El sastre remendn que se meti a zapatero (Cuento Juvenil)
Publicado en Aug 25, 2010
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Érase una vez, en las antiguas Españas, de cuando los caballeros usaban esclavinas y las damas trajinaban en sus tareas domésticas, un tal llamado Rodríguez que ejercía, por la gracia de Dios, el duro y sacrificado oficio de sastre remendón. Acudíanse a su establecimiento los más ilustres y preclaros señores de las diversas Cortes que, en aquel entonces, tenían por costumbre heredada de sus ancestros abuelos y bisabuelos, el menesteroso afán de remendar sus lustrosos atuendos por aquello de mostrar galanura y donaire ante las damiselas de muy buen ver y mejor hablar que mariposeaban, con sus miriñaques bien almidonados, haciéndoles suspirar melancólicamente con sus pamemas; cosa que solían hacer incluso con los mismísimos príncipes y más altos y renombrados señores de la nobleza; incluidos, por supuesto, los muy Grandes de España... mientras los trovadores trovaban bellas canciones de amor cortés.

El asunto fue que el susodicho sastre remendón, del muy ilustre abolengo de los Rodríguez, cansábase mucho de tanto remiendo por aquí y tanto remiendo por allá para poder salir adelante ante aquel cortejo de desfiles interminables de caballeros y caballos entrando y saliendo de famoso establecimiento cuyo renombre había rebasado las fronteras castellanas y habíase llegado a los oídos de las demás Cortes de las Españas. Y cansábase tanto que ideaba, noche tras noche, con la complicidad del silencio de sus almohadas, en la alcoba cuyas paredes estaban adornadas de múltiples cabezas de ciervos que le regalaban los mentados caballeros de las Cortes como parte del pago por cumplir diligentemente sus arduos trabajos, honerosos pero bastante chapuceros, la forma y manera que al salir la luna, meditaba para saber cual era la mejor de ellas para salir de aquel laberínto facer remiendo tras remiendo y desfallecer de hambre pues se había hecho costumbre secular el no pagar con ducados, sino que aquellos caballeros de las antiguas Españas eran más bien taimados, ladinos y un poco cortos de manga; pues era moda, aquella de dar cortes de mangas a sus jubones, a la hora de soltar ni tan siquiera un maravedí de plata, aún menos un solo ducado de oro.

De todo ello resultaba que el célebre sastre remendón tenía una figura desgarbada y desabrida de tan flaco que estaba que parecíase, en verdad, a uno de los galgos del famoso poeta Macías El enamorado.

Mientras todo esto sucedía entre los famosos caballeros de las Cortes y el célebre sastre remendón, las damas, damiselas, doncellas, sirvientas y hasta meninas de las muy diversas Cortes españolas, solían hacer mimos y carantoñas a los trovadores del buen trovar y, en las oscuridades de las noches, bajo la luz de las lunas, les miraban cruzando enigmáticos mensajes mientras los nobles celebraban verdaderos torneos de a caballo para conquistar a las más bellas. Tanto era así, que aquella manera de vivir en las antiguas Españas, dejaban atónitos los arábigos señores del sur mientras las bolsas de los trovadores llenábanse de maravedíes y ducados que las cortesanas les regalaban con amplias sonrisas que no eran descubiertas por sus señores amos.

Una de quellas noches, cuando la Luna era tan pálidaque languidecían las cortesanas por la ausencia de los trovadores, ahora perseguidos por los fieros señores de la guerra, al sastre remendón se le ocurrió la feliz o infeliz idea, pues el tiempo habría de decirlo, de cambiar de oficio y meterse a zapatero cortesano por ver si tenía también él la oportunidad de estar tan cerca de ellas como lo habían estado los ahora perseguidos trovadores que, avisados por las celestinas de turno, marchaban hacia tierras de occitania para escapar de las iras de aquellos feroces y barbudos señores propietarios de castillos con altas almenas y fosos imposibles de traspasar, no fuera que por haber rebasado tales leyes, ahora pagasen con el ser ahorcados de alguna encina, algún olivo o alguno de aquellos árboles frutales de los que tanto se habían hartado de comer deleitándose con gran placer.

El zapatero remendón acercóse a una de aquellas Cortes, que la historia no señala bien en cual de ellas fue, y ofrecióse como oficiante de zapatería. Su deseo era poder tocar, de vez en cuando, la punta de los dedos de algunas de aquellas fermosas criaturas cortesanas. Pero el resultado fue fatal; pues el tiempo demostró que, gracias a sus encantos personales que eran más bien escasos pero muy bien desarrolados con aceites, afeites y otras clases de ungüentos prodigiosos que le suministraba una bruja que vivía en la vega que había junto al castillo, del también abolengo apellido de los Fernández, todo fue un fracaso estrepitoso y vínose abajo el castillo arrastrando en su caída a los señores feudales y toda su compañía de caballeros cortesanos. Fue tal el desastre de los remiendos hechos a los zapatos de las damiselas que éstas, enfurecidas por las chapuzas de aquel antiguo, pues bastante antiguo era de ideologías sociales y políticas, que lo mandaron colgar de una encina, lo cual hizo, con gran agrado el señor del castillo.

Y cuentan las historias de las comadres que todavía hay un trovador recitando de posada en posada, pues prohibido tiene el acercarse a diez kilómetros de distancia de cualquier castillo de aquellas viejas Españas, bellas canciones de amor que las muchachas pueblerinas escuchan atónitas y encantadas, pues el encanto del citado trovador las encandilaba bajo la luz de las lunas, mientra ssueñasn con ser princesas. Y dícese, como final de esta historia, que mientras el cuerpo del sastre remendñon que se metió a zapatero cuelga de la encina, el trovadro marchóse a la Gran Ciudad y, mezclado entre la población, no pudo ser jamás descubieto por el fiero, de grandes bigotes y nariz aguileña para hacer juego con el águila imperial de su escudo de armas, señor que había caído ya en desgracia a los ojos de Dios.
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Descripción

Cuento Juvenil

Palabras Clave: Literatura Gnero Cuento Juvenil.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fanfictions



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