Entonces antes de partir te descalzaste, tus pies desnudos iban marcando los pasos que jamás volvería a vislumbrar. Un síndrome de perdida y alivio; desnudo sobre el rocío en el umbral de una mañana de otoño.
            Fue preciso pensar. Intentar descubrir lo que dibujaban esas huellas perdidas. Tus tristes llantos; tus malparidos reproches de nunca acabar.
            Entonces me perdí en mi memoria y nunca quise comprender lo que ya estaba dicho y hecho. Demasiado sonado para nuestros oídos corrompidos.
            Sin embargo pude salir de esa esfera y percibir como te marchabas; sin dar la cuenta de lo que hacías, de lo que te dejaba hacer.
            Fue penoso, quizás, algunas cosas nunca se descubren a tiempo. Pero quedo en mi ese recuerdo y un camino marcado por tus huellas. Permaneció necio y esquivo en la memoria. Allí; para cuando quiera revivirlo.
            Entonces tus huellas marcaron mi camino sin querer; tus huellas fueron sueños enfundados en neblinas de evaporación, son mi pasado y un rincón absurdo en el corazón.
            Fallé, no obstante, en el preciso momento. En fin, lo que quede por hacer y lo que pudo haber sido.
            Mi manera de comprometerme fue darme a la fuga.