La mujer rojinegra
Publicado en Aug 17, 2010
Contaba con tiempo de más para regresar a su oficina, así que aprovechó para hojear algunos libros en aquella tienda donde antes había comido.
No tenía una preferencia particular, lo mismo pasaba de un libro de ciencia ficción, a uno de algún clásico y a otro sobre superación personal. Tomaba cada libro, leía la contraportada y si le interesaba iba al índice y de ahí a algunos párrafos al azar. Realmente mantenía la concentración y no levantaba la vista sino para ver títulos. De pronto sintió una mirada que lo hizo voltear, buscarla y encontrarla reflejada en la columna de espejo. Era la imagen de una bella joven de cabello castaño, vestido rojo con suéter y botas negras que a unos diez metros revisaba unos bolsos. Nervioso, quiso sostenerle la mirada a la chica, también espejo de por medio, pero ella fingió entonces indiferencia. Volvió al libro que sostenía en las manos, pero las letras que sus ojos advertían ya no eran registradas pues su cerebro le ordenaba pensar en la mujer. Se animó nuevamente a buscar los ojos de la joven y los ubicó en otro ángulo del espejo. Ella esbozó una sonrisa y él jaló aire para evitar sonrojarse antes de devolverle el cumplido. La mujer rojinegra se desentendió y avanzó algunos pasos para ver ahora unos cinturones. Ya interesado, también él caminó hacia otro pasillo hasta quedar con otra cara del espejo de frente para no perder de vista a la chica. Quería de plano dejar el libro, pero lo sostuvo como pretexto para no verse ridículo. Volvió a una página del libro, trató de leer algo como una acción mecánica encaminada a controlar sus nervios. Sintió lograrlo, así que ahora calculó la correspondencia real de la ubicación de la mujer con respecto a su imagen en el espejo y volteó dispuesto a sostenerle la mirada. Se extrañó por su error de cálculo y entonces tranquilo volvió la vista al espejo, vio a la mujer ligeramente desplazada que examinaba unas mascadas y sonrió por la coincidencia del movimiento. Volteó otra vez y no encontró nada. Sintió un vacío. Se pasó los dedos por los párpados y con resolución hizo un recorrido exhaustivo con la vista sin tener éxito. Ya incómodo, dio la vuelta a la columna y vio nuevamente a la mujer que al tiempo de probarse un perfume, le sostenía la mirada, levantaba la barbilla y pasaba su mano por la cabellera en abierta invitación. Los dos se vieron. Ya no existía duda en cuanto al ligue. Para asegurarlo bastaba con que él se acercara, le ofreciera un cigarrillo, le dirigiera alguna palabra y después con la facilidad de la cafetería en el mismo interior de la tienda, invitarle a tomar algo. El único "pero" era que al voltear al escenario real, la mujer no escapara como antes. Caminó hacia el espejo hasta toparse con él y admirar a la mujer. Las miradas seguían fijas y profundas. Dio la vuelta en una fracción, recargó incluso la espalda en el espejo para tenerla justo de frente y no halló a nadie. Ya no sonrió, ni dudó, simplemente un calosfrío le recorrió todo el cuerpo a la vez que palideció. Se puso de perfil y con el ojo derecho hacia el espejo alcanzaba a ver el bulto rojinegro, mientras que con el izquierdo al indagar, veía el mismo mostrador pero sólo con el empleado departamental. Con tristeza vio al espejo. La mujer recibía una nota. Al encaminarse hacia la caja, la chica le vio y sonrió. Al salir de la perspectiva del espejo, él la trató de ubicar en algún ángulo del mismo. Ya no le importaba encontrarla en el espacio real, ahora no quería perder ni su imagen. Rodeó la columna sin hallar nada. Se mesó el cabello y se mordió una mano. No advirtió siquiera al empleado que pasó junto a él y que lo examinó extrañado. Con los ojos fijos en el espejo volvió a tope con él pero ahora de frente. El libro que aún llevaba se le zafó y apoyó las manos sudorosas en el espejo para examinarlo con las yemas de sus dedos, como queriendo palpar un nuevo mundo. Recorrió las cuatro caras de la columna y eligió una. Todavía frente al espejo se alzó y se agachó sin despegar las palmas del mismo. Parecía que medía o realizaba algún trabajo sobre el cristal. Se mareó, perdió parcial y fugazmente la vista y el equilibrio. Cuando recobró el control, jaló otra vez aire y encontró felizmente a la distancia a su mujer rojinegra. Sonrió y pareció rescatar la tranquilidad pues sus ojos distinguían que la veía ya no como imagen sino realmente en el amplio espacio de la tienda. Sin moverse, observó como la mujer pagó en la caja y recibió un paquete. Ella también le miró y le guiñó un ojo para después retirarse y salir completamente del establecimiento. Todavía con la anterior sensación de buscar la imagen desde diferentes ángulos, movió la cabeza pero se percató de que ya no tenía al espejo de frente y que esto no era necesario. Inquieto por perder al objeto de su deseo, no se angustió al pensar que lo único que ahora tenía que hacer era caminar o correr libremente e ir tras ellas hasta donde pudiera abrazarla. Al dar el paso chocó con una barrera invisible. Volvió el estremecimiento y los ojos abiertos a su máximo. Intentó por su flanco derecho y sintió lo mismo. Igual ocurrió hacia los restantes dos lados. Con la cara totalmente descompuesta trató de huir, pero únicamente pudo palpar con las palmas de sus manos las cuatro barreras que le rodeaban. D.R. © Teófilo Huerta, 1993
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