EL NIO Y EL PAPAGAYO
Publicado en Aug 31, 2010
La tarde venteaba, y el sol se negaba a ocultarse más allá de la montaña. A pesar de la hora, sus dorados destellos se esparcían como lanzas ardientes, con una exuberante luminosidad aurea que convertía, por momentos, el montículo montañoso en una inmensa lámpara incandescente.
Ángel David saco su cabecita por la ventana de su cuarto y vio las ramas de los arboles balancearse en una danza irregular, al compás de la brisa cálida de los días de agosto. Desde allí, la cima parecía creada repentinamente de oro, por la magia de la naturaleza, o quizás simplemente por el reflejo dorado del astro rey sobre sus campos. El muchacho se enjugaba una lágrima y Sentado en su cama, rozaba con sus manitas, un papagayo de tres colores, con múltiples parches a consecuencia de golpes y arañazos con los árboles. Sobre el colchón de la cama, reposaba, atado a un carrete conformado por trozos de pabilos de diferentes colores, recobrados de los postes de luz, de los techos de las viejas casas y de los árboles que fungían como telas de araña para atrapar Zamuras, barriletes y Papagayos, así como trabar hilos y pabilos. En fin eran las tarrayas naturales, con las que tenían que luchar los muchachos, para poder echar a volar su imaginación. El papagayo de Ángel David, con forma de pájaro, volaba inestable, cabeceando y girando descontroladamente, sin poder alzar el vuelo. La cosa había continuado así hasta ese día, que dio con el problema: la cola de papel, al ser muy liviana, no le permitía mantener la estabilidad del cometa volador o su papagayo de colores. La solución la encontró en el baúl de la ropa vieja. Ahora el ave de papel poseía una larga cola hecha con tiras de un vestido viejo de mamá. ¡Bueno! él pensó que era viejo, y resultó un vestido de sus favoritos para ir a misa. Como resultado, su madre se molestó mucho y como castigo lo encerró en su cuarto hasta el nuevo día. ¡El lloró! Confinado en su cuarto lloró....y sonrió al recordar su travesura y luego dijo: _Pobre mamá le eche a perder su vestido favorito, el que le regalo la abuela al morir. Pero el universo confabulaba a su favor, retardando la tarde e invitándole a salir. Le brillaron los ojos y parpadearon sus pestañas cuando saltó de la silla y tomó su papagayo de tres colores. La tarde lo espero plácidamente, e invito a la brisa a permanecer junto a ella. Le hablo de los tiempos por venir y le ofreció como regalo un crepúsculo de dorados destellos sobre un cielo nublado de figuras encarnadas, con tintes matizados del rubí al anaranjado. Mientras la brisa paseaba de aquí para allá, batiéndose embelesada del hermoso ocaso. La tarde le sonreía pícaramente al muchacho que rápidamente subía la cima. Lo vio detenerse como siempre en el primer mirador y recorrer con su mirada, la pequeña iglesia rodeada de cientos de casas y árboles. Desde allí le parecía el pesebre que elaboraba su madre en navidad, con muchas casitas de cartón, y ovejitas de algodón.... ¡De pronto! Una ventisca apareció rápidamente y remonto el papagayo, el vuelo era sereno y calmo con movimientos ondulantes siguiendo la corriente de aire, la cola de tiras atadas las unas a la otra se movía con elegancia dándole serenidad y dirección al cometa. La brisa continuo empujando con fuerza y el carrete de pabilo llegaba a su final. Con una piedra Ángel David, golpeo el palo del carrete, enterrándolo en la tierra aurea del cerro. El cometa al sentir la tensión fija de la cuerda se remontó ligeramente, zigzagueando alegremente, a la luz de los últimos rayos del sol. El niño se echó hacia atrás y se acostó sobre la grama viendo los últimos destellos del astro rey reflejarse en su pájaro de papel. Le sonrió a la vida por aquel momento y alzo el vuelo con la imaginación, pintando en el paraíso de su mente imágenes de su madre. Allí estaba él columpiándose en el neumático guindado al árbol de mango y ella ¡su mamá! Corría en bicicleta con el cabello al aire, mientras la brisa soplaba fuertemente. Se veía feliz, tan feliz que su boca esbozaba una sonrisa, mientras dormía sobre un lienzo de arcilla, a la luz de los últimos destellos del sol, de aquella tarde amiga. La noche llego y la tarde alegremente se marchó, persiguiendo estrellas fugaces que cruzaban el horizonte. _ ¡Que pases buenas noches! Le dijo la brisa desde lo alto. _ ¡Gracias! Le gritó el tricolor, que remontaba más y más, canturreando por unos de los parches abiertos, por el golpe tenue e incesante de la brisa. Las estrellas titilaban y la luna despuntaba en cuarto menguante. Allá abajo la madre angustiada y temerosa avanzaba rápidamente sobre la cuesta, siguiendo el reflejo tricolor del plumífero de papel. Preocupada, marchaba acompañada de algunos vecinos, que alumbraban el camino pedregoso con lámparas y linternas. Allá arriba la noche dormía sobre la piel del pequeño. Lo arropó con un manto de estrellas, y el viento lo acurruco; susurrándole canciones de cuna. Y más arriba, mucho más arriba, el papagayo ondulaba alegremente sentado sobre el quicio de la luna. Desde allí le hablaba de las cosas que había visto y la vieja luna le contaba historias de amor.
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florencio
Gustavo Gabriel Milione
Mara Ester Rinaldi
Cuantos momentos de placer...
gracias por traerlos a mi memoria.
Un abrazo.