SU SEGURO SERVIDOR
Publicado en Jan 27, 2009
¿Y si yo dijera:
“Dios es una piedra que ha rodado cuesta abajo, luego de azotar algunos pechos, hacia el infinito abismo de la nada”?, ¿qué dirían ustedes? ¿Moverían la cabeza con la vista clavada en el suelo como quien concede una visa de extranjero? ¿Se desgañitarían batiendo palmas en la celebración de un oscuro rito ctónico? ¿Encenderían la antorcha y quemarían los montes en el sanguinario éxtasis del triunfo y la victoria? ¿O se rasgarían el pecho y espolvorearían ceniza en sus cabezas penitentes y gritarían: “¡Blasfemia! ¡Blasfemia!”? ¿Adónde se volverían sus miradas duras y su locura mística, señores, si reconociera que Dios ha muerto? Si dijera “Zarathustra” y mis labios temblaran al borde de la inconciencia existencial, allá, en el centro del ojo de un huracán infrasuprahumano. Si el cordero abandonara su posición fecal de animal obediente y su espumoso y suave abrigo. Si se rebelara de pronto al trasquileo, ¿dirían: “Bienvenido al club de los malditos” o mirarían con recelo el naciente nuevo (des)orden y emigrarían a otros campos para pastar en cuatro patas, para suplir la insoportable igualdad inaceptable para el sublime espíritu de su poesía y balarían y se dejarían trasquilar y gritarían: “¡Escucha, oh, Israel...!”? ¿Soportarían tanta vulgaridad incrédula y parsimonia ateística? ¿Soportarían tanta tabla rasa repentina, ser lo mismo que son todos sus congéneres? Gritarían. Lo sé. Alzarían las manos al cielo e inclinarían la frente y cantarían cánticos nuevos. Desnivelados. Desentonados. Incólumes. Y dirían otra vez. “Nadie nos toca. Nadie nos alcanza. No somos nadie.” Y es que les tocamos la flauta y no danzaron, les cantamos cantos plañideros y no lloraron, les hablamos en parábolas y las entendieron todas (con notas a pie de página incluidas). Jugaron a los dados sobre el manto de un dios moribundo mientras reían de la cotidianidad de la vida o de la muerte, guerreros orgullosos al pie de una cruz, pero siempre al pie. Al pie de una cruz se juega a los dados. Al pie de una cruz se ríe de la vida y de la muerte. Al pie de una cruz se escupe a un dios moribundo. Siempre al pie de una cruz. Al pie de una cruz es posible toda herejía, y la sombra crece con el sol de la mañana y del atardecer, con el sol que se oculta, con el sol. Y no hay nada nuevo bajo el sol. Nada. Aquí todo se pudre con el mismo color que adquiere la podredumbre y el mismo olor que sofoca a todas las almas. ¿Qué hacer? ¿Poesía? No. Eso déjenlo para esos señores que requieren visa de extranjero para “entrar en todas las cosas”. Los que buscan infiernos o cielos a contraviento porque así (dicen) nace la verdadera poesía. Los que saludan de lejos por miedo a que los salpique el aliento mundano del hablar cotidiano. No. Persigan, persigan al que se atreve a escribir versos santos, a hacer volver al exiliado de los campos sangrientos de la existencia verdadera y radical de la nada. Pero ¿cómo se atreve? ¿Quién le cosió esas alas de ángel jubilado para fraguar tal herejía poética? ¡A él! ¡A él! ¡Que Lihn lo sofoque con sus plumas rojas, que Neruda le parta el cráneo hoz en mano, que le deshaga la frente de un martillazo! ¡Que la Gabriela se levante de su tumba y lo convierta en piedra, que Huidobro lo reduzca a cenizas con su pico de cisne insigne, que lo ponga en capilla! Pero ¿tiene acaso antecedentes suficientes? ¿Es un paria buscándose a sí mismo en la oscura oquedad de su propio abismo? ¿Lee griego? ¿Lee latín? ¿Es gongori(a)no? ¿Cuántos libros hay en su escaparate?, ¿están sus hojas deshechas, sus lomos rotos de tanta incontenida lectura, de tanto amasarlos entre sus dedos? ¿Tienen señales de vida? ¿Gusta de las ediciones príncipes tanto como de sus orgasmos? ¿Es alternativo? ¿Es transexual, transcultural, transmoral, transgenético, trans-eúnte? ¿Y qué nos dicen de su dios? ¿Lo escribe con minúscula? ¿Lo trata como a un fardo viejo, un perro ciego, un mojón maloliente, un vómito ancestral, un carcelero venido a menos? ¿Sus versos –si es que así se les puede llamar- dan asco a cada nueva metáfora? ¿Llora su pobre e ignominiosa soledad, dice yo, yo, yo, ay, ay, ay, himen, himen, himen? ¿Hace preguntas incontestables, insoportables, ácidas a cada verso? ¿Dice “Dios te salve” y “Amén”? Entonces abandónenlo. Ciérrenle la puerta en las narices y escúpanlo junto con su Dios. Es un cordero. Trasquílenlo. Para eso está. ¿Sabía todo lo que sabía? ¿Había leído todo lo que había leído? ¿Escribía medianamente bien? Eso no era lo de rigor. Contestó mal la última pregunta. Dijo: “Sí” y eso basta. Condúzcanlo a las puertas de esta ciudad inexistente y denle un pedazo de losa. Que se rasque, que se rasque hasta desangrarse. Que espere un milagro, ¿no dice que cree en ellos? Bueno, que así sea. Digan: “Amén” compañeros de armas, digan: “Amén” y olvídenlo. O no. Mejor trasquílenlo, trasquílenlo y mientras canten, tarareen los nuevos versos que han de venir, esos que nacen de la inspiración de los balidos, ¡oh, gozosos! Esos balidos que dicen: “Su seguro servidor. Siempre a expensas de su seguro servidor.”
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