El sol estaba tan cálido y abierto,
Como las flores al costado del camino…
 
El cortejo era tan precioso…
Tan colorido e imponente para ella…
 
La divina princesita…
Cortejada, amada y custodiada…
 
Los corceles…
Las herraduras galopeando con elegancia…
La madera imponente de las ruedas de su carroza,
Avanzando en medio de los aplausos del pueblo,
Mientras partía la princesa de paseo…
Esta vez…
Deseaba conocer una cascada…
 
El era su custodio…
Su caballero…
El solo era para ella.
 
Y ella lo miraba…
Le sonreía disimulada, mordiendo sus labios,
Cada vez que el giraba su casco en dirección a ella…
Haciéndole temblar y acalorar su armadura…
Derritiéndolo sumisa bajo el sol ardiente…
 
Y así partieron…
Y del palacio se alejaron…
Húmedos, ambos… hacia la cascada…
 
A mitad del camino,
El caballero tensó las riendas de su corcel,
Y retrazándolo del frente del cortejo,
Quedo par a par con los ojos de su amada,
Pegado a la ventana de su carroza…
 
El esperó…
Y se animó a morderse los labios,
Con su casco en la mano…
Ella abrió la puerta de la carroza,
Mientras que esta circulaba…
De un salto trepo la montura de su corcel,
Divina, valiente y enamorada…
 
Y le ordenó:
 
-Caballero gire su corcel…
Lléveme lejos de aquí…
Demuéstreme cuanto me ama…
Y que tan hábil ha de ser
para morder y saborear mis labios…