¿Cómo Iríbar no habia ninguno? (Diario)
Publicado en Sep 11, 2010
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Tenía yo apenas 14 años de edad cuando, leyendo el diario deportivo MARCA de Madrid (en la época de los pronósticos de Don Acisclo Karag), conocí la noticia: el guardameta del Basconia (equipo que había dado la sorpresa en la Copa del Generalísimo hasta que le goleó el Barcelona), llamado José Ángel Iríbar Kortajenera, prometía mucho de cara al futuro. Fue una noticia que corrió, como reguero de pólvora, entre los grandes conocedores de las futuras promesas del fútbol, que, como siempre ha sido, éramos muy pocos. Yo empecé a aprender, rápidamente, cómo se situaba con toda calma debajo de los palos de la portería y cómo estaba siempre bien colocado y, sin grandes esfuerzos, detenía balones con marchamo de gol sólo con la técnica importantísima de cerrar los ángulos de tiro a los delanteros rivales. Así que le convertí en mi ídolo deportivo y seguí su meteórica carrera hacia el estrellato. Efectivamente, a la temporada siguiente fue fichado por mi Athletic Club de Bilbao como suplente de Carmelo Cedrún Ochanategui. Había sido captado por los ojeadores de los "leones" de San Mamés. En muy poco tiempo se convirtió en el mejor guardameta de España y batió el récord como jugador de la Selección Nacional Española siendo, además, uno de los mejores porteros del mundo.
El caso es que seguía yo su carrera, después de haber ya demostrado que era un guardameta de categoría cuando me tocaba jugar de portero desde mi más tierna infancia para, como dije antes, aprender a colcarme mejor bajo los palos, a cerrar los ángulos de tiro de los delanteros contrarios o a lanzarme al suelo con reflejos felinos (por eso era de los "leones" de San Mamés) si era necesario. Entonces yo ya vivía en la madrileña calle de Pizarra número 3. El portero titular era Carmelo (antes suplente de Lezama) y se acababa de ir López al Real Clubb Deportivo Español (después de haber pasado dos temporadas siendo el suplente de Carmelo). Ahora el suplente era Iríbar y tuvo que debutar, aquel mismo año, en la Rosaleda, el campo de fútbol del Málaga en cuyo partido se lesionó de gravedad Carmelo y perdimos el encuentro). Ya no abandonaría la titularidad el citado Iríbar (siendo sub primer suplente Zamora -que no era el del Valencia que terminó jugando en el Mallorca- y una tal Echevarría como segundo suplente. Y comenzó la Leyenda de Iríbar que decía (con perdón de la palabra): "Iríbar, Iríbar, Iríbar es cojonudo; como Iríbar no hay ninguno". Sobre todo después de una final de Copa del Generalísimo disputada en el Santiago Bernabéu frente al Real Betis Balompié de Sevilla. Ganaron los béticos pero Iríbar hizo tal partidazo que saliço a hombros comenzando a ser ya popular en toda España aquel cántico. Después, su primer portero suplente sería Cedrún (hijo de Carmelo con el cual el entrenadoo Javier Clemente hizo una total injusticia poniendo delante a Andoni Zubizarreta cuando estaba triunfando Cedrún; con lo cual éste tuvo que irse al Real Zaragoza (Echevarría seguía siendo el segundo suplente) para demostrar que era tan bueno como Zubizarreta, opacar y quitarle el puesto de titular al fanfarrón paraguayo Chilavert y ganar la Copa de Ferias de Europa).
Pero volviendo al tema de José ángel Iríbar Kortajerena, llegó a ser tan importante que se hizo campeon de Europa frente a la URSS en el campo del Santiago Bernabeu en aquella final que ganamos sobre todo gracias al golazo de Marcelino. Pero, en realidad, ¿cómo Iríbar no había ninguno?. Yo me prometí llegar a ser tan bueno como él o incluso mejor pero siempre como amateur, o sea sólo aficionado, jugando a veces de portero en esos campos de las duras tierra (fúbol de 11) o de las duras piedras o maderas (fútbol sala); sobre todo cuando supe que me estaba jugando el amor de mi Princesa. O era él el que la enamoraba o era yo. Así que el duelo fue inevitable. Tenía que dejar de ser mi ídolo si queria casarme con la Princesa "Gaviota Roja".
El duelo sucedió en el Estadio Manzanares de Madrid (actual Estadio Vicente Calderón) y se enfrentaban los del Atleti contra los del Athletic. Así que, con total tranquilidad, como siempre ocurría conmigo en esto del fútbol, me senté en las gradas y me olvidé del mundo entero concentrándome en aquel formidable rival al cual debía batirle y romper su leyenda como mi ídolo deportivo. La Princesa no quería ídolos para nada. No le perdí de vista ni un segundo. No me enteré de cómo jugaban ni los "colchonero" ni los "leones". Me concentré con tal fuerza que, de repente, la serenidad y colocación de Iríbar se vino abajo. Paseaba de un lado a otro de la portería, se iba hacia adelante o hacia atrás, a veces salía hasta fuera del área pequeña y de la grande (cosa imperdonable para un guardameta de su talla)... hasta que llegó la jugada tonta que le pilló tan nervioso que sirvió para que ganara el Atlético de Madrid y yo me ganara, definitivamente, el amor de mi Princesa. ¿Cómo Irñibar no había ninguno?. No. Era falsa esa leyenda. Yo demostraba en los campos de las duras arenas y las duras piedras que era tan bueno como él o incluso mejor porque jugaba en esos lugares donde, en completo anonimato, te juegas la vida porque no tienes protección alguna, ni equipo de Salvamento y Scorrismo en caso de necesidad y ni tan siquiera un utillero que te lleve agua para refrescarte en los días de intenso calor o para ponerte chándal termostático en los días de intenso frío, como sí sucedía con Iríbar.
Muy poco tiempo después vino el extraño suceso de que quiso escapar en una barca de pescadores vacos hacia las costas de Francia, fue retenido y le hicieron volver a Bilbao. Tuvo que intervenir el presidente de mi Athletic Club de Bilbao y perdirle explicaciones. Confesó que sí era simpatizante de Herri Batasuna. El presidente de los "leones" le dijo bien claro: "Señor Irñibar, gracias por sus servicios, pero desde este momento no vuelve a jugar al fútbol en ningún equipo, por lo menos en el Athletic". Iríbar fue perdonado pero se le obligó a trabajar en la Escuela de Lezama (la cantera bilbaína cuyo nombre se puso como recuerdo al guardameta titular, que había sido suplente de Blasco, cuando Carmelo era el primer suplente de él.
Nadie supo lo que pasó aquella tarde-noche en el Estadio Manzanares de Madrid (yo ya vivía en la madrileña calle de Juan Duque, nñumero 16) salvo Dios y yo... y quizás también mi Princesa "la Gaviota Roja" porque yo la llevaba dentro de mí desde que tan sólo tenñia yo 7 años de edad. Por eso, un día (lo contaré en mi serie "De los canales a Canaletas") un rival me nombró "el pequeño Iríbar madrileño".
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Foto del autor José Orero De Julián
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