Ya lo había visto antes.
No en las mismas condiciones, cuando se convirtió en una prisión, cuando le dijeron que entrara allí y no saliera.
Estuvo casi un mes viviendo en ese cuarto de baño de azulejos y muebles blancos. La habitación entera era blanca, como si pretendiera ocultar toda oscuridad de sí misma.
Estuvo allí, comiendo papas hervidas.
Estuvo allí, durmiendo sobre las frías baldosas de mármol.
En el fondo, sabía que la vida no era muy diferente de su rutina anterior, porque vivía absorta en sus demonios internos, que la acosaban todo el tiempo.
Aquel encierro fue un respiro, fue un alivio para su atormentada mente.
Sólo intercambiaba palabras con quien le había aprisionado. Sin embargo, aquella curiosa prisión en la que se encontraba, había sido su única experiencia significativa, el único momento en que pudo hablar sin rodeos con otro ser humano.
Después de eso, la policía interrumpió su proceso de humanización.
Todo se acabó entonces.