Bajo las lluvias ácidas. (Diario)
Publicado en Aug 09, 2010
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Las lluvias ácidas fueron siempre mis fieles compañeras de la soledad. Caer lluvias ácidas sobre Madrid y otros lugares de España, asustaba a los fantasmas de las noches. Pero yo veía en cada una de sus gotas, que me calaban hasta los huesos, mi verdadero Sueño. Fueron múltiples los sueños que aprendí a vivir bajo las lluvias ácidas que proponían preguntas muy sencillas. ¿Dónde está tu meta? me preguntaban aquellas gotas. Y yo sólo guardaba silencios aunque, de vez en cuando, respondía de forma tan enigmática que todos creían que había perdido el norte de mi dirección. Sin embargo, yo sabía que no me había extravíado en medio de las penumbrosas noches, de esas que aprovechan los fantasmas para asaltar a los transeúntes sobre todo si son mujeres. Y entonces bebía estrellas que me volvían, de inmdiato, al carácter siempre bohemio de mi forma de ser. Hasta que mi ánimo crecía, seguía creciendo, y mi cuerpo y mi alma se moldeaban como en un horno de fuego encendido y febril.

No podían entender las distancias que había entre mi ser y todos ellos, los envidiosos de la inmoralidad, y es que aquellas distancias eran insalvables para que las pudiesen alcanzar aunque acudiesen a gimnasios para embrutecer sus músculos, o cincelar sus máscaras lisonjeras de fiereza barrial que sólo servían para hacer reír en vez de asustar, o acudir a los pubs nocturnos y las barras americanas, con tal de decir que eran conquistadores de mujeres, mientras tenían que soltar buenos y gruesos fajos de billetes por ello.

A todos aquellos fantasmas les asutaban las lluvias ácidas y se asustaban porque tenían miedo de los chismes sobre hombres lobos. Pero bajo las lluvias ácidas aprendí una cosa que ellos jamás entendieron: que las estrellas son más cercanas cuando pierdes el miedo a enfrentarte con los de los puñales escondidos tras la espalda. Ellos nunca supieron que las lluvias ácidas también son de sabores dulces. Creían que todo lo que fuese ácido debía ser agrio por naturaleza porque ignoraban que hay dos clases de acidez: la amarga que tanto les asustaba a ellos y la de sabor a limón dulce (que yo había aprendido a sentir como experiencia viva) que hay que saber apreciar sin caer en la trampa de estrellarte contra las estatuas. Sólo los locos se estrellan contra las estatuas. Yo no. Yo me acercaba a ellas, leía sus letras impresas, las rodeaba y después seguía mi caminar bajo las lluvias ácidas aprendiendo, así, un poco de historia más. De esta manera comencé a saber la verdad de Don Miguel de Cervantes y Saavedra escondida en forma de Don Quijote.

Yo sólo observaba a las estatuas para darlas los pases taurinos suficientes como para seguir siendo yo mismo hacia el horizonte del otro lado del mar. Era verdad que ellos sólo eran errantes de la monotonía diaria, faltos de verdaderas experiencias... mientras yo seguía caminando, noche tras noche, por entre las damas de las calles; esas damas a las que ellos debían de pagar altas sumas para decir que eran hombres.

Una noche se presentó una dama de la calle para ofrecerme su paraguas y su compañía bajo una de aquellas tormentosas lluvias. Dije no con una simple sonrisa. Le estaba dando a entender que ya tenía yo a mi Dama presente todas las noches en forma de Sueño de Verdad. Y ellas entendían por qué alguna vez les regalé una flor. Dije muchas veces no porque para ser hombre basta y sobra con serlo.

Muchos son los que se equivocaron cuando creían que me estaba perdiendo bajo las noches de las lluvias ácidas y que el dolor acabaría conmigo. Se equivocaban. Yo no tenía ninguna clase de dolor físico ni espiritual. Sólo era un sufrimietno pasajero que hay que saber vivir, saber experimentarlo, para ser hombre de verdad sin tener que pagar dinero alguno. Estoy hablando de la virginidad antes de contraer matrimonio. Sí. Es cierto. No se es hombre cuando se está con cualquier mujer haciendo sexo en la cama. Se es hombre cuando se está con tu esposa haciendo sexo en la cama que es muy diferente. Eso aprendí en aquellas noches de lluvias ácidas con sabores de limón dulce aunque ellos siguieron siempre creyendo, envidiosos nada más, que las lluvias ácidas siempre son amargas. ¿Amargura?. ¿De qué amargura me estaban hablando cuando veían que seguía yo, en medio de las noches con lluvias ácidas, brindándoles mi amistad en forma de sonrisas cuando bien sabía que eran solo como Judas Iscariotes?.

Muchos de ellos tenían en verdad el alma enferma y, como si fueran verdaderos conocedores de mi realidad, lanzaban epítetos e insultos por lo bajo hacia mi persona. No me importaba en absoluto. Sabía superar el sufrimiento (y no el dolor como ellos querían que sintiera) mientras bajo las lluvias ácidas veía su bello rostro, su bello cuerpo y su bella alma. Todos los jugadores se equivocaron en las apuestas y yo, en silencio, seguí mi rumbo hasta la otra orilla del mar...
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Foto del autor José Orero De Julián
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