"En el principio creó"... "los cielos y la tierra. Y la tierra estaba sin orden y vacía"... (Génesis: 1: 1-2). Un silencio mundano de muerte, de frío y dolor desolado, ni un respiro, ni el sonido mudo del gesto acobardado... Sus pupilas fijas y su mirada inerte de pichón sin nido, de pájaro ciego y acorralado. Una piel de antiguo papiro, transparente, filigranas azules y violetas se marcaban... era un mapa de dolor, de purísima agonía, no obstante, en la habitación una paz se respiraba, un cuadro de una virgen negra parecía contemplarlo, unas velas derretidas que por el tiempo se mostraban tristes y apagadas, unas flores ya marchitas, melancólicas y desmayadas en la mesita aún la aromaban con su escaso olor a muerte. Una mano huesuda, de otro mundo, con un dedo frágil, todavía apuntaba al texto de un libro sostenido sobre la otra mano que por última vez quizás sus labios pronunciaron... Así me hallé... con mi última lectura... muerto... delicado como un barrilete de seda desgarrado... sin embargo de mi boca pálida una diáfana sonrisa se escapaba. Me di cuenta de lo breve de la vida, de lo corto del camino, de lo efímero de nuestras huellas. Me acerque a lo que por postreramente leía y que ahora no recordaba, y allí estaban: "En el principio creó"... "los cielos y la tierra. Y la tierra estaba sin orden y vacía"... entonces vinieron a mí los últimos versículos de la Biblia: "El que da testimonio de estas cosas dice: «Ciertamente vengo en breve»." (Apocalipsis: 22: 20)
Ciertamente venimos en breve... como si nada, sin orden... en una vida quizás demasiado llena o plenamente vacía.