Al final siempre empezaba por terminar diciendo lo mismo. ¿Vés? Y claro; por ese entonces... Ni te lo imaginabas.
    Una mañana cualquiera uno se despierta; sale al patio y respira. Percibe que algo ha sucedido. Puede ser natural que al principio exista una resistencia; una forma de entender algo y no admitirlo.
    Aquellas huellas existen y van más allá de lo que uno pueda notar.
    Una maceta que rebalza de agua, el cielo aún gris. Rastros de malezas que se empeñan en dibujar formas en el piso; algo que comunica. La escoba vencida y castigada en el más bajo suelo y una luminosidad casi adversa; como algo artificial que no demuestra el más mínimo símbolo de vida.
    Al principio nunca cuesta aceptar que ha llovido. La noche entera -Digo- A mar de olvido. Veo ese vidrio hecho trizas en el piso; el perro que pasa y mira, un sin sentido, un desorden evolutivo al fresco de una mañana que lo desmiente todo.
    Al final; siempre empezás por decir lo mismo. El tiempo que corroe todo. Desde arriba ves el piso y también pensaste -¿Qué podría cambiar por la mañana?- Desde tu cabeza al acertijo. Es más Señor -¡Aseguro que ha llovido!- ¿Cómo puede uno adueñarse de las cosas?
    Sentir el tiempo que transcurre en horas leves, incesantes, madres y capullos y velos, locos ceniceros, amores que se apagan y brillan, caen, sobrevuelan, arden aquí y allá. Silencios que entorpecen, nubes que marean y quejas desapegadas y murmullos y sombreros, pelos, dedos, uñas que lastiman, y amor; mucho amor y sonrisas, claveles que perdiste, tardes que marchitan; como niñitas jugando - Quiero aprender a saltar en tu soga- ¿me enseñás?
     Entonces es conmigo y caminás sobre la nada que proyecta eso que justamente nunca fuimos. Y ayer me enredé un pié y caí y sufrí y lloré porque ya no estabas y extrañabas eso que no soy. Porque vos y mi tango; la música que embellece mi poesía; renace y ser dueño de un lustrar, de una misión. De algún motivo y acaricio el nicho y me babeo y me meo encima, arrastrado por el piso y buscar entre ese balbuceo horripilante que enclaustra y lleva; ahoga en la marea y mata. Y adueñarse y soñarlo como en esa mañana con pizza fría y mate; y jugaba en vos y me sonreía y te miraba mirarme, sentado en bolas, en la silla de esterilla; y tu camiseta blanca que transluce tus pezones y tu bombachita negra. Descalza en la interminable libertad de nuestro living. Tus empanadas sobre mi vida y un amargo que chorrea y el perrito que espera la aceituna que vos misma relamías, lo que no querías dar. Miraba tus piernas y me sonreía y me adueñaba ¿Cómo puede uno equivocarse en tantas cosas?
     Se diría y vas hasta donde sabés volver y nunca te animabas entre los cines y los bares de la madrugada cuidad; entre la humedad y la oficina y hojitas que volaban en otoño y la sangre que corría a mediodía y mentiras como esas y corbatas diferentes y lentes de cortar el sol para descuartizar tus venas; cincelando eso que nunca estaba donde vos querías. Y partidas; muchas tuyas, de las que abusaste; y otras mías, de las que jamás volvieron. Y ego, techo, pinturitas. La valija se perdió en cualquier esquina; los besitos y saltitos humeditos del perrito al entrar y la puerta siempre abierta a cualquier cosa. Los días; el tiempo que corroe todo y te quedaste en todo eso y en la sonrisa que jamás tendrías. Te cansaste como un sueño permanecido en el sueño, consumido.
    Y una mañana vino Fellinni a despertarte con el diario y medialunas; con tu barba a medio pelo y tu calzoncillo cagado. Te vino a despertar de prepo; te miro desde lejos y se reía y el perro ya no estaba y vos dormitando no lo comprendías.
    ¿Cómo puede uno olvidar ciertas cosas?