EL VERANO QUE NO DEBIÓ OCURRIR
Publicado en Jun 05, 2009
Era una familia típicamente urbana. Tenia un departamento ganado al espacio aéreo en un enorme edificio de ciudad.
Era un matrimonio como cualquier otro, con dos hijos, como casi todos. Hacía quince años que estaban casados o casi (hace tiempo que ya no festejaban los aniversarios de boda). Llevaban una vida normal con horarios establecidos y costumbres también establecidas, para que pudieran funcionar como deben funcionar los matrimonios normales. Cuando ella y él se conocieron eran distintos y se atrajeron, y luego creían recordar que se habían amado. Él era un muchacho de un barrio suburbano, pero no deseaba tener una vida como la otra gente del barrio. Ansiaba algo más, aunque no tenía muy claro que podía ser. Ella también era una chica de barrio, aunque tampoco coincidía con su idiosincrasia. Tenía sueños de cambiar el mundo (Ay...pobrecita). Y se dedicaba con obstinación a estudiar temas sociales para poder llevar a cabo su cometido. Un día se encontraron. Por casualidad. Entre miradas y discursos, entre contiendas y encontronazos se gustaron. Al poco de andar se querían y con otro poco de tiempo más se amaron (o algo así). Después, un tanto por costumbre o porque ya habían dejado de amarse bastante, se casaron, y en el departamento que compraron nacieron, sin anunciarse, los hijos. A medida que el tiempo transcurría iban adoptando los roles que las circunstancias les señalaban, también un tanto por costumbre y otro tanto porque no sabían que otra cosa podían hacer juntos más que trabajar, ocuparse de la casa y criar a sus hijos. Cuanto más tiempo pasaba más organizados estaban y comenzaron a adquirir tanta seguridad en lo que hacían que casi no se permitían "deslices insólitos" como ir a un cine o compartir un viaje de fin de semana solos. Casi todo estaba programado excepto por algunos detalles. Por las noches (no todas pero si bastantes) ella tenía sueños delirantes que la hacían transpirar y le dejaban la boca seca y el corazón latiéndole con intensidad hasta un buen rato después de despertarse. Ni bien se levantaba iba al baño y se lavaba muy bien la cara, se limpiaba los sudores y se ponía desodorante. Pero a pesar de eso su cuerpo seguía emanando, durante un rato, un olor a yuyos y a maderas, a sándalo y a jazmines, que ella intentaba a toda costa ocultar con sus ropas. Cuando terminaba de cambiarse, él recién se despertaba y no percibía nada porque había perdido la costumbre de percibirla. Al comenzar las tareas del día, ella se olvidaba de sus sueños, a no ser que en medio del gris de la ciudad, oliera en un puesto de flores callejero, el perfume de los jazmines. Entonces algo le pasaba que la perturbaba, pero enseguida volvía a observar la debida compostura que la caracterizaba. La vida familiar corría por un camino bien trazado, donde casi todo estaba previsto, inclusive las vacaciones. Desde que los chicos eran pequeños habían elegido para veranear una playa tranquila en una villa no tan lejos de la ciudad, por sí él tenía que regresar a realizar algún trámite. Iban siempre a la misma casa, al mismo balneario, en el mismo mes, con la misma gente. De esta manera evitaban los imprevistos que surgen en lugares nuevos con gente desconocida. No es que se divirtieran demasiado pero era la mejor forma que tenían de desencontrarse, como toda familia típica en un veraneo típico. Sin embargo hubiera sido preferible que ese verano no hubiera transcurrido y de esa forma las cosas hubieran seguido sucediendo como hasta el momento, sin interferencias. Pero el azar no se vende. En ese verano, durante unos días, él se ausentó de la villa para poner en claro algunos asuntos en el banco. Ella, naturalmente, se quedó con los chicos. Siempre que el tiempo lo permitía iban a la playa, en realidad, tampoco había muchas otras cosas por hacer allí, sino castillos en la arena y deshacer los que intentaban construirse en las cabezas. En uno de esos días, ella se quedó en el mar más tiempo para tratar de librarse de algunas algas que se le habían subido por los pies y le apretaban el pecho y la garganta. Cuando salió, con el cabello empapado y la malla pegada al cuerpo, se encontró por pura casualidad con un hombre, que parado en la orilla se mojaba los tobillos. Sin que ninguno de los dos lo previera, se miraron, y no se sabe por qué ella no pudo ya sostener sus sueños dentro de su cuerpo, y en tropel se le escaparon al mismo tiempo que se mezclaban con los del señor, que los tenía todavía mas a flor de piel, y junto con los sueños se les mezclaron los pensamientos, se miraron largamente y entendieron que ya no tenían tiempo para separarse, y así fue como se alejaron, aunque nadie los vio, porque los habitantes del lugar no estaban acostumbrados a prestar atención a las maravillas. Cuando el marido volvió los chicos seguían haciendo castillos en la arena.
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Margarita
Me ha maravillado tu forma tan expresiva y elocuente de expresarte. Eres aquél a quien, nosotros como cualquier ser humano que lleve dentro armonía, esencia espiritual puede catalogarte y elegir entre tantos buenos escritores a ti, a ese ser que proyecta ilusiones que cada uno puede desdoblary entrar con ellas a su interior. Eso me pasó a mi. Te llevo dentro como el que mejor me supo transmitir sus ideas .
Minerva
LUIS VILLASEOR MARTINEZ
GRACIAS JORGE.
LUIS
jorge giordani
un beso
Serena
MAVAL
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SALUDOS Y QUE TENGAS BUENOS DIAS EN TU QUEHACER DE ESCRITOR
ANIMO Y SIGUE ADELANTE!
MAVAL
Miriam
MAVAL
saludos y decir que estas historias hacen fuerza en lo que como personas
a veces olvidamos de preocuparnos de nosotros mismos y nuestros sentires...
Gracias por visitar mis textos y dejar tu huella
saludos cordiales.-
Maval
Anna Feuerberg
Humm...una mirada fugaz que despierta un diálogo silente entre los sueños y la piel. Esta frase es magnífica:
"...se miraron largamente y entendieron que ya no tenían tiempo para separarse, y así fue como se alejaron..."
Tu texto es bueno, fluye con claridad, no revolotea ni abusa de adjetivos y logra una atmósfera acertada.
Te felicito.
Un saludo muy cordial,
Anita
angela
oculta
Saludos oculta.