El acantilado
Publicado en Jul 28, 2010
El acantilado 1 Ella miraba tristemente al mar, veía como las fuertes olas castigaban furiosamente las rocas del acantilado. Sus ojos estaban repletos de lágrimas. Recordaba todo lo que había vivido después de aquel peligroso accidente. Se había casado tan joven. Sus primeros años de casamiento fueron muy felices. Luego llegaron los pequeños insultos, el mal humor, las frustraciones, las llegadas tardes y aquellas borracheras, donde él llegaba con un olor asfixiante a alcohol y la hurtaba a la fuerza para satisfacer aquellos apetitos sexuales, que para ella eran obscenos e hirientes. Con el tiempo comenzaron los golpes, las malas palabras, la desconfianza y aprendió a enmudecer. ¡Y lo terrible era que lo seguía amando! Anoche fue el colmo. Él le pegó tan fuerte que hoy su mejilla está abultada y muy adolorida. Sólo pensó en huir. ¿Pero, a dónde? El huir es a veces la única salida que tenemos para no afrontar tanto dolor… Huir como los peces en el mar cuando escuchan el alarido de la tormenta. Huir como las aves cuando saben que se aproxima algún desastre natural… Huir, huir… Sin pensarlo más, se lanzó al acantilado… Las olas iracundas penaban a las rocas que parecían inmunes a al poderío del mar que las torturaba. 2 Él miraba los turistas que degustaban alegremente su bebida tropical sin importarles las inclemencias del día. Nada parecía turbarles. Él esperaba ansioso vender sus diez últimas botellas de agua para irse al Bar de Paco a tomarse su fría cerveza. Estaba seco y se sentía un poco nervioso. Caminaba lento frente a los autos que se detenían en la luz roja. Nadie parecía tener sed ese día. La prótesis que le colocaron después de aquel terrible accidente le impedía caminar más rápido. Después de aquel accidente donde perdió su pierna derecha comenzó su martirio. Llegaron los fuertes dolores, los insomnios, las fiebres altas y por último la frustración. Más tarde, para apaciguar su coraje se cobijó en el alcohol; hoy es uno más entre miles de alcohólicos en la isla. A veces el alcohol le producía una triste sensación de estar huyendo de si mismo… Huir… Ceñido en sus pensamientos no advirtió el cambio de luz y un vehículo que corría velozmente hacia él; lo elevó en el aire y luego fue a caer al pavimento… No sentía dolor, no veía nada; sólo unos murmullos de las personas que se arremolinaron frente a él. Sólo sintió una extraña sensación de que más nunca seguiría huyendo de sí mismo. jlm 2010
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