...puse el cerrojo, a la vez que la besaba en el cuello.-Eres la mujer que siempre he soñado...- le dije suavemente al oido,-...y no iba a dejarte escapar- repuse, mientras la acariciaba arrebosado.
-No hables...sólo bésame- murmuró.
        La tomé por las piernas y la levanté sobre el vanitorio, una vez allì, inicié un viaje por su piel de terciopelo, oliéndola...tocándola...saboreándola. Respiraciones agitadas...susurros descuídados...feromonas desatadas...lujuria en evolución. 
        Mís dedos recorren la sedosa envoltura, su nívea dermis; explorando...memorizando sus recovecos, hurgando en sus humedades fragantes...buscando el jardín secreto...perdiéndose en la flor rosada, planta carnívora; cómo abeja hambrienta, los empapo y los llevo a mí boca...prístino y espeso néctar de deseo.
-Lame mis labios...de mí prueba la miel...hazme sentir...mmmhhhh...siiiiii-, musitó. Gemidos entrecortados escapaban de su boca.
        Lentamente deslicé mí lengua por la geografía de sus formas, descubriendo montes y valles para, finalmente perderme en el humedal oculto entre sus piernas. Con un suave tirón, el pequeño calzón rojo cedió...frente a frente, sus labios y...mis labios. Colibrí al vuelo, acometiendo la tibia flor rosada, de par en par abierta...palpitante...anhelante; manantial de aromas que invaden e invitan a mis sentidos, embriagados en el dulce almíbar...