La agenda
Publicado en Aug 17, 2010
Francisco se ocupaba desde hacía muchos años de agendar meticulosamente todas sus citas y actividades, fueran laborales, sociales o privadas. Tenía una profunda fascinación por las agendas. Era como tocar el tiempo en su conjunto, el pasado, el presente y el futuro. Regaladas o compradas, siempre elegía con anticipación la agenda del próximo año y se deshacía por estrenarla. Aunque las prefería por semana, un fin de año encontró una que era por días que le atrajo mucho y la adquirió personalmente. Apenas comenzó el siguiente año, destruyó parsimoniosamente su agenda vieja y a la nueva la colocó estratégicamente sobre el escritorio de su oficina y comenzó así a programar sus pendientes, obligaciones y compromisos; su vida toda. Antes de concluir cada jornada laboral daba vuelta a la hoja para ver sus actividades del día siguiente. Todo iba de maravilla como siempre cuando un día de marzo dio la ritual vuelta a la hoja de su agenda y para su sorpresa se encontró con que se saltaba el día posterior, no había mañana. Incrédulo regresó a la hoja actual y a repasarla con sus dedos, pero no, no había error, se saltaba una fecha. Ya inquieto pasó las siguientes hojas para ver si no estaba traspapelada, pero tampoco. Se llevó la mano a la frente y la bajó hasta la boca. De pronto un escalofrío invadió su cuerpo y una idea se posesionó de él, era posible que el día siguiente no existiera para él, mejor dicho, el no existiría para el día siguiente, a lo mejor su muerte estaba señalada. Vio su reloj y sin pensarlo mucho salió sin avisar directo al establecimiento donde había adquirido la agenda. Entró, buscó una agenda igual y no encontró sino un par que eran diferentes. Volvió a ver su reloj y se dio cuenta que perdería mucho tiempo en buscar una idéntica, así que tomó una, la pagó y de inmediato la revisó día por día; al verificar que estaban los 365 días del año se tranquilizó un poco. De vuelta en su oficina y ya casi solo, por una cosa de superstición se dio a la tarea de transcribir a la nueva agenda todo lo que había puesto en la que tenía en su escritorio. A hora y media de que terminara el día, la rapidez y los nervios arrojaron una letra no muy pulcra, pero logró su cometido, luego destruyó la que había sido su agenda favorita y la depositó en un basurero lejano a su espacio. Respiró profundamente, dejó impecable su agenda señalando el próximo día con sus respectivos compromisos, tomó su carpeta y saco y salió rumbo a casa. Ya en su hogar espero algunos minutos para traspasar el día, no fuera a ser que la "medicina" no funcionara y de todos modos no viera la fecha siguiente. Después de las 12 se tranquilizó más y hasta sonrió, se fue a recostar pero con todo y los obstáculos superados, el miedo le impidió conciliar el sueño sino hasta muy entrada la madrugada. Por fin despertó y se sintió verdaderamente aliviado, estiró feliz su cuerpo y le dieron ganas de tomarse el día e ir al campo a relajarse, sin embargo pudo más su responsabilidad al recordar una cita importante de trabajo, incluso sonrío pues el recordatorio le llegó por la imagen mental de la cita apuntada en la agenda sustituta. Tras de arribar a su oficina, el día transcurrió sin novedades ni inquietudes. Al llegar la hora de partir volvió a sonreír por lo sucedido la víspera y ahora con mucha seguridad dio vuelta a la hoja de su agenda y repasó las actividades del mañana. Tomó sus cosas y salió, hizo escala en un restaurante donde cenó a placer y después llegó a su casa directo a la cama. Muy tranquilo suspiró y pronto cerró los ojos y durmió. De su sueño jamás despertó. D.R. © Teófilo Huerta, 2006
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