La escalera verde (Relato)
Publicado en Aug 22, 2010
Ambroggio Settembrini miraba una y mil veces la escalera verde que tenía ante su vista. No podía sustraerse a la tentación de subir por ella a ver qué podría ser aquel ruido proveniente de la planta de arriba. Una gigantesca planta carnívora se encontraba detrás de él y sentía en la espalda un sudor frío y angustioso. Aquel ruido era algo así como un aullido o como si alguien se estuviera quejando lastimosamente. Ambroggio Settembirni dudaba entre subir o no subir; pero el miedo le ataba a la silla metálica donde se encontraba, ante la mesa también metálica que se balanceaba de lado a lado porque tenía una pata más corta que las demás, mientras bebía, de un trago, su copa bien llena de coñac.
En realidad no sabía Ambroggio Settembrini si aquellos extraños ruidos eran solamente productos de su imaginación o reales y verdaderos; porque ya iba por la quinta copa de coñac seguida para intentar darse valor a sí mismo. Cerró, por un momento, los ojos mientras la gigantesca planta carnívora extendía sus ramas hacia él. En medio del sopor, recordó a su madre dentro del féretro y mirándola con sus ojos abiertos como acusándole de su muerte. Aquello no era lo único que le hacía beber copa de coñac tras copa de coñac. La verdadera culpable de aquel beber sin medida la tenía, según creía él, aquella vecina latinoamericana del piso de arriba que le traía por la calle de la amargura. !Bebía para poder olvidarla y, a la vez, para poder tener valor suficiente para decidirse a decirle "hola, cómo estás", de una vez por todas, y olvidándose de los fantasmas de su alma que se le presentaba, ahora, en su imaginación, en forma de monje cisterciense con un látigo de cinco puntas en su mano diestra y un hacha de leñador en la siniestra. Sudaba. Sudaba gruesas gotas que resbalaban por todo su juvenil y atractivo rostro, mientras intentaba poder decidirse a subir o no subir por aquella tenebrosa escalera verde. Le pareció escuchar un crujir de los escalones y se erizó el pelo que se acaba de cortar y le daba un aspecto completamente varonil, para poder escapar de sí mismo. Ambroggio Settembrini observaba la escalera verde de donde procedían aquellos guturales sonidos que ahora parecían pertenecer a algún animal agonizante. ¿Subir o no subir?. Decidió, momentáneamente, tomar su sexta copa de coñac que llenó hasta los mismos bordes. Ya era la sexta copa aquella noche en que los relámpagos alumbraban todo el viejo caserón y la tormenta se hacía cada vez más violenta mientras las gotas rebotaban en los cristales de la ventana. Él las sentía como punzantes puñales hincándose en su pecho. El corazón le latía vertiginosamente; por un momento creyó que estaba muerto y se vio a sí mismo amortajado en un féretro de madera poor donde los gusanos empezaban a penetrar. !Abrió repentinamente los ojos!. Una sombra se reflejó en la pared situada junto a la escalera verde. Sintió un profundo escalofrío hasta que pudo darse cuenta de que era la sombra de la gigantesca planta carnívora situada a sus espaldas que continuaba alargando sus ramas hacía él y ya estaban casi rozándole la nuca. Otro nuevo escalofrío le corrió por la espalda. !Tenía que decidirse ya de una vez por todas y acabar con aquel tormento de la vecina latinoamericana del piso de arriba!. ¿Decirla algo como "hola, cómno estás" o seguir callando sin decirla nada. Porque el problema, para él, no consitía en decirla algo, sino que ella le contestara que sí. ¿Qué hacer si aquella preciosa joven latinoamericana le decía que sí?. Cada vez que le venía a la mente tal pregunta, como le estaba ocurriendo ahora, el sudor de su frente era cada vez mayor. Y los extraños ruidos provenientes de la escalera verde seguían pareciendo como rugidos de algún monstruo surgido del cercano pantano que se encontraba a escasos metros de distancia del viejo caserón. !De repenté escuchó unos golpes rotundos en la puerta principal!. Dio un respingo profundo, intentó levantarse de la silla y la mesa se vino abajo arrastrando la botella de coñac, el vaso y aquella especie de ídolo de barro que se había traído de su último viaje a la Cochinchina. Estuvo a punto de caer de bruces al suelo, levantó la mesa metálica, se sujetó al tallo de la gigantesca planta carnívora y sintió como si una pegajosa sustancia se adosaba a su mano derecha mientras los golpes en la puerta cada vez eran más fuertes. ¿Quién sería la persona o cosa que estaba golpeando la puerta principal ya que él no esperaba a nadie en aquellas intempestivas horas de la noche?. Un potente relámpago alumbró, ahora con mayor intensidad, toda el viejo caserón y notó como que una mano siniestra le agarraba por el cuello intentando ahogarle. Era su imaginación. Era la imaginación de su borrachera la que le hacía sentir esa mano ahorcándole y soltó un alarido tan potente que los golpes en la puerta principal fueron ya tan rotundos que parecía temblar toda la sala. Como pudo, gateando por el suelo, se arrastró hasta la puerta y lenta, muy lentamente, se pudo poner en pie. Tras unos arduos esfuerzos, ya que el licor ingerido le había debilidato la fuerza de sus brazos, pudo desatascar el cerrojo de la puerta que crujió mientras los ruidos procedentes de la escalera verde eran cada vez más agudos. Al fin pudo abrir la puerta. "!Santo cielo"! exclamó. Una figura espectral estaba en el quicio de la puerta, una calavera humana le estaba mirando directamente a los ojos. Ambroggio Settembrini cayó desplomado al suelo mientras otro relámpago, más fuerte que anterior, hizo temblar los cimientos del viejo caserón. Un enorme jarrón con jacarandás traídas de uno de sus viajes al Ecuador, se quebró en mil pedazos y el agua derramada empapó todo su cuerpo. Un agua de color rojo que parecía verdaderamente sangre humana. - ¡Ambroggio!. ¡Despìerta Ambroggio!. !Que soy tu amigo Ercole Baldini!. Ambroggio Settembrini estaba completamente inconsciente. Su cerebro, perdido en mitad de aquella tenebrosa jornada nocturnal, comenzó a traerle visiones horripilantes: una vieja y fea bruja, completamente desdentada y con su enorme nariz curvada como pico de buitre se burlaba de él y cada carcajada resonaba en su interior como si un enano verde y repugnante le estuviese machacando los intestinos con un mazo de madera. Sentía que, a cada golpe que le daba, su cuerpo se convulsionaba espasmódicamente. - ¡Dios mío!. ¿Qué he hecho? -gemía Ercole Baldini mientras se arrancaba de un tirón la máscara; pero como estaba mojada por el sudor que le corría desde la frente hasta la nuez de su garganta, tuvo que ir despegándosela a tirones cada vez más repugnantes pues la goma parecía hilos de telaraña. Ercoli Baldini, una vez arrancada defintivamente su máscara calavérica, observó el ángulo derecho del fondo del techo de la sala. Allí una repugnante, enorme y peluda araña negra devoraba a un mamboretá de color verde que intentaba inútilmente escaparse de ella. La araña negra y peluda comenzó a tragarse lentamente al mamboretá comenzando por su cabeza. Ercolo Baldini gritó. - !No!. !A mí no! -y salió hacia el exterior huyendo como alma en pena mientras los aullidos de un lobo le retumbaron en los tímpanos. Una manda de lobos hambrientos había olido al hombre quien, dándose cuenta de que era comida segura para los lobos si intentaba escapar por los montes, decidió regresar al viejo caserón, cerró firmemente la crujiente puerta de madera que chirriaba como los ejes de un carro mal engrasados, corrió el pesado cerrojo y atrancó la puerta con una especie de horquilla para recoger el heno. Después, aterrado de miedo, volvió a mirar el cuerpo yaciente de su amigo Ambroggio Settembrini que estaba bañado de aquella sucia y pestilante agua roja que él confundió con la sangre. - ¡Ambroggio!. ¡Ambroggio!. ¡No te mueras ahora por favor!. Los sonidos agonizantes, provenientes de lo alto de la escalera verde, continuaban como si un montruoso animal estuviese lanzando estentóreos gruñidos. Todo ello hizo que Ercole Baldini no pudiese soportar más aquel tétrico espectáculo y, acercándose a la gigantesca planta carnivora comenzó a vomitar sobre ella todo lo que había cenado. La gigantesca planta carnívora le atrapó una oreja con una de sus ramas y Ercole Baldini luchó desesperadamente con ella para evitar quedar desorejado. Minetras tanto, Ambroggio Settembrini continuaba con sus pesadillas. Ahora veía un cortejo fúnebre donde decenas de seres encapuchados, con antorcha formadas por fémures de seres humanos ardiendo, desfilaban por una calle angosta y sin luz acercándose hacia él, que se encontraba acorralado y sin posible salida porque un muro de ladrillos de color bermejo le impedía huir. El que dirigía aquel cortejo iba encapuchado como un brujo y alargó sus manos, que acababan en largas uñas punzantes, hacia el corazón de Amgroggio Settembrini con la intención de arrancárselo del pecho. - ¡¡No!!. ¡¡No quiero morir tan joven!!. Y Ambroggio Settembrini despertó de su inconsciencia mientras sus manos se mojaban cona aquella especie de sangre roja que era el agua del florero de los jacarandás. - ¡Dios!. ¡Me estoy desangrando!. Ercole Baldini, por fin, pudo salvar su oreja y se acercó a su amigo. - !¡Ambroggio!!. ¡Menos mal que no estás muerto... todavía...! -le dijo como gastándole una broma. - !Te advierto, Ercole, que si se te ocurre volver a hacerme algo igual te arranco el cuello de un sólo tajazo! -y sacó un cuchillo que siempre llevaba en la cintura mientras lo colocaba a escasos milímetros del cuello de su amigo. - ¡No me mates por favor!. - Entonces... si quieres seguir vivo... pídeme perdón de rodillas. De repente los dos amigos quedaron aterrados cuando volvieron a escuchar los horrendos sonidos provenientes de la parte alta de la escalera verde. - !Vámonos de aquí inmediatamente! -dijo Ambroggio Settembrini. Los aullidos de los lobos le dieron a entender que era imposible escapar de aquella pesadilla. - Escucha, Ambroggio, tenemos que mantener la calma. Yo no sé que horrenda criatura está lanzando esos gruñidos pero no tenemos más remedio que averiguarlo. Ambroggio Settembrini no ecuchaba a su amigo Ercole Baldini. En su mente sólo la veía a ella... a la preciosa vecina latina del piso de arriba y el resto del mundo no le importaba para nada y, todavía menos, el resto de las mujeres que había conocido. ¿Atreverse o no atreverse a decirle "hola, cómo estás". No. Por más que deseaba saludarla cada día él sabía que tenía pavor que le dijese que sí. Ercole Baldini seguía hablando pero Ambroggio sólo veía la boca de su amigo moverse como si fuesen las fauces de un dragón chino intentando devorarle. Hasta que sintió una bofetada en pleno rostro que le lanzó contra la gigantesca planta carnívora que le atrapó la camisa. Había sido un bofetón que su amigo Ercole Baldini le había propinado para que volviese al mundo de la realidad. Ambroggio Settembrini, vuelto ya a la ralidad, luchaba desesperadamente por escaparse de la gigantesca planta carnívora. - ¡Ayúdame, Ercole, ayúdame que me devora!. - ¡No te confundas conmigo, Ambroggio!. !Yo sólo soy Ercole pero no precisamente Hércules!. !Si tú, que eres el doble de fuerte que yo, no puedes escapar de la planta que te ha atrapado. ¿qué puedo hacer yo para salvarte?. - !Estúpido!. Coge mi cuchillo y corta de un tajazo la rama que me quiere devorar. Ercole reacciónó a tiempo. Con el cuchillo de su amigo ambroggio, dió un tajazo a la rama de la gigantesca planta carnívora; un líquido viscoso, de color sepia verde pero tirando a negro, le salpicó el rostro, que ahora si parecía verdaderamente monstruoso, pues Ercole era lo suficientemente feo como para dar miedo a cualquier chica guapa. Era por eso por lo que Ercole envidiaba tanto a su amigo Ambroggio y le envidiaba porque se había enamorado de la bellísima vecina latinoamericana del piso de arriba. Nuevamente resonaron en la sala los agudos estertores de aquella "cosa" que gemía desde lo alto de la escalera verde. - Salir de aquí no podemos, Ercole, ya lo he comprendido. Pero uno de los dos tiene que sacrificarse y subir a ver qué es lo que hay ahí ariba. Estoy seguro de que comiéndose a uno de los dos se quedará aplacado definitivamente. - Pues eres tú, Ambroggio, el que debe de subir ya que tú eres quien vives aquí. - Pero tú eres el que me has dado un susto de miedo y por eso tienes que pagar con tu vida. Los dos amigos se enzarzaron en una tremenda pelea a puñetazos. El primer golpe se lo dio Ambroggio en el estómago a su amigo Ercole. - ¡Esto por el bofetón que tú me diste antes!. Ercole Baldini se encogió sobre si mismo y lanzó su puño hacia las partes nobles de Ambroggio quien auyó de dolor mentras le atizaba un fuerte golpe en la espina dorsal del flaco y debilucho Ercole que cayó al suelo vomitando lo poco que le quedaba ya dentro de su cuerpo. Un espeluznante gruñido proveniente de lo alto de la escalera verde fue acompañado de un relámpago que dejó ahora en completa penumbra la sala. !Se había apagado la luz y los dos amigos quedaron completamente a oscuras!. - ¿Es que no tienes ninguna vela por ahí, Ambroggio?. - Tengo una docena de ellas pero, lamentablemente, están guardadas en un cajón, y para cogerlas hay que subir la escalera verde. Ercole Baldini tropezó con la mesa de metal que cayó al suelo con un estrépito de hierro; algo así como si se estuviese desplomando toda la sala; mientras una armadura de la época del medievo se desplomó desarmándose en pedazos y haciendo aún mayor aquel horripilante sonido a hierro mohoso por el paso de los siglos. - ¿Qué haces ahora, imbécil, es que no sabes caminar a oscuras?. Una diabólica carcajada sonó en el exterior. Los pelos de los brazos de ambos amigos, y a la vez enconados rivales, se les erizaron como púas. - Ambroggio... ¿dónde está el water?. De tanto miedo que tengo me han entrado enormes ganas de orinar. Era el sepulturero que regresaba a su hogar después de haberse pasado toda la noche vigilando el cementerio por culpa de unos ladrones que se estaban dedicando a saquear las tumbas. Se reía a carcajadas porque de un bastonazo le había abierto el cráneo a uno de ellos; un chiquilicuatro de tan sólo trece años de edad que estaba atemorizando al pueblo haciendo pintadas en las sepulturas, después de haberlas abierto para llevarse todos los dientes y muelas de oro de las dentaduras pues era moda entonces muy del gusto de las gentes. Pintadas como "Esta noche voy a por ti", "Me comeré tus ojos" o "Juro que me levantaré para llevarte conmigo". El malcriado, gamberro y esmirriado chiquilicuatro de los trece años de edad quedó aquella noche tumbado boca abajo y echando más sangre a lo largo de su cráneo que un cochino en la matanza. No volvería a levantarse nunca jamás. - Lo siento. En esta sala no hay precisamente ningún water. Orina, si quieres hacerlo, sobre la planta carnívora. - ¿Y volver a ser atrapado por ella?. ¡Jamás!. Prefiero mancharme los pantalones pero yo a esa dichosa planta no pienso acercarme ni un milímetro más. A ambos amigos se les cortó la conversación y quedaron completamente inmóviles cuando una especie de sombra fantasmal apareció tras los cristales del ventanal. - ¿Qué es eso, Ambroggio? -acertó, por fin, a decir Ercole. - Debe ser el fantasma de mi difunto abuelo; pues existe la leyenda, que me ha contado muchas veces mi abuela, que era un criminal sin escrúpulo alguno a la hora de cortar las cabezas de sus múltiples mujeres con su hacha bien afilada. - Ambroggio... Ambroggio... ¿qué hacemos?. Ambos pudieron respirar de nuevo cuando vieron que era un enorme buitre que, abriendo las alas, levantó el vuelo y se perdió en la lejanía de aquella horrible noche tormentosa. Los gruñidos provenientes de lo alto de la escalera verde eran ya tan continuos que era insoportable poder oirlos. Ambroggio se tapó lo oíos por ver si de esta manera conseguía disminuir el sonido y cerró los ojos pensandoque aquella noche no existí, que de repente iba a desprtar en la cama, con el sol asomando por los cristales del ventanal. - !No seas cobarde, Ambroggio. Allí arriba hay un ser monstruoso y no podemos salir del caserón!. !Estamos perdidos!. ¡En cuanto ese monstruo deje de gruñir y se decida a atacarnos somos hombres muertos!. Ambroggio abrió los ojos y se destapó los oídos. - ¡¡Se acabó!!. ¡Ya no lo soporto más!. !Ni a esa cosa monstruosa ni a ti, estúpido envidioso!. - Envidioso yo... ¿de qué?. - De que ella ni te mira tan siquiera del asco y la repugnancia que le das. Anda, quitate los pantalones y ponlos a secar, junto a la chimenea porque eres más cobarde que Judas Iscariote!. !Ahora verás si subo o no subo la escalera vede!. - Espera. Espera. Te acompaño. No me dejes aquí sólo en plena oscuridad. - !Que te he dicho que estoy hasta las narices de tus estúpidas bromas y de tus majaderías, infeliz!. Si quieres venir detrás de mí demuestra que vales menos que un décimo de lira. - De todas formas voy contigo -y la cara se le enrojeció al envidioso Ercole Baldini hasta el punto de que ahora parecía, junto con el asqueroso líquido verdinegro de la planta carnívora, aquel pequeño bigotito que le hacía parecer el tipo más insignificante de la Tierra, pues parecía sólo una hilera de hormigas nada más y lo feo que era, un verdadero espectro en vez de un ser humano. Los dos fueron subiendo tocando con las manos los entre escalones antes de pisar un escalón, al unísono, pues Ercole Baldini no se separaba ni un centímetro de Ambroggio Settembrini mientras su estómago seguiá produciendo aquellos repulsivos sonidos como un bullir de aguas hirviendo en una caldera. Los gruñidos se convirtieron ahora en un pavoroso y continuo jadeo infrahumano que les hacía temblar las piernas a los dos. De mala manera,torcido Ercole hacia la derecha y Ambroggio hacia la izquieda y con las caras más pálidas que el cemento, consiguieron alcanzar el último peldaño y asomar la cabeza. !!Unos ojos llameantes, como si arrojasen un fuego infernal, les estaban mirando fijamente!!. - ¡¡Dios mío!!. ¡¡Esto es horrible!! -explotó sin poderlo remediar Ercole Baldini. Ambroggio Settembiorni compeletamente paralizado paralizado por el miedo no dijo absolutametne nada. Sólo estaba pensando en ella, en la chica latinoamericana que era la mujer más bonita del mundo y, desde luego, de todas las que él había conocido. Así que dedujo que, al fin y al cabo, era mucho mejor morir a manos de aquel monstruoso ser que tener que volver a verla sin poderla decir nada, que prefería morir comido vivo por aquella cosa infrahumana antes que volver a cruzarse con ella por las escaleras y tener que morderse la lengua o mirar para otro lado porque no sólo la timidez le impedía hablar ni un simple "hola, cómo estás" sino que todavía era peor si ella se le ocurría decir que sí. Así que decidido a morir antes que seguir sufirendo ese calvario subió el último peldaño y se puso en pie, mientras el envidioso, porque en realidad sólo era un envidioso, Ercole Baldini cayó de espaldas y fue rebotando de escalón en escalón hasta llegar al suelo y romperse varias vértebras que crujieron como crujían las escaleras de madera carcomida. !En esos momento regresó la luz!. - !!Dios mío!! -gritó Ambroggio. - ¿Qué sucede? -lloriqueaba Ercole Baldini desde abajo -¿Qué es?. !Dios mío, vamos a morir sin remisión alguna¡. Y el dolor de sus vértebras rotas era tan fuerte que se puso a llorar en voz tan alta que se escuchaba en toda la sala y hasta fuera del viejo caserón. - !Deja de llorar como una mujerzuela, marica!. Es sólo un pobre e inofensivo gato montés que está muerto de hambre. Y Ambroggio Settembrini abrió uno des los sacos de castañas que había en aquel pequeño rellano y le fue ofreciendo varios puñados de ellas que el gato montés devoró con enorme apetito mientras ronroneaba agradecido. Después, ya saciado, él le acrició suavemente la cabeza y el gató montés, cerrando sus llameantes ojos se quedó profundamente dormido sobre el jergón donde estaba sentado. Cuando ya todo era de nuevo visible, otra vez se escucharon las horripilantes carcajadas que provenían del exterior. - No. Esto ya no es broma. Aquí pasa algo muy extraño. Miró el calendario. Era viernes día 13 de aquel duro invierno y se asomó a la ventana gritando como un loco. - ¡¡Ven aquí seas quien seas !!. !No me importa ni que seas el propio Satanás en persona!. !Ven aquí que te rompo la nariz de un solo tortazo!. Las carcajadas del borracho Emiliano Máximo Bonifaz quedaron totalmente acalladas mientras huía por el bosque trompicando de rama en rama y chocando con los árboles pues, perdida toda clase de orientación, aquel conocido alcohólico era incapaz de dar un paso en firme. Al final quedó tendido en el suelo mientra los lobos comezaron a aúllar comunicándose unos con otros. Habán olido la presa y ya estaban formando un cìrculo mortal sobre él. - ¿Qué pasa contigo infeliz? -se acercó Ambroggio Settembrinri, en un acto de humanitarismo, al desdichado Ercole Baldini. - Tengo roto el espinazo, Ambroggio... - ¡Y ahora cómo te voy a poder ayudar con la tormenta que está cayendo, necio!. Mientras tanto, en el exterior, ya los lobos estaban iniciando su festín con el cuerpo del desdichado alcohólico Emiliano Máximo Bonifaz, repartiéndose, en armónica camaredería, los pedazos de carne. - Tengo algo que confesarte, Ambroggio, sé que de ésta ya no me recupero jamás. Sé que voy a morir o quedarme inválido para el resto de la vida. Prefiero morir a vivir inválido, Ambroggio. !Por favor, córtame el cuello con tu cuchillo y acaba de una vez con este tormento!. Ambroggio se le quedó mirando fijamente y observó profundamente sus ojos... - Tú no eres Ercole Baldini. Ercole Baldini tienes los ojos más bien verdes y tú los tienes más bien azules. El moribundo quedó mudo mientras el repentino sonar de un reloj de pared les paralizó el corazón a ambos. Eran exactamente las cinco de la madrugada. Pero, inmediatamente, el coraazón de Ambroggio volvió a la normalidad y, con toda calma, se acercó a donde yacía, en el suelo, su famoso cuchillo. Sin temblarle el pulso se lo colocó en la garganta al farsante que se hacía pasar por su amigo Ercole Baldini. - Si no me dices quién eres, en verdad que te siego el cuello de una sola rebanada. - !Mátame!. !Yo no valgo ya para nada!. !Sólo soy un colilla de cigarrillo nada más!. !No tengo ni hombría para decirte quien soy¡. - Lo cual demuestra que no eres digno de que te mate -y Ambroggio Settembrini lanzó el cuchillo contra la escalera verde, quedándose clavado justo en el quinto escalón de los siete que la componían. - !No!. !No me dejes vivir un poco más!. !Quiero acelerar mi muerte!. ¿Si te digo quién soy en realidad me cortarás el cuello sin pensarlo dos veces?. - Si es deseo de Dios por supuesto que lo haré... - Soy el primo de Ercole Baldini por parte de madre y me llamo, exactamente, Benito de Giuliano Sacchi. - ¿Y quién te ha mandado que me dieses ese susto de muerte?. - No te lo puedo decir, Ambroggio. Si te lo dijera sería hombre muerto. Me mataría inmediatamente. - Pues entonces que sea él el que te mate cuando descubra que no has cumplido su mandato y no yo. Adíos Benito. - ¡No!. ¿Me juras que me rebanarás el gaznate si te digo quién es?. - Yo no juro nunca. Yo sólo cumplo mi palabra y si es designio de Dios te rebanaré el gaznate como tanto ansías. - Se llama Antonello. - Antonello... ¿qué más?. - No puedo decirlo, Ambroggio, ten compasión de mi. - ¿La tuviste tú conmigo acaso?. Benito de Giuliano Sacchi quedó enmudecido. - Sólo puedo decir que, al igual que el borracho de Emilio Máximo Bonifaz y yo mismo, los cinco ansiamos y deseamos poder dormir con ella. - ¿Quién es ella?. ¿A quén te refieres cuando dices ella?. - A la chica latinoamericana de la que tan enamorado estás. La cara de Ambroggio Settembrini se puso de un color rojo encendido de ira, pero sólo por dos o tres segundos, ya que rápidamente volvió a su estado de serenidad normal. - Ni la nombres, desgraciado. Ni pronuncies su nombre, infeliz o quemo todo el caserón y mueres ardiendo poco a poco entre las llamas. - No la nombraré jamás. Y además ninguno de nosotros tres sabemos en realidad cómo es ella. Ahora que sabes que no sabemos ni donde está ni cómo es cumple con tu promesa. - La cumpliré si, primero, me dices los dos apelllidos de ese tal Antonello y, segundo, si es designio de Dios. - Está bien, se apellida Parodi Della Jara. Es Antonello Parodi Della Jara y, junto con Emiliano Máximo Bongifaz y yo, Benito de Giuliano Sacchi, la deseamos. - Eso quiere decir que el que os dirige a los demás es ese tal Antonello Parodi Della Jara. - Sí. Es cierto. Tiene poderes diabólicos y sólo tú eres capaz de derrotarle. Por eso nos utiliza a los demás. Atodos los que puede y se dejan utilizar por él; hombres y mujeres, le da lo mismo, que no tenemos voluntad alguna para ser hombres y mujeres de verdad. ¿Comprendes ahora?. - Lo sabía, infeliz, lo sabía. Y el ridículo brujo Antonello también sabía que yo lo sabía. ¿Comprendes tú ahora?. En esos mismos instantes tres rotundos aldabonazos sonaron en el portalón de madera y el eco de la sala aturdió la mente de Ambroggio Settembrini mientras Benito De Giuliano Sacchi moría de paro cardíaco. - ¡Por Jesucristo que si eres Antonello Parodi Dalla Jara te clavo el cuchillo hasta lo más profundo del tu ruín corazón!. Y Ambroggio Settembrini no dudó ni un instante en dirigirse hacia la escalera verde, descalvar su cuchillo y con él en la mano derecha, lanzarse a abrir la enorme puerta de madera. Tra un gran esfuerzo consiguió desatascar el cerrojo y abrir. - Hola, cómo estás. ¡¡¡Era ella y le estaba sonriendo!!!. La mente de Ambroggio Settembrini le dejó nuevamente aturdido. Esa frase la tenía que haber dicho él hacia mucho tiempo ya pero no, el asunto es que la estaba diciendo ella. Por su cerebro circularon numerosas escenas de las numerosas veces que sa había cruzado con ella. Y se desplomó en el suelo. - !Ambroggio! -gritó ella pensando que estaba muerto. Fue suficiente para quen Ambroggio Septtembrini volviera en sí. Se levantó y sin pensar nada más que en ella, porque ya el resto del mundo no le importaba absolutamente nada y menos, todavía, el mundo del resto de las mujeres, se atrevió a decir... - ¿Quieres ser mi novia? -Y cerró los ojos esperando el correspondiente guantazo físico o, todavia peor, aquel no tan rotundo que tantas veces otras mujeres le habían hecho padecer a pesar de que no las buscaba a ellas. - ¡¡¡Sí!!!. Volvió a caer desvanecido pero los labios de ella besándole en la boca le volvieron a la realidad. Era verdad. Era mucho más hermosa todavía de lo que él se imaginaba. - Ambroggio. El que dirigía a todos era Emiliano Máximo Bonifaz. El que me ansiaba con toda sus ganas era Emiliano Máximo Bonifaz. El que te odiaba porque yo te había elegido a ti era Emiliano Máximo Bonifaz. - Lo sabía, preciosa, lo sabía. - ¿Lo sabías?. - Lo supe siempre, linda, lo supe siempre. Siempre supe que el que te ansiaba y te quería atrapar era el jefe de todos ellos. Emiliano Máximo Bonifaz. - ¿Lo sabías y estuviste callado?. - Sí. Para saber cuántos eran en realidad los que formaban sus filas. Por eso guardé silencio hasta que no quedó ninguno sin ser descubierto. - O sea; les engañaste a todos los de Emiliano cuando todos ellos pensaban que te estaban engañando a tí. -Exacto, preciosa, exacto. Y ella le abrió, lentamente la camisa, y le besó dulcemente sobre su bello corazón.
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