Alguien (no me acuerdo ahora quien fue) dejó escrito que "si el lenguaje es la casa del ser, el viento se ha llevado el tejado y las palabras parecen niñas perdidas bajo la lluvia". Así que yo pienso, en base a dicha frase, que escribir supone buscar saltamontes, porque son saltamontes los conceptos; escribir es buscar cigarras, porque son cigarras las ideas; escribir es buscar el devenir de todo lo transeúnte, porque son las frases caminos dondes se cobijan los puntos extensivos de nuestro continuo pensamiento.

En realidad, no existimos más allá de las palabras de nuestras bocas (agitadas siempre por el viento como marionetas sin hilos) y estas palabras, cuando se escuchan, son siempre los caprichos de nuestra ansiedad, las siluetas de alguna belleza asustada. Es quizás el miedo a quedarnos solos lo que nos hace escribir. Es el íntimo recuerdo de la cerveza tomada con el amigo o la amiga, del humo del cigarrillo que se elevó de nuestra mínima materia o el misterio de una noche en que estamos pensando solo en lo inevitable que es siempre nuestro estado de ánimo.

La síntesis de nuestros dolores y nuestras alegrías; nuestra angustia reflejada reflejada en el cóctel estético de nuestro inacabo canto de existencia; lo humano y lo divino de la vida; el delirio de nuestra sensación.

Escribir para destruir la realidad y seguir jugando alegremente dentro de la búsqueda de la utopía posible es siempre voluntad de nuestras palabras. Jugamos a ser secuestrados por las sirenas de esa voluntad; ser escuchados por millones de voces escondidas detrás del silencio. Grillos ruidosos flotan en el aire de nuestro destino. El mar de las ideas es lluvia refugiada en nuestras islas solitarias con palabras en forma de jeroglíficos errantes, páginas y más páginas prendidas en el seguir soñando. Al final nuestras palabras siempre desaparecen entre las sombras pasajeras del idioma como una melodía de otro mundo. Publicado por Diesel en 15:57