Requiescat in pace
Publicado en Sep 10, 2010
Ya han pasado meses desde que todo ocurrió, y todavía no deja de llover.
Era un día sábado, no importa el mes y mucho menos el día, lo que verdaderamente importa, es que se hacía tarde y en mi casa todavía no se servía el té. Mi mamá gritó: ¡Valeria, anda a comprar pan! Sabía que me desagradaba la idea de caminar hasta el supermercado sabiendo que ella venía llegando del mismo lugar, así que me levanté del sillón de mala gana, tomé mi MP3, el dinero y salí rápido. Tenía que llegar al Santa Isabel que está cruzando República, porque a mis papás no les gusta otro pan que no sea de allá. Cuando estaba por atravesar la calle, una gota me cayó en el hombro, casi me pareció que era una lágrima cayendo del cielo, la idea me hizo estremecer, me la quité mientras cruzaba. No me fijé bien, un imprudente se había saltado el rojo y no alcanzó a frenar. Pasó todo tan rápido. El autobús me iba a chocar de frente. Todos dicen que cuando crees que morirás o estás muriendo, ves toda tu vida pasar frente a tus ojos, algo así como una clase de película, yo, vi todo lo que no iba a poder hacer: Salir del colegio, entrar a la universidad, trabajar, viajar, me quedaba tanto por recorrer, tanto por vivir. Miré como el enorme vehículo venía hacia mí. No les voy a mentir, me petrifiqué. Se acercaba muy rápido y la brecha entre los dos era muy corta. Cuando por fin me tocó no sentí dolor, creo que la sensación sobrepasó el umbral del dolor y de alguna forma se inhibió y no sentí nada. Eso si, escuché como todos mis huesos se quebraron en el impacto... Quería moverme, pero mi cuerpo no respondía. Mi sangre estaba derramada en el piso y las personas empezaban a acumularse a mi alrededor. Escuchaba lo que decían. ¿Quién es? ¿Llamaron a la ambulancia? Pobrecita, es tan joven. Creo que es la hija de Jorge, Jorge... ese es mi papá. ¿Qué me dirá cuando llegue?, debí fijarme mejor. Quería levantarme, para irme a casa, pero mi cuerpo estaba demasiado débil y mi corazón demasiado cansado. Tirada en el concreto esperaba que llegara la ambulancia. Me acordé que soy O4 negativo, y no tenía la cadena que tanto les pedí a mis padres que me compraran para grabar en ella mi tipo de sangre. Pero ya no importa, sabía que me iba a morir; sentía como mi sangre caliente se derramaba lentamente por el piso, pues de todos quienes observaban la escena a ninguno se le ocurrió la idea de detener la hemorragia. Escuché la ambulancia, pero creo que yo ya había muerto. No sentí las manos de los paramédicos que me subieron a la camilla. Pero sí los oí, veía y escuchaba todo, como todos los demás. ¡No tiene pulso! ¡Traigan las paletas! ¡Despejen! Vi como el choque eléctrico levantó mi cuerpo. Pero mi corazón no quiso volver a latir ninguna de las veces que intentaron hacerlo reaccionar. Comenzó a llover. Me llevaron al hospital de todos modos. Tenían que ir a reconocer mi cuerpo. Caminé desde el lugar hasta mi casa. Vi a mis padres contestar el teléfono. Uno de los vecinos me conocía así que llamó para avisar que había tenido un accidente. Le dieron las gracias por dar aviso y se dirigieron al hospital en la camioneta. Mi hermana también fue. Pasaron como 2 minutos y toda mi familia ya sabía que yo estaba en el hospital, pero no que había fallecido. Cuando llegaron, preguntaron por mí. Pero no había ninguna Valeria que hubiera ingresado recién al hospital, lo que sí había era una adolescente sin nombre en una habitación esperando ser reconocida. Sentí como el corazón de mi familia se apretó. Todos rogaban que no fuera yo. Caminaron por los pasillos del tétrico hospital, tomé la mano de mi papá, porque ya estábamos llegando, él no me sintió. Cuando entraron a la habitación y me vieron en la camilla comenzaron a llorar. Me entristecí al verlos así, yo no quería verlos sufrir. Me voltee, fue entonces cuando vi mi cuerpo. Me acerqué. Mi ropa cubierta de sangre tenía todavía la mancha de bebida que mi hermana le había derramado encima, eran mis pantalones favoritos. Tenía la cadena que nos habían dado de recuerdo por cursar octavo básico. La mía tiene una "N" grabada y mi mejor amiga tiene mi "V". Tenía el cuerito café que parece plástico que habíamos comprado hace poco con las niñas en la feria artesanal envuelto en la muñeca. Mi polera estaba destrozada al igual que el polerón que le gusta tanto a una de mis amigas. Tantos recuerdos llegaron a mi mente. Todos los momentos felices que viví, y que no iba a poder vivir de nuevo. Tantos momentos tristes donde las personas que estimo estuvieron a mi lado. Todos mis errores y aciertos. Todas las palabras que dije sin medir las consecuencias. Todas las personas que nunca perdoné. Todos los amigos con quienes me había peleado. Ya no iba a poder retractarme, no iba a poder divertirme, no iba a poder perdonar ni pedir que me perdonaran. Mi trazo de vida se había cortado, en tierra, ya no había nada más que hacer... Mi funeral fue el día lunes. Mi hermana mayor viajó desde Concepción, solamente viajaba los fines de semana largos, y yo la hice venir a perder clases, está en la universidad. Mis padrinos, mis primas y mis tíos viajaron desde Santiago, La Unión, Valparaíso y Valdivia. Todos tenían cosas que hacer, pero de todos modos vinieron. Hace tiempo que no veía a toda mi familia reunida. Lástima que fuera en una ocasión así. Mis compañeros, mis amigos y mi mejor amiga llegaron a darle el pésame a mi familia, vinieron a despedirse de mí. Y a mí, que no me gustan las despedidas, porque uno nunca sabe cuando vas a verlos de nuevo. Nunca sabes si vas a verlos de nuevo. Despedirse, puede ser un adiós eterno. Y yo, aquí, extrañando todo sin aún haberlo dejado. La tierra ya me había soltado, era yo la que no quería irse. Lástima. Mi oportunidad ya había pasado, y no iba a tener otra. Adiós vida. Te extrañaré.
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