperceptibles y su faz cínica, aunque esa tarde se mostrase afable igual rezumaba desabrida. _ Lo sé bien- dijo- los amigos comunes siempre hablan de sus "hazañas". No crea que tengo nada personal, le aclaro...pero sí exigencias de los que pagan. Ellos saben perfectamente a que se juega (extendió un sobre). Tampoco transigen en esto. Ahi va la mitad de lo acordado (vaciló un instante y lo miró con fijeza),¿ le parece que nos veamos cuando todo acabe y en el fondín del Puerto arreglemos el resto? Aclaró el día y la hora y se levantó. Estudiaban mutuamente sus reacciones. Bayron percibía la contracción de furia que los asemejaba. Más tarde se arrepentiría de haber aceptado aquellas condiciones. Las palabras finales de Posadas fueron: " Si surge alguna complicación acá tiene mi número de la oficina de cabotaje...ah, buena idea que haya pensado irse del País... Lo llamó otra vez el jueves. Posadas después de excusarse por no presentarse en el Fondín, describió en forma parca cómo estaban las cosas: " Nos bloquearon los fondos, clausuraron el astillero y la aduana-dijo- ¿ se dará cuenta que quieren sindicarnos? _ Será como dice, pero no por falla mía- replicó Bayron. _ Es aconsejable esperar- agregó Posadas con voz extraña. Posadas se daba cuenta que todo se iba al diablo, una vez empezada la cacería caerían de a uno por vez. Esa noche la lluvia firuleteó en el adusto rostro de Bayron a medida que se acercaba al Fondín. Posadas había dicho además: " No hay que apurarse ni arruinar las cosas" Bayron abstraído contestó: " está bien esperaré." Antes llegar a las inmediaciones del Fondín, había divisado a "los perros de prefectura" diseminados en el rigor de la vigilancia. La figura alta de Bayron se desperfiló al entrar al recinto de marinos sedientos. Por la vidriera aventada con el guante, acechó la zona de embarque. Del lado opuesto, la niebla envolvía las edificaciones de la Aduana y sus oficinas. Como a las once de la noche, sin depertar interés en los parroquiano salió; se internó en la neblina, caminó costeando los galpones y respondiendo tardíamente a Posadas..." no arruinaré nada, resolveré el asunto a mi modo." Avanzaba hacia las oficinas de contornos borroneados oyendo la sirena del buque que partía. Al emboscarse divisó la custodia, charlando y fumando. Le fue sencillo urdir la manera de entrar sin ser notado. La falleba de la ventana balancín trasera de la oficina de pagos cedió con facilidad. Mientras compaginaba los códigos con el sensor para lograr abrir la caja fuerte empotrada en la pared, debajo del emblema caduceo, pensaba en Rosa, en su cara dormida y plácida del martes en el hotel por hora, cuando todavía no oscurecía y el cielo se apagaba con un celeste pálido. La tenía a su lado, con una pierna cruzada sobre las suyas y la mano, en forma alternada, descansaba en su regazo y en su pecho; el cuerpo aún ardiente de Rosa parecía desafiarlo con su ternura. Al salir del hotel, temiendo nuevamente que aquellos instantes se les escapara, estuvieron un rato abrazados, emocionados y felices. Verificó con el sensor hasta que los números coligaron y la abrió. Evitó valores y fajos encitados de pesos; guardó en el bolsillo interior de su gabán seis fajos de diez mil dolares cada uno. Al perderse en la dársena rumbo a la salida del puerto, tenía la certeza de haber muerto al guardía que lo había interceptado. Lo había visto boquear y al huir lo había visto oscilar sobre sus rodillas y caer como si la vida se le derrumbara. Desde ese momento comenzó la incertidumbre que ya no lo abandonaría. Se imaginó destinado a cruzar (en una huida interminable) un puente gigantesco, una fuga infinita sobresaltada por el recuerdo de Rosa. Hizo un largo trayecto en colectivo para llegar a la concesionaria de su hermano Julián López. Se parecían físicamente aunque el otro era menos flaco y desgarbado. Idéntica era la aspereza de la voz, el recelo al mirar y la serenidad al contabilizar los fajos de dólares que le entregó.Estaban a solas en un ala administrativa de la concesionaria. _ Te hice en Tucumán hasta ahora...- dijo Julián cuando escuchó la voz de Bayron por teléfono un día antes. Ahora Julián guardó el dinero en un maletín y anotó la cifra en su agenda. " Es demasiado, sumándole lo que tengo guardado" dijo. _ Bueno, ya sabés..., no debo tener sobresaltos en el futuro. Bebieron un par de copas de grapa, silenciosos y fumando pensativos. De pronto Julián descruzó su larga pierna. Había acercado su rostro al de Bayron y lo escudriñaba. _ Espero que de acá en más tengas cuidado- dijo- ¿ vas a ir con ella? _ Sí, dijo Bayron y un leve temblor vibró en sus labios- De acá a mañana necesito pesos. Saldaré la deuda impositiva de la casa de Escobar y te dejo a cargo para la venta. Julián preparó un cheque con una cantidad estimativa y otro para viajar e instalarse en el Uruguay. La suma era abultada e hicieron los cálculos. Bayron podría transferir del Banco Nación a una cuenta que poseía en Montevideo. Estuvo recorriendo Escobar de un lado a otro porque no hallaba la escribanía de Esquivel reinstalada en otro punto de la ciudad. Se sentía mal. Los recuerdos de su niñez allí lo asfixiaban, presentía algo extraño, la imagen del puente por donde escapaba hacia la infinitud se bifurcaba, por un lado desmbocaba en una ciudad deslumbrante y por el otro en un valle desierto. Por lo que veo se hartó de mandarnos avisos- le dijo a Esquivel hijo. Estaba irritado, Matías Esquivel reemplazaba al viejo de espalda encorvada que había muerto un par de meses atrás. _ Señor López, vea, me gustaría que entienda que mis avisos fueron amistosos. La vinculación de tantos años entre mi padre y su familia... _ Déjese de joder con todo eso y diga cuánto se debe... _ Esquivel hijo puso cara de desdicha: hizo lo que se le pedía como autómata. Sumó además los gastos de las reparaciones que se harían en la vieja casa a partir de ahí en venta. Fueron a inspeccionarla. Estaba ubicada a un par de Kilómetros de la Panamericana y Esquivel evaluó los daños: el interior enmohecido, descascarado, los ventanales sin vidrios, las tejas dispersas, el patio agrietado por la excesiva vegetación que invadía el frente bolseado... _¡ Estragos del tiempo!- dijo Esquivel- pero va a quedar flamante para la venta. Retornó a la Capital con el ánimo aplastado. El pretérito se volvía absurdo, carente de consistencia ningún hecho significaba algo. Los pasajeros que en cada estación trepaban al vagón pertenecían a una realidad que Bayron desconocía. La concepción de dos realidades se le impusieronde nuevo; en una se comunicaba de nuevo con sus padres; en la otra escapaba seguido por un rumor de voces incoherentes hacia la felicidad. La ultima visión que tuvo antes de caer en la inconciencia fue que sus padres lo observaban y se burlaban de él. En retiro se comunicó con Rosa. Ella notó su extremada agitación _ Nos vamos esta misma noche, Rosa- dijo _ Pero, no puedo estar lista en dos horas, Bayron, mejor dicho, puedo estar vestida, mi amor pero ¿ y las valijas? Dos horas más tarde se verían en Constitución. Irían en un taxi y abordarían el Ferry con tiempo de sobra. Quería comprar algún obsequio para Rosa y aquel sentimiento puro de felicidad se bosquejó de nuevo como una conquista impensada, como una emoción positiva, apenas presentida, apenas atrapada. No advirtió el impulso que lo hizo encaminarse al Puerto. El escenario se asimilaba a la noche del asalto a la oficina de pagos. Oía claramente las voces de los marinos que entonaban canciones y gritaban en el Fondín y los plasch de la superficie del río contra las quillas de las embarcaciones. Estuvo detenido en el muelle observando aquella superficie acuosa maloliente. Cuando avanzó hacia el embarcadero, presintió a sus espaldas las dos sombras amenazadoras y procuró responder a los disparos agachándose, sacando su reluciente 38. Enseguida se escuchó un plasch neto en el agua y, poco después, ante la aviesa mirada de los guardias, el cuerpo de Bayron asomó con el pecho destrozado.
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