Alejo (Cuento)
Publicado en Jun 08, 2010
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Alejo está solo, alejado de todos; triste y solo en el "Bar Progreso" de Madrid de la calle Santa Engracia, número 42. En el barrio todos huyen de él al verle llegar con aquellos trajes raídos, harapos del tiempo pasado, sólo recuerdos de un ayer de esplendores y promesas basadas en la avaricia de obtener el poder a través de la lujuria. En el "Bar Progreso" de Madrid todos procuran sentarse muy lejos de él; cuanto más lejos de él se sientan se sienten mucho mejor. Es como un anciano a pesar de su todavía poca edad que hace que debería estar mucho más jovial. Pero la ambición de vivir a costa de los demás hasta amasar una gran fortuna ha sido su fracaso final. En el "Bar Progreso" de Madrid, hoy, ha entrado un poven poeta con su cuaderno bajo el brazo y que es un total desconocido en la barriada. El joven poeta se ha sentado en la mesa más cercana donde se encuentra Alejo que está, al parecer, llorando o eso piensa el poeta...
- Oiga, joven -se le acerca un hombre de mayoría de edad- no es aconsejable que se sienta ahí. !Véngase con nosotros porque somos hombres honestos y por eso tenemos la buena costumbre de invitar a una consumición a quienes entran por primera vez en este Bar!. Eso que está viendo usted no son lágrimas sino de cocodrilo o acaso sólo reflejos materiales de su avaricia nada más.
- Muchas gracias, caballero. Gracias por su invitación... ¿pero por qué es peligroso sentarse junto a este anciano?.
- Ese hombre que está sentado tan cerca de usted ha acumulado una gran fortuna explotando a todos nosotros. Nos hundió en la pobreza mientras se llenó sus bolsillos de monedas a costa de nuestros esfuerzos. Mas todo lo malo se paga después. Ya lo ve, ahora es sólo una especie de muerto viviente nada más.
El joven poeta miró a a quella especie de mendigo. Su rostro era sólo un rictus de amargura y de dolor.
- Pero... ¿no ve usted que está sufriendo?.
- Es un sufrimietno falso, joven, no le haga caso ni tan siquiera le mire. Está intentando engañarle como hace siempre con todos los que no le conocen bien. Nadie de nosotros le regala ya ni un sólo euro. Siempre se aprovecha de las gentes generosas e inocentes, hasta de sus propios hermanos, que creen en lo que sólo es pura apriencia. A pesar de cómo le ve usted, es sólo un disfraz. Le aconsejo que se aleje de él ya mismo y se venga con nostoros a pasar un buen rato charlando. Olvídele. Pase de él. Todos sabemos que ha amasado una inmensa fortuna que tiene escondida en su casa. No se le acerque tan siquiera. Hasta explota a sus propios hermanos que tienen que pagar todo lo que él consume.
- No puede existir una persona tan malvada.
- ¿Cómo que no?. El fue el que mató a su padre y después mató a su madre.
- ¿Cómo murió su padre?.
- De pena. De la pena que le produjo ese tal Alejo cuando destruyó a la unidad familiar.
- ¿Cómo murió su madre?.
- De dolor. Del dolor que le produjo ver cómo su hijo más preferido la abandonó cuando más le necesitaba. Pero... ¿cómo se llama usted?.
- Mi nombre es muy común en España y en este mi querido Madrid. Por eso no importa. Llámeme Caridad.
- ¿Pero Caridad es un nombre de mujer y usted es un hombre, joven todavía, pero un hombre?.
- Sí. Pero ese es el nombre de mi mujer.
- ¿Está usted casado?.
- Casado con Caridad y con dos hijas. ¿Saben todos ustedes, nobles y sencillas personas, qué significa Caridad?.
- Tenga cuidado con su esposa... que él no la vea... sabemos que está deseándola para poseerla... !es así de vil y ruín!.
- No se preocupe por mi esposa. Sé perfectament cómo cuidarla y nunca la verá jamás. Si es la persona que creo que es ya la escondí varias veces cuando la quiso atrapar entre sus brazos.
El hombre noble y sincero del Bar "Progreso" quedó callado.
- Todavía no me ha contestado a la pregunta de que si saben todos ustedes lo que significa Caridad.
- Yo me llamo Bernardo. Don Bernardo de Moratalla. ¿Desea o no desea que le convidemos a una consumición?.
- Soy un hombre agradecido. Por supuesto que les admito ese detalle humano. Pero no estoy mendigando nada. Sólo lo acepto por amistad con las gentes nobles y sencillas. Pero dígale, por favor, a todos sus compañeros que les agradezco el detalle y dígale al camarero que por favor me sirva lo que ustedes quieran pero en esta mesa y que le sirva lo mismo a ese tal Alejo.
- Verá... !abra los ojos bien!... ¿Qué le pasa, con perdón, joven?. !No le estoy diciendo que tiene amasada una gran fortuna escondida debajo de su colchón pero que se hace pasar por mendigo para atrapar a las gentes generosas e inocentes como sus propios hermanos o usted mismo!.
- Escuche. Soy generoso, sí. Pero no tengo nada de inocente. Le digo que estoy totalmente seguro de que sé quien es ese tal Alejo y que ya escondí varias veces a mi esposa Caridad cuando intentó atraparla para poseerla.
- ¿Usted sabe que está casado?.
- Lo sé. No es un secreto para mí.
- Se puede ser generoso pero no hasta ese punto si es que sabe usted quién es.
- Bien. ¿Sabe que Caridad significa tener compasión de los necesitados y hasta perdonar a nuestros peores enemigos?.
- Eso es de Jesucristo. Eso es una locura.
- Soy critiano. Puede usted libremente llamarme loco... pero los cristianos, para este mundo de lujurias, avaricias, ansias de gloria y poder, los locos son los que viven así.
- Está bien... está bien... le diré al camarero que le sirva un buen plato de lentejas... ¿quiere usted que le convidemos a un buen plato de lentejas?.
- Siempre que le conviden ustedes a ese tal Alejo a otro plato de lentejas como el mío estoy de acuerdo y lo acepto.
- !De eso nada!. !A ese vil y despreciable Alejo que sólo sabe beber vino tras vino hasta emborracharse con las limosnas que le dan los ingenuos como usted, joven, nosotros, los parroquianos de esta barriada no le regalamos ni un vaso de agua!.
- Insisto en que no puede existir una persona tan malvada.
- Pues la realidad dice lo contrario.
- Pero la realidad de los cristianos es otra distinta a la realidad de este mundo.
- O sea, que me dice usted que conoce la realidad de este mundo... ¿y todavía nos pide que le invitemos a ese Judas asesino a que le invitemos a un plato de lentejas?. Si es usted un verdadero cristiano ya sabrá la historia de Esaú y Jacob.
- Me la sé de memoria.
- !No!. !Nosotros decimos que no!. A usted enseguida el camarero vendrá servirle a esta mesa, lo cual ya es una temeridad por su parte, pero a él no. !No!.
- Bien. Entonces acepto su plato de lentejas y dígale al camerero que le sirva a ese tal Alejo lo mismo que a mí y no se preocupe que el plato de lentejas que le sirvan a él lo pago yo de mi bolsillo.
- Está bien. Está bien. Será como usted dice, joven, porque se le ve sano y sincero de verdad. !Pero nosotros no le regalamos a ese tal Alejo ni un vaso de agua!. !Y tenga cuidado con que no atrape a su esposa!.
- !Jamás la verá!. !Siempre la oculto a sus ojos!. Y ahora voy a hacer otra cosa para que vean que no hay que tener ningún miedo de él. Me voy a sentar en la misma mesa que ese tal Alejo para comer junto a él!.
- Pero... ¿está usted loco?.
- Para este mundo infernal en que estamos viviendo sí. Para Jesucristo no. Y eso es lo único importante. Me siento frente a él para mirarle directamente a los ojos.
- ¿Y por qué quiere mirarle a los ojos?.
- Porque sé quién es.
- ¿Y aún así desea mirarle a los ojos?.
- Sí. Para decirle con mi mirada sólo dos cosas mientras comemos los dos platos de lentejas... y me sé de sobra lo que pasó entre Esaú y Jacob pero yo estoy pensando en lo que pasó con José y sus hermanos que también es bíblico y verdadero.
- No lo entiendo.
- Se lo voy a decir más sencillo. Le voy a mirar directamente a los ojos para decirle estas dos cosas: la primera, que le he perdonado todo lo que hizo durante tantos años contra mí y la segunda que jamás verá a mi bellísima esposa Caridad. Sé que ni se dará cuenta.
- !Es capaz de intentar matarle lo mismo que hizo con su padre a través de la pena y con su madre a través del dolor. A usted interará matarle a través del sufrimiento.
- Pues verá usted cómo no puede hacer absolutamente nada contra mi y muchos menos contra mi bellísima y joven esposa que sé que la está deseando poseer y ni tan siqueira contra mis dos hermosas niñas.
Ya no hubo más conversación. Poco después el camarero, con mucho cuidado y asqueado de aquel tal Alejo le sirvió un plato de lentejas y luego fue hacia la mesa de aquel desconocido que prefería que le llamasen Caridad y le sirvió otro plato de lentejas similar.
- !Tenga mucho cuidado!. !No se le ocurra sentarse en la misma mesa!. Si cree que está llorando no es verdad. Miente como los cocodrilos. Son lágrimas de cocodrilos para que usted le diga dónde hayar a su bellísima y joven esposa.
- Déjelo todo de mi parte. Estoy seguro de algo que ustedes no saben todavía.
- ¿Qué cosa es ea que no sabemos?.
- Algo que van a comprobar con sus propios ojos y que se resume en los siguiente: yo sí sé quién es él y todo el daño que ha hecho pero él no tiene ni idea de quién soy yo. No se va ni a enterar porque me proteje el Espíritu de Dios.
El camarero se alejó encogiéndose de hombros. Y cuando el joven que prefería que le llamasen Caridad se sentó frente al vil y ruín Alejo todos quedaron en completo silencio por ver que sucedía.
Alejo levantó la vista. El Soñador joven poeta que prefería que le llamasen Caridad también la levantó. Lo que sé entonces es que Alejo, el terrible y temible Alejo, el monstruoso y tenebroso personaje de la barriada causante de la muerte de su propio padre y de su propia madre, bajo inmediatametne la cabeza y comió con ansiedad el plato de lentejas... mientras Caridad comía con toda tranquilidad y sin dejar de mirar a su mortal enemigo.
Una vez terminada la comida, El Soñador poeta Caridad sacó un billete de 100 euros y se lo quiso dar en la mano derecha de aquel tal Alejo quien la apartó como si un rayo se la hubiese quemado. Todos vieron como le dolío como si se la hubiesen quemado pero no se quejó. Tampoco el joven poeta se resintió por ello, sino que de dejó el billete de 100 euros sobre la mesa y salió tranquilamente del bar "Progreso", caminó por la calle de Santa Engracia y se dirigió a la Biblioteca Central de Madrid. Allí se sentó tranquilamente a leer la novela titulada "Las sandalias del pescador" que había escrito, en 1963, el autor australiano Morris West.
Alejo se quedó todo el día sentado en aquella mesa sin saber absolutamente nada de quien era aquel joven que no sólo le había invitado a un plato de lentejas sino que, además, le había regalado un billete de 100 euros que no se atrevió a tocarlo para nada. Después, al llegar la noche, se fue siempre solitario a su casa, a seguir contando la enorme cantidad de monedas de cien euros que tenía guardadas debajo del colchón de su cama.
!Jamás supo que aquel joven poeta era su verdadero hermano!. !Jamás supo eso y jamás supo cómo era de bella y hermosa Caridad, la esposa de su hermano!. Lo único que supo es que aquel billete que le había quemado la mano era intocable y que sólo el humilde camarero lo cogió tranquilamente y lo guardó en su caja registradora por ver si volvía algún día el joven poeta a por él. No. Nunca volvió el joven poeta a por el billete. Él era feliz con la fortuna que tenía con su bellísima y joven esposa Caridad y sus dos hermosas niñas.
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Foto del autor José Orero De Julián
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Descripción

Cuento.

Palabras Clave: Cuento.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Moraleja & Fábula



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