Norma y Duvalier (Relato)
Publicado en Sep 14, 2010
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Norma, muchacha espigada, morena y de buena figura, con el cabello lacio largo y suelto sobre sus hombros, tumbada sobre el sofá del gran salón de su apartamento en la ciudad portuaria de Antibes, estaba leyendo, en voz alta, un largo poema del escritor ecuatoriano Alfredo Gangotena; pero al llegar al final del primer verso quedó profundamente dormida. Del piano del Eagles Café alguien arrancaba unas notas románticas de "La Bohème".
Ella recordaba el verso de Gangotena: "Los ángeles esperan, afuera, mi frente. Los ángeles, a merced del viento, en la escarcha, como blancos párpados ansiosos, baten alas, queman el sueño en la casa de la negrura. Y las luces del cielo, las luces de la arena, vibran juntas en la espera. ¿Mis manos? ¡Abiertas, descuartizadas, abiertas en la sangre!. Las puertas de mi soledad golpean en los espejos del viento. Y todas las hojas nacidas de la Naturaleza, que velan en torno sobre esta luz de tristeza y ansiedad. Pero no puedo ausentarme, y en modo alguno, alegrar las formas de mi visión. Tengo que sufrir, créanme, muchas palabras y numerosos climas. Los múltiples alientos del alma desesperada.¡Pues lo rojo está allí!. Ese rojo extremo ante mi mirada, ese rojo en las sienes y en mis manos. Y el penoso golpear de la puerta crea, de vez en cuando, afuera, la confusión en los hermosos rostros de esa legión. Y la luz, que desconfía, guarda a mi alrededor como una espera roja en los muros. Esos pájaros dispersos adelante, espejean en el aire. ¡Esos grandes pájaros que reivindican un tan largo viaje, que me enseñan, en ese virtuosismo de vuelo, las aguas primigenias que no pude beber!. Y la luz, como un pensamiento, en la cima misma del espíritu. ¿Quién franquearía, hacia afuera, estos muros?. Como una corteza bien ajustada nos mantienen en este impulso, derechos hacia el cielo en plena inmovilidad. ¡Y mis venas que se asfixian!. Mis venas, cargadas de lágrimas, que pesan tanto en mi cerebro. ¡Vamos, rehuid mi vida, rehuidla, pues, presencias de afuera, y no me hagáis soportar más este hielo en el terror!. ¡Pero allí está ese viento, ese viento de todos lados!. ¡El viento que, rápido, se apresta a devastar hasta en las blancuras límpidas de mi frente!. ¡Así es!, y este color tan suave, también, venido del fondo de los tiempos, como una voz secreta de las íntimas sombras, tan suave y venido de tan lejos en la líquida soledad de mis párpados. Como la sal nocturna de la mirada, que benévola estalla en los días de vergüenza y tempestad, un astro está desnudo en mi mente. ¡Oh sol con tus brisas, tu paraíso soluble en nuestras venas y nuestras lágrimas!. Ilumina, ilumina, oh astro tumultuoso, ilumíname en esas espesas tinieblas de la distancia. Y haz de modo que yo ya no esté separado de Ella, de Ella, ¡ah!, de la blanca extensión de su contacto, por todo este largo y difícil viaje. Yo permanezco solo, aquí en esta arcilla, ángeles del afuera, para mejor esperarla, en estas luces consternadas. ¡Para este llamado!.  Ya que en mi frente adoro una presencia memorable. Las flores y las brisas que se entrelazan. ¡Las flores! ¡Y el rumor de mi pupila, como la palabra feliz de su alma!. ¡Y sus brazos! ¡Qué perfumes! rodeados por mis venas brillantes. ¡Callaos! ¡Callaos, pues, bocas inquietas del afuera!. ¡Ya los grandes pájaros de la tarde arrancan las puertas y rompen los muros! Esos grandes y negros pájaros que despliegan su vuelo sutil en las profundidades de mis ventanas y de mis espejos. El mundo, en este instante, no es más que el hálito de un pensamiento. Señor, estoy temblando. El Espíritu, el sol, los astros y toda luz conocida tiemblan también. Señor, que tiemblan en este conocimiento supremo: ¡Oh Amor!. Amor presente".
El piano también la hacía recordar: "Bohemia de París, alegre, loca y gris de un tiempo ya pasado, en donde en un desván, con traje de can-can posabas para mi, y yo con devoción, pintaba con pasión tu cuerpo fatigado, hasta el amanecer, a veces sin comer y siempre sin dormir... La bohemia, la bohemia, era el amor felicidad. La bohemia, la bohemia, era una flor de nuestra edad. Debajo de un quinqué, la mesa del café feliz nos reunía, hablando sin cesar, soñando con llegar, la gloria conseguir. Y cuando algún pintor, hallaba un comprador y un lienzo le vendía, solíamos gritar, comer y pasear alegres por París... La bohemia, la bohemia, era jurar, que di y que amé. La bohemia, la bohemia, yo junto a ti, triunfar podré. Teníamos salud, sonrisa, juventud y nada en los bolsillos. Con frío, con calor, el mismo buen humor, bailaba en nuestro ser. Luchando siempre igual, con hambre hasta el final, hacíamos castillos, y el ansia de vivir, nos hizo resistir y no desfallecer. La bohemia, la bohemia, era mirar el amanecer. La bohemia, la bohemia, era soñar con un querer. Hoy regresé a París, crucé su niebla gris, y lo encontré cambiado. Las milas ya no están, ni suben al desván, moradas de pasión, soñando como ayer, rondé por mi taller, mas ya lo han derrumbado y han puesto en su lugar, abajo un café bar y arriba una pensión. La bohemia, la bohemia, que yo viví su luz perdió. La bohemia, la bohemia, era una flor y al fin murió".
- ¡No!. ¡Yo sé que existe todavía el último bohemio! -despertó sobresaltada.
Eran las tres de la madrugada y en el Boulevard Edouard Baudin de Juan-les-Pins, en el número 10, donde ella acababa de despertar sobresaltada, todavía un pintor estaba mirando al mar...
Ella se asomó a la ventana y le vio allí, subidas las solapas de su chaqueta y fumando en pipa de madera de caoba. Hasta ella llegaba el agradable olor del tabaco. Tenía ganas de bajar. Sentía deseos de bajar. Estaba segura de que no era peligroso. Estaba totalmente convencida de que, o era el ángel que citaba Gangotena o era el último bohemio de verdad... o quizás ambas cosas a la vez... o por lo menos el último bohemio con el espíritu interno del que hablaba Gangotena. Lo pensó durante unos instantes. Pero, al final se determinó por hacerlo. Cogió una botella de champán, marca Bollinger, y bajó rápidamente al boulevar.
Sin hacer apenas ruido llegó hasta colocarse a espaldas del pintor. Observó el cuadro. Era una reproducción exacta de la portada del famoso libro "El buen dormir" recientemente publicado por el Doctor Edouard Estivill. Él seguía absorto mirando al mar. El cuadro representaba a una hermosa mujer, verdaderamente hermosa, que... ¡sorprendente!... ¡era ella misma!... sólo que no recordaba que la hubiese nadie fotografiado dormida profundamente y mucho menos que hubiese posado dormida para algún pintor.
- Marinero... ¡eh, marinero!... -se le ocurrió decir.
Él se dio la vuelta lentamente, sin dejar de fumar aquel tabaco de pìpa que tan embriagante olor desprendía. ¡Era verdaderamente atractivo!. ¡Cómo deseaba un beso!. ¡Un beso que le hiciese saber que no era un sueño!. ¡Que todo aquello era verdad1. Pero él sólo la miraba sin decir nada.
- ¿Quieres compartir esta botella de Bollinger conmigo?.
El bohemio sólo le respondió:
- ¿Has visto al mar?. ¿Has visto cómo está la mar esta noche?.
El mar. La mar. Lo masculino y lo femenino unido en una sola expresión. Ella sabía que era muy hermosa. Él sabía que era muy atractivo. El mar. La mar...
- Yo veo al mar... a la mar... igual que todas las noches...
- No. Fíjate en el horizonte. En aquella línea anaranjada del horizonte.
- Sí. Es preciosa. Pero siempre ha sido así.
- No. Esta vez es más dulce que ninguna otra noche.
Ella se quedó mirando a las gaviotas.
- ¿Que tendrán las gaviotas que siempre aparecen cuando algún bohemio las sueña?... porque tú eres bohemio, ¿no es cierto?.
- Sí -respondió simplemente él.
- ¿Cómo te llamas?. ¿De dónde eres?.
- No soy francés precisamente, sino español... pero llámame Duvalier... simplemente Duvalier... es porque me gusta cambiar muchas veces de nombre. Me trae buena suerte.
- Yo tampoco soy precisamente francesa sino ecuatoriana. Pero llámame Norma. Simplemente Norma porque también me gusta llamarme de formas diferentes. Pero ¿dónde naciste exactamente?.
- Nací en una frontera pero sólo tengo un pequeño recuerdo de ella...
- ¿Te estás refiriendo a alguna mujer?.
- No. No me estoy refiriendo a ninguna mujer. Prefiero referirme sólo a ti. 
Aquello estalló en el cerebro de ella como una explosión improvisada. Y el corazón le comenzó a latir más fuerte que nunca.
- ¿Sabes por qué cambio tanto de nombres?. Porque me gusta mirar a las estrellas...
Ella seguía deseando ser besada por él.
- ¿Qué tienen que ver las estrellas con tus nombres?.
- Soy como ellas. Me gusta ponerles nombres. No los que vienen en los libros de Astronomía, sino los que a mí me guta ponerles cada noche que las observo. ¿Vés aquella tan pequeña que hay allí, precisamente en aquel horizonte que hoy es más dulce que nunca?.
Ella sabía que un hombre que hablaba así no podía ser un loco, ni un extravagante de esos que bebían alcohol para poder pintar algo realmente absurdo. No. Aquel hombre era el poeta bohemio de verdad. El más lúcido bohemio que había conocido.
- La llamaré siempre Norma.
- ¿Por qué precisamente como yo?.
- Porque no quiero pensar en ninguna mujer nada más que en ti.
- Es que no lo entiendo...
- Mira a las gaviotas, Norma, mira el vuelo de las gaviotas...
- Sí. Pero sigo sin entenderlo...
- Es que el vuelo de las gaviotas no debe ser entendido sino, además de eso, debe ser comprendido... ambas cosas a la vez... para poder saber de ellas algo más que lo que saben los científicos.
- ¿Y eso que tiene que ver con mi nombre?.
- Cada gaviota hembra es como el nombre de una mujer. Vuelan por nuestro pensamiento antes de llegar hasta nosotros.
- ¿Nostros?. ¿Quiénes son nosotros?.
Él volvió a sonreír.
- Sólo me interesas tú. Nosotros somos tú y yo mirando un dulce horizonte anaranjado. ¿Sabes por qué he elegido el nombre de Duvalier esta noche?. Por el poeta chiapaneco.
- De verdad que eres original, español.
- Espera. Escucha. Duvalier creó un estilo vanguardista que se puede decir que era una alquimia poética. Se trata ni más ni menos que de la conjunción entre música e imagen, entre la semántica y la fonética, entre la realidad y la metafísica. A veces yo escribo así. ¿Sabes quién eres tú para mí?. Tu eres para mi "la niña" de Duvalier. La niña del triángulo perfecto.
- ¿Triángulo perfecto?.
- Si. ¿Sabes que tienes una cara tan bonita y sexy que eres como una niña?. Esas dos facetas son los dos lados rectos del triángulo.
- ¿Y la hipotenusa?. ¿Qué pasa con la hipotenusa de Duvalier?.
- Esa hipotenusa que une a tu juventud con tu belleza, a tu cara de niña con tu cara sexy, soy yo mismo... Duvalier... el mismo Duvalier que ahora estoy aquí y mañana en otro punto observando quizás las calles de una gran ciudad. 
- Entonces... ¿compartimos la botella de champán?.
- Una noche como ésta sólo puede existir para compartir placer.
Ella le entregó la botella a él.
- Ábrela y empieza tú... ¡porque eres el hombre que siempre soñé si me demuestras que eres un poeta verdadero!.
Él abrió la botella con tan poca destreza que salpicó el rostro de ella. Ella no se enojó sino que empezó a reír.
- ¡Estás más bonita así! -y dio el primer trago de la botella, limpió la boca de ésta con el dorso de su viril mano y se la ofreció a Norma.
- Antes de beber demuéstrame que eres un verdadero poeta.
- Entre las estrellas del cielo
asoma tu rostro de ángel...
y eres como el velero
que alumbra todo el sendero
como la luz de un arcángel.
Este verte yo prefiero
incluso más que a mi madre
pues llevas en tu propia sangre
mi oficio de fiel orero.
Oro eres en mi carne
que por mis venas arde
en este alba sereno.
Y por tu rostro tan bello
que hay bajo tu cabello
nunca se hace tarde.
Pues eres principio de anhelo
simplemente tan eterno
como eterno es el mirarte.
- ¡Dios mío!. No puedo creerlo... ¿cómo lo haces?.
- Porque te llevo dentro.
- Ahora sí que necesito dar un trago -y Norma bebió de la botella.
- Espera, Norma, dámela.
Duvalier tomó la botella y la lanzó hacia el mar. Quedó semihundida en las finas arenas de la playa.
- ¿Por qué has hecho eso?.
- Un verdadero bohemio y una chica como tú nunca beben más de un trago. Además...
- ¿Además qué?.
- Nada. Iba a decir una tontería.
- Me encantan oír ciertas tonterías.
- Además me basta sólo con beber de tu boca.
O se estaba volviendo loca o era verdad que le estaba pidiendo permiso para besarla. ¡No podía ser verdad!. ¿Sería cierto que siempre había estado dentro de él?. Pero no era cuestión de pensar sino cuestión de creer.
- Si...
El beso se fundió como un relámpago. Del cielo comenzó a caer una fina lluvia pero ni a Norma ni a Duvalier les importaba nada que estuviese lloviendo...
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Descripción

Relato.

Palabras Clave: Relato.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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