El Ciclo de las Almas 08/08 (FINAL)
Publicado en Jul 31, 2010
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08/08
 
El ángel de piedra parecía refulgir bajo los relámpagos, era de las pocas estatuas que había en todo el campo santo. Entre las cruces, las lápidas de madera, hierro o piedra, pocos eran los difuntos que habían acumulado la suficiente fortuna en vida como para dar un recinto a su cuerpo siquiera con el lujo mediocre que tenía la tumba de mi padre. Había poco más de media docena de mausoleos en aquel camposanto y éstos les pertenecían a las familias encumbradas en la economía del pueblo. Sin embargo, la apariencia de la tumba de mi padre estaba en una especie de limbo entre ostento del mausoleo de los Villanueva, con sus antorchas y sus rejas alrededor de las tumbas techadas y rodeadas de columnas y ángeles petrificados y el sepulcro del infortunado Don Gregorio Torres, que, con sus sesenta y nueve años había muerto solo y miserable. Con lo que se había recolectado entre las gentes del pueblo, apenas se había logrado comprar una urna y pagar a los empleados del cementerio para cavar la tumba, también se había colocado una cruz de hierro y un epitafio modesto con su nombre y un Q.E.P.D hecho por Ignacio Torres, que aunque no era familia del viejo, se había conmovido y aplicado sus habilidades de herrero para despedirlo en nombre de su apellido común. Por su parte, sobre los restos de mi padre, sobresalía un sarcófago de piedra blanca y encima de la tapa, sobre un pequeño pedestal se alzaba el ángel de alas abiertas y manos alzadas al cielo. Parecía devolverme la mirada con tristeza. Una pequeña losa al pie del alado ser tenía el nombre y el lapso de tiempo en el que había andado entre los vivos mi padre. Debajo, había grabado un mensaje que mi padre mismo había pedido se colocara allí:
 
“Cuidad vuestra alma en vida; es todo cuanto os queda en esta hora”.
 
Miguel… es hora… búscala…―escuché pero un trueno apagó la voz nocturna. En aquel instante fui consciente de donde estaba. Rodeado de muerte y oscuridad, en medio de una tormenta, mis miedos parecieron soltar amarras nublando mi juicio. Tuve la sensación de que los muertos comenzarían a salir desde montículos de tierra para llevarme con ellos. Sentía que caminaban a mí alrededor sin que yo pudiera verlos, que se burlaban de mí miedo y disfrutaban de su ventaja, de ser invisibles tras el velo de mi terror.
 
― ¿¡Quien anda ahí!? ―sentí una sombra furtiva deslizarse a mis espaldas. Giré la vista y no había más que un manojo de tumbas mohosas y húmedas minadas de flores mortecinas insignia de recuerdos espaciados que hacían antesala al olvido. En fin, siempre la muerte física es solo el comienzo, el olvido, es la muerte definitiva. Yo había tratado de siempre recordar a mi padre, pero nunca había visitado su tumba desde que había muerto, el Galeno me había dicho que no era lo mejor, que me diera un tiempo. Le hice caso y antes de siquiera dejar flores mortecinas sobre la tumba del viejo, ya lo había olvidado.
 
Fijé los ojos de nuevo en la tumba de mi padre. Don Ángelo Luzbel había existido. Aquel ángel era prueba irrefutable de su existencia. No podía ser de otra manera. Pero la voz me decía que había algo más. Yo entendía el mensaje: Ya es hora… Queda poco tiempo…
 
¡No es posible!
 
Con miedo, extendí mis dedos bajo la lluvia y con lentitud pose mi mano sobre mi pecho empapado y lo que advertí fue calma. Ni un latido. No había estruendo.
 
Estoy muerto.
 
―Así es Miguel, pero eso, no es algo nuevo ¿O sí? ―preguntó una voz familiar. Giré la mirada y vi al Galeno parado en la vereda central del cementerio. Exhibía su impecable traje negro y su corbata roja, el cabello peinado hacia atrás, su pálida piel y su sonrisa perpetua debajo de un paraguas negro.
―No fue un sueño…
 
―No, Miguel. No fue un sueño, se te acaba el tiempo, odio ser molesto, pero sabes cómo es esto ―habló.
 
―No voy a hacerlo. Prefiero morir.
 
 Se rió.
 
―Pero si ya estás muerto ―dijo en tono cínico.
 
― ¿Qué es lo que quiere?
 
―Tú lo sabes bien Miguel. Lo entiendes perfectamente… Has recibido mi bautismo. Has bebido de mi sangre y estás en esta tierra, andando sobre tus pies a pesar de que estás muerto. Sabes lo que eres y lo que quiero. Quiero tu alma, quiero el alma de Lucía y quiero el alma que ella pueda ofrecerme… es sencillo… es… como un ciclo… un ciclo que me provee de las almas que yo desee… y solo te pido un pequeño paso para comenzarlo… y que te encargues de que Lucía cumpla con el suyo Miguel… estarán juntos para siempre… ¿no es eso lo que quieres? Con el tiempo, el ciclo de las almas se alejará tanto de ustedes que ni siquiera van a recordar que ustedes lo iniciaron… Tan solo pagarán un pequeño precio… a cambio, vivirán para siempre. De igual forma Lucía sufrirá si no lo haces, en tu ausencia, la tristeza la convertirá en un blanco aún más fácil para el mal que ha contraído en el campo…
 
―No entiendo…
 
― ¿No te lo ha dicho? ― dijo el Galeno con asombro. Respondí con un gesto de confusión―. Lucía también está enferma Miguel ―confesó y sus palabras fueron como un puñal.
 
―Eso no es cierto…
 
―Tú mismo leíste las cartas y conoces la enfermedad: Fiebre que aparece y desaparece, tos, sudoración, escalofríos, dolor de cabeza. Claro que ella omitió los detalles desagradables: Vómitos, dolores musculares, heces con sangre… ¡Vamos! Sé que aprendiste algunas cosas de mí. La vida en el campo te da una pista de lo que, lamentablemente, a contraído tu amada Lucía… ―recordé que me había mencionado en varias de sus cartas que se sentía enferma, siempre achacaba el problema a un resfriado o a la tristeza y el cansancio, restándole importancia seguramente a sabiendas de mi grave condición. En una de mis respuestas le pedí visitara a Don Ángelo, me dijo tres días después que sus hermanos habían llamado a un médico de la capital y éste la había revisado, indicado tratamiento y que ahora se sentía mejor. No le creí al instante, pero el cartero me comprobó al tiempo que ella parecía muy saludable cuando le entregaba mis cartas, lo cual me hizo creerle a Lucía y ahora a Don Ángelo: Lucía había contraído la malaria. La enfermedad había salido como un susurro de mis labios.
 
―Así es, Miguel. Lucía decidió verte esta noche porque su enfermedad se tomó un descanso, pero sabes bien lo que sucede cuando regresa. Sabes que es mucho, mucho peor la recaída. Tanto que… casi invariablemente significa la…
 
―Aunque quisiera, ya no hay tiempo, Lucía debe estar de camino al campo―dije interrumpiendo lo que bien sabía diría el Galeno.
 
―Te equivocas. ¿Recuerdas por qué la pobre tuvo que caminar solitaria bajo la lluvia, Miguel? ―preguntó. Yo lo recordaba. Levantó las cejas al notar que si lo sabía―. Está en la entrada este. ―confesó―. Cerremos el trato, Miguel.
 
 
Dejé caer mi paraguas y salí corriendo por entre las tumbas hacía la entrada este del cementerio. Cuando estaba cerca miré a Lucía hablar con un hombre, el sujeto la había acompañado a su auto, le cerró la puerta, luego cruzó la calle y subió al propio para alejarse rápidamente por la avenida. Al parecer la había sacado del apuro en el que ella estaba. Mientras corría escuché rugir el motor del auto de Lucía y la llamé:
 
― ¡Lucía! ¡Lucía! ¡Espera!
 
Ella giró la mirada de inmediato y al verme, sorprendida, bajó del auto marrón y de techo blanco de sus hermanos.
 
― ¿Qué haces aquí Miguel?
 
―Lucía… yo… quiero ayudarte…
 
― ¿A qué te refieres, Miguel? ―preguntó desconcertada. Estábamos empapados por la lluvia, Lucía tenía los ojos hinchados y enrojecidos. Había estado llorando. Sin embargo, tenía una expresión de alivio cuando me vio.
 
―Sé que has estado enferma Lucía, sé que me has ocultado algunas cosas. Don Ángelo y yo…
 
― ¡Basta Miguel! ¡Don Ángelo no existe! Solo lo has imaginado. La muerte de tu padre te ha hecho sufrir demasiado…
 
―Lucía puedo probarte que existe, pero déjame ayudarte antes de que sea demasiado tarde… ―me acerqué a Lucía tratando de no asustarla, lo que debía hacer, no podría hacerlo con su consentimiento, así que debía ser cuidadoso. Lucía se alejó cuando me le acerqué.
 
―No puedes probarme nada, Miguel. Don Ángelo no existe. ¿Entiendes? Necesitas ayuda, yo puedo ayudarte―me dijo. Quise decirle del ángel de piedra sobre la tumba de mi padre, pero no había tiempo. Recordé bien la regla cinco de los conjuros negros en El Libro De Los Ritos Ocultos: “Las tres horas que siguen a la media noche son el tiempo maldito en la que todo conjuro, rito o maldición cobrará más fuerza”, en este caso era diferente. Escaparse de ese lapso de tiempo, hacía imposible completar lo que me pedía el Galeno.
 
―Tienes razón amor ―dije ―. Ayúdame ―pedí y una lágrima culpable se escapó por mi mejilla confundida entre las gotas de lluvia. Lucía me abrazó.
 
Las campanas de la Iglesia de Nuestra Señora del Socorro se escucharon a los lejos anunciando que eran las tres de la mañana. Cuando las escuché, Lucía yacía en medio de la calle y yo me alejaba aterrado de su cuerpo por lo que había hecho. Tenía que hacerlo rápido y solo mintiéndole lo había logrado. Tomé el cuerpo de Lucía entre lágrimas, la subí al auto y me senté en el asiento del conductor dejando que la oscuridad nos envolviera mientras avanzaba por la avenida. Una sombra se apareció en mi camino mientras avanzaba, sostenía un paraguas y vestía muy elegante, tuve que virar para no arrollarlo y un árbol impidió que cayera al rio que surcaba al pueblo y que tenía su nombre. Me bajé sintiéndome devastado por lo que había hecho, la sombra caminaba directo hacia mí y se detuvo a unos veinte metros de mí en medio de la calle. La lluvia y su rocío lo hacían ver como una especie de fantasma, pero a pesar de todo aquello, antes de que una ráfaga de viento peregrina y ajena a la lluvia extinguiera su figura, pude leer que de sus labios salían dos palabras: Trato cerrado.
 
El Galeno había desaparecido para siempre.
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Foto del autor Francisco Perez
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Descripción

Una novela corta llena de suspenso, misterio y narración descriptiva que cuenta la dramática historia de Miguel y los eventos que lo llevaron a su extraña muerte...

Palabras Clave: novela corta llena suspenso misterio narración descriptiva cuenta dramática historia Miguel eventos llevaron extraña muerte ciclo almas

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio


Creditos: Francisco Pérez

Derechos de Autor: Francisco Pérez


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Francisco Perez

Muchas gracias Luis José, por tu lectura y comentario, perdona la tardanza en responder, pero he estado un poco descuidado por aca! Saludos!
Responder
October 03, 2010
 

luis jos

O.O.... fin de la historia,.... sinceramente mi amigo lo felicito!... deberias escribir un libro, o mejor dicho llevar esta historia a un libro.... tanto título como desarrollo de la trama, sin palabras..... mas que una historia de terror la definiria como una historia gótica... x su oscuridad, tanto en el tema como en el escenario... Me da gusto haberte leido... y bueno no leo los epílogo, xq te confieso que me daria pereza, aparte la historia concluyo a la perfeccion... Saludos!!

Luis.
Responder
August 08, 2010
 

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