Algo acerca de la triste y desdichada vida y partida de Arturo Belano
Publicado en Jul 20, 2010
Pasaron varios años hasta que volví a ver a Arturo Belano. Estaba más jodido que cuando lo perdoné aquel día. De por sí era un hombre triste, de semblante rígido y un aura de soledad que lo caracterizaba. La guerra había pasado por su pequeño pueblo y él, junto con otros hombres, se fueron a refugiar de la bola y la leva a las montañas. Ahí lo conocí. Intentando morder un mango podrido que a duras penas hubiera podido medio silenciar el hambre que se cargaba desde hacía casi tres días.
Su alma fatigada se movía de un lado a otro. Nerviosa. Impaciente. —Hora de irnos— le susurré. Se negaba. Se negaba a dejar atrás el jodido pueblo. Quería esperar a la parada de cruz. Quería esa prorroga. “No”, le respondí, pero él insistía, me rogaba, me pedía de rodillas por favor y al final acepté. Dejé su alma penante durante toda aquella semana. El domingo, domingo de ramos, volví por él a la media noche. En el pequeño cuarto, donde una mesita en una esquina con un cirio prendido y una foto de un Arturo Belano de tiempos mejores, dormitaba una anciana bastante carcomida por el tiempo. Junto a ella, el alma de Arturo Belano la consolaba en silencio, susurrándole mensajes de amor al oído sordo por la edad. —Hora de irnos— le dije. Besó la mejilla cuarteada de su anciana madre y me siguió hacia la puerta. Antes de salir del lugar, volví la mirada rápidamente para volver a ver el lugar del velorio. Tal como lo vi cuando llegué, salvo la anciana y solitaria madre, no encontré nadie ahí.
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Felicitaciones!!!