"El Hombre que mira"
Publicado en Jul 04, 2010
La espera me mantenía atenazado y expectante a cada hecho, que en otras circunstancias, consideraría nimios o superfluos. Sentía que mis sentidos se aguzaban. Entonces el lento crepitar del movimiento del reloj, los ostentosos rayos de sol que inmisericordes reptaban por las rendijas de mi persiana; en tales cosas reparaba tratando de hallarles un significado. Todo me parecía una concatenación de hechos ex profesos que se me presentaban como arcanos de algún indicio; como si en la trivialidad de su monotonía hallara un mensaje que me hablara de mi naturaleza intrínseca. Sin embargo; estaba calmo. Entiéndaseme bien; hago referencia a que si bien mi estado interno no se hallaba ecuánime y la perspectiva de mi objetivo potenciaba mis sensaciones, al punto de que me mi corazón galopaba eufórico, mi sudoración se hacia mas copiosa (amen de lo caluroso del día) y la frecuencia de mi respiración era mas irregularmente atropellada que de costumbre; la serenidad que sentía se debía a que tenia la certeza de estar haciendo lo correcto, tenia la certeza de que no incurría en ninguna falta, tenia la certeza de que ella era lo que le necesitaba para mi vida.
El tiempo seguía en su discurrir austero, mas yo no podía establecer una idea objetiva de lo transcurrido desde que me había propuesto esperar. Solo el apolíneo disco que parecía aminorar en su altivo despotismo, y el trémulo y rugoso sonido del reloj eran los únicos elementos que me devolvían a esa irrealidad que era para mí el tiempo. Aun no se me presentaban señales de que apareciese aquella que cual relámpago fortuito anonadó todo mi ser. Pero no quería cejar en mi empeño, en mi espera; por lo menos no hasta tanto hubiese contemplado nuevamente esa prodigiosa figura que por ventura hoy conocí. “¿¡Y como no pensar ella!?”, me dije a mí mismo... Hoy cuando la vi, supe que mi vida no seria la misma. Ella es un antes y un después; un instante onírico, una imagen fugaz que pervivía en mi mente como un axioma: como un todo y una nada perfectos. La situación ocurrió así: Me hallaba mirando por mi ventana como acostumbro hacer cuando no puedo establecer un orden en mis pensamientos. El sentimiento de soledad que me invadía era agobiante y desangelante. Anhelaba un instante de paz en mi corazón, mas aun lo reclamaba con una furia contenida que me quemaba las entrañas. Le exigí a Dios que me diera paz y amenace con quitarme la vida. Entonces en ese preciso instante, observe una mujer que caminaba en dirección a la casa que se hallaba frente a la mía. No tuve ninguna dilación en reconocer que tenia la tristeza en el cuerpo; la tristeza era un aura que la envolvía y la engalanaba potenciando sus atributos físicos. Una mujer ataviada de una tristeza de tul refinada .se me hizo exquisito de contemplar!. Momentos antes de que entrara a su casa, levantó la vista en dirección a la que yo me encontraba... ¿Cómo describir el éxtasis palpitante que sentí en mi piel? ; sus ojos gélidos e inertes me miraron sin expresión, sin embargo pude distinguir que también ellos estaban emperifollados con el tafetán de la tristeza. Instantes después ella entraba en su casa y yo me “auto-decretaba” a la idea de observarla, de aprisionarla con mi mirada, de entender el por que creía que su tristeza era la respuesta a la mía. Para ello, como he dicho, entorne mis persianas y me puse en vilo a esperarla. Ella pasó rápidamente y abrió la ventana que estaba enfrentada con la mía y luego la vi entrar en una habitación contigua. Por fortuna nuestro pueblo es terriblemente apacible, y en un caluroso domingo como este las personas se parecen mas a una idea de fantasmagoría que a una realidad apreciable. Mi calle cuando menos era un pasaje bastante desolado, y solo de cuando en cuando esa petulante soledad era enturbiada por algún molesto y ensordecedor ruido de automóvil que transitaba esta calle de soledad. ¿En summa, que sabia yo de ella? Maldecía mi recurrente apatía, por no haber prestado atención con anterioridad a esta persona. Sabia que había llegado junto con su pareja a este pueblo hacia casi un mes; además se decía que no llevaban mucho tiempo conviviendo juntos. El resto de mi conocimiento solo me había llegado de comentarios de algunos vecinos que con sus vulgares maneras me referían los pormenores y toda una sarta de inferencias, improperios y elucubraciones que sostenían acerca de la pareja. Según decían se habían mudado recientemente a nuestro humilde y sobrio lugar por algunas desavenencias económicas y otros factores de tintes mas oscuros. Pero sobre estos respectos los maliciosos comentarios de los ignorantes vecinos no establecían hipótesis contundentes ni mucho menos concretas. Así algunos hablaban de conflictos y endeudamientos con personajes inciertos y dudosos, otros menos pletóricos en sus majaderías asumían que buscaban rehuirle a la ajetreada vida que llevaban y para ello habían elegido nuestro mas humilde, pero también apacible pueblo; incluso se llego a especular que habían perdido un hijo y que por las noches su espíritu se le presentaba en sueños. En definitiva, la gente se estructuraba y se aferraba a una amplia gama de mitologías acerca de la joven pareja que llegaban a rozar lo burdo e irrisorio y no estaban sostenidas bajo ninguna evidencia sólida. Yo no podía dejar invadir la imparcialidad de mi juicio con la ingente retahíla de invenciones de mis vulgares vecinos. Pero sí admito que el personaje que hacia el papel de su marido nunca me agradó. Hoy era la primera vez que pude verla a ella en su totalidad, ya que parecía nunca salir de su casa y mostrarse muy poco; mas él, me parecía la contradicción en sí misma y así como asumí que ella se hallaba enfundada en su galante tristeza, él me pareció arropado en los jirones de la bellaquería. Volviendo a mi accionar presente, mientras seguía en mi actitud “voyeurista” yo me preguntaba; ¿Qué era lo que estaba haciendo ella en esa otra habitación?, en esa otra parte de la casa en la cual no podía reparar. Esforzaba mis sentidos lo máximo que podía para intentar socavar algún pequeño retazo de información mas lo único que conseguía era percibir sonidos confusos: una maza atenuada de palabras, seguramente ella hablaba en voz alta consigo misma ya que no distinguía otro timbre y no había visto entrar a nadie mas en el lapso comprendido desde mi espera; solo que a la distancia a la que me hallaba podía percibir sus palabras como un ininteligible murmullo. También, siempre patente, se sucedían sonidos de movimientos; como si fuera por dicha estancia acomodando cosas acá y acullá, de manera algo acelerada y ansiosa. Por lo menos esas eran las imprecisas impresiones que lograba figurarme. Tiempo después se sucedió un periodo de “silencio absoluto”. Es decir, excúseme el oxímoron, ya que el silencio no existe para los seres humanos, pero en este caso ya no podía percibir ningún sonido o indicio que me demostraran que la susodicha se encontraba todavía en aquella habitación: ya no escuchaba el jaleo de muebles y de constantes pasos que antes se venían sucediendo de tanto en tanto; sino que parecía haber detenido su actividad. Ya no podía percibir esos sonidos que me alentaban a continuar la espera, entonces el silencio absoluto al que refería lo sentí en mi ser. Volvía a instigarme el fantasma de la soledad... Soy una persona calma y prudente, considero tener un juicio justo y para nada arrebatado pero en este caso no pude evitar imbuirme de una inagotable serie de irracionales y perniciosos pensamientos, y lo que un instante atrás categorizaba como un silencio impoluto ahora se convirtió casi desesperadamente en una caótica aglomeración de sofismas e hipótesis; en una ansiedad manifiesta por saber que ella aun continuaba allí. ¿Podía haberse dado cuenta de alguna manera que la estaba espiando?, ¿Podría escapar por algún lado de la casa que no había considerado?, o peor aun; ¿Podría ella haberse dado muerte?... Esta serie de pensamientos correspondía con mi impulsiva necesidad de poder verla, y solo fue un arrebato. Razone que mis falaces suposiciones no me llevarían a nada e intente seguir observando mas sosegadamente, como venia haciendo desde hace horas. Al tiempo que yo me debatía internamente en estos diálogos, voló en la habitación de ella un objeto contundente que no pude reconocer con exactitud. Primero considere que se trataba de un libro, mas tarde me pareció una caja o algo pequeño pero duro. El hecho fue que este objeto impacto fuertemente contra una de las paredes que alcanzaba a ver desde mi perspectiva, causando un sonoro exabrupto que rompía radicalmente con la monotonía que se venia manteniendo en aquella casa a la vez que lo hizo en parte con dicha pared. ¿Qué sucedió en ese instante de silencio absoluto?...quizás nunca lo sabría. Mas aun mi sorpresa fue “in crescendo” cuando pude percibir sollozos que provenían de la habitación en la que ella se encontraba. Ahora no tenia lugar a dudas: ella no era feliz. Yo que era un tipo razonable y excesivamente juicioso me deje invadir por esta certeza. No podía probar la veracidad de esta aseveración, solo puedo alegar que lo sentí. Lo sentí como nunca había sentido algo con tanta seguridad; sentí que estaba en mi naturaleza, que entre nosotros existía una comunión, una empatía que el destino nos había trazado; sentí que yo podría llenar ese vacío que, sin lugar a dudas, ella sentía. Me la figuraba como una exquisita ninfa derramando sus pueriles lagrimas. Entonces me di cuenta cabal de que había oscurecido, quizás lo hubiese percibido como un rutinario suceso mas al que no le daba importancia, pero tan caviloso e imponderable como me sentía supe sin dudarlo que la noche nos envolvía en un fatal misterio, un causal designio que las mortecinas sombras me habrían encomendado a mi, “el benefactor de ella”. La idea fue tomando forma en mi cabeza, al principio incierta e infantilmente pero luego la entendí como una obligación quasi divina: yo debería asesinar al sujeto que se hacia pasar por su marido, pero que era el origen de la infelicidad de ella, yo debería borrar todo despojo sardónico de aquel canalla desconsiderado, ese Leviatán transmutado en un hombre común y corriente. Solo la altiva y omnipresente luna, esa metamorfoseada Artemisa, esa siempre vigilante luna sería el único testigo de mi digno juramento: Dar muerte al mal nacido ese... Me desperté... No recuerdo bien el momento en que el sueño me venció. Estaba tendido en el suelo, aún confuso divagando entre los colgajos de mis sueños y los siempre burlones rayos de sol que parsimoniosa pero indefectiblemente se hacían presentes. Lo que me trajo a la realidad casi golpeándome fue el hecho de ver la ventana de ella completamente cerrada, con sus postigos y persianas colocadas. Sabía que el telón de esta representación había caído; la escena había concluido. En ese momento reconocí que se acercaba el automóvil del sujeto que era su marido, el único hipócrita que parecía no querer dar por terminada la actuación. Recordé mis juramentos, y con una tranquilidad, quizás impropia en tal circunstancia, salí a comenzar la siguiente escena, la siguiente representación: La escena de la liberación... Matías Gómez, 17/08/09
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