Sin cajas vacas
Publicado en Jul 20, 2010
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Como cada mañana, el frescor matutino sacude mi modorra cotidiana, acrecentada por el tibio y pestilente aire de los túneles subterráneos. Con parsimonia subo peldaño a peldaño, mientras me invade el aire cortante, que se cuela inexorable a través de mis fosas nasales, desafiando mis esfuerzos por contener la respiración. Me atrae sobremanera ese momento de guerra de ráfagas: cuchillos cálidos que emanan del interior del subte luchando contra espadas congeladas de una fría madrugada de otoño. 
Una vez fuera, observo los pocos peatones que a esa hora deambulan con rumbo fijo: una nueva jornada laboral. Disfruto cada paso, sabiendo que la vida es ese instante y de nada vale correr. Al fin y al cabo, todos cruzamos la misma línea de llegada. Por eso hace tiempo decidí deleitarme en los senderos, deteniéndome el tiempo necesario para ser feliz. No corro, porque correr me da la sensación de pérdida: de tiempo, de espacios, de energía. No corro, porque cuando corro los paisajes presentes son imágenes difusas que apenas capto con mi visión lateral. Porque cuando corro, llego cansada a un lugar que en tiempo ya no es mío; y porque seguramente cuando lo alcanzo, ya debo correr rumbo a otro sitio más. 
En estas cosas medito cuando veo a la mayoría de los peatones apurados. No los comprendo y creo que ellos a mí tampoco. 
Y mientras mis botas saborean lentamente cada baldosa y mi mente divaga por caminos inconexos, mis ojos se posan en las habituales imágenes: el café que ofrece desayunos en promoción y siempre me tienta con las imágenes de las medialunas, el tacho de basura, el hombre que duerme en el porche del local y a veces sorprendo desmontando su pequeña casa de cartón, el drugstore de la esquina exponiendo desde temprano su mercadería, la farmacia aún cerrada…
Doblo la esquina y camino por Uriburu, que se presenta ominosa y oscura. Hago dos o tres pasos y de nuevo me topo con otro hombre durmiendo en el umbral de otro negocio. 
Como ninguna mañana, una ráfaga congelada me sacude por dentro. 
Mi mente se dispara y centellea una luz de alarma. 
¿Por qué hay un ser humano durmiendo en la calle? Pregunta mi voz interna. 
¿Por qué este hombre te llamó la atención y el anterior no? Responde otra voz, salida de algún recóndito escondrijo de mi cerebelo. 
Y una puerta a esa realidad se abre frente a mí. 
Y decido mirar hacia el otro lado. 
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Foto del autor Julieta
Textos Publicados: 31
Miembro desde: Jan 07, 2010
2 Comentarios 739 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

No miramos

Palabras Clave: Pobreza cirujas discriminacin miseria

Categoría: Ensayos

Subcategoría: Sociedad



Comentarios (2)add comment
menos espacio | mas espacio

daih

UH!!! la realidad se nos viene de golpe a veces como esa rafaga helada a nuestro corazon y obvio, eso nos pasa por detenernos a mirar de verdad sin apuros, sera por eso que siempre vamos apurados para no mirar??
ecelente amiga me han encantado tus historias, seguire leyendo por ahi. besos.
Responder
September 20, 2010
 

Julieta

Gracias por leerme, también estuve leyéndote. Simplificando, creo que en la vida hay tres tipos de personas: los que viven la realidad, inmersos en ella (y corren, y corren), los que la observan desde afuera, con ánimo crítico constructivo...y la tercera...los artistas.
Esa realidad se cuela por la piel, y por más que uno no desee verla...se incrusta en nosotros.
Responder
September 20, 2010

Julieta

fe de erratas: donde dice: "ánimo crítico constructivo" debería decir "destructivo"
Responder
September 20, 2010

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busy