Dios y el doctor Garca
Publicado en Sep 25, 2010
Cuando lo conocí, Alan García era un agnóstico, un cuasiblasfemo y un gonzalezpradista hasta la médula. O sea que era laico y pecador sin medias tintas. Ahora lo veo disfrazado de morado, investido de ciprianismo lenguaraz, romano hasta el cuello y papal como un templario fundador.
¿Qué le ha pasado? Creo que comprendió que él era el mejor de los hombres pero que, en materia celestial, debía aliarse con el que todo lo podía. Sería, pensó, una yunta invencible: el Dios que doblegó a Roma y se hizo él mismo Roma junto al hombre que tan cerca está de la divinidad. Dios y el César de los Andes: todo sería posible. García tiene un joint venture con Dios y por eso es que nada le pasa cuando se pone debajo de un edificio herido. Y por eso es que logra anunciar la existencia de un hijo supernumerario ante la presencia consentidora de su santa esposa. Y por eso es que se va a Pisco y promete que los escombros se moverán en menos de una semana –oh, milagro–, que en un año más todo estará reconstruido –milagro de San Hernán, pero ojalá que no de Santa Cutra–, y que la economía de la zona no padecerá ni siquiera en sus cifras de exportación –más que milagro: conjuro celestial–. Enrique Chirinos Soto se pegaba una tranca cosaca y luego se confesaba. Apuñalaba políticamente a alguien y luego se engullía una hostia efervescente. Disolvía un tribunal Constitucional a pedido de Joy Way y de inmediato hacía gárgaras con diez avemarías. Para Chirinos, la religión católica no era sólo credo y fe: era una ducha española que lo desenmugraba. Sospecho que la relación del doctor García con los poderes mayores es un poco parecida. O sea que después de cada mentira viene el padrenuestro y luego de una canallada las bienaventuranzas y al día siguiente de las altas cualidades una sesión de golpes de pecho. La religión como jabón carbónico. Eso no quiere decir que el doctor García carezca de fe. La tiene de sobra y eso lo hace peligroso. Si los conversos tienden a la ortodoxia, se diría que el doctor García se está inclinando al fanatismo. Me cuentan que es cada día más difícil discutir sus decisiones, matizar sus infalibilidades, añadir algo a sus sorprendentes decisiones. Como Bush cuando incendia a los infieles y extirpa a los países endemoniados, el doctor García cree ahora que Dios le da órdenes, que del cielo le bajan los memos que él sólo acata y que, al fin y al cabo, esa contigüidad con Dios lo exonera del banal juicio de sus ministros y del aún más banal escrutinio de los pobres diablos de la prensa. Además, ¿no está Dios detrás de esa subida de 11 puntos en su popularidad? ¿No lo estuvo acaso en la evaporación de esos sesenta mil votos que le impidieron a Lourdes Flores ser Presidenta? Y en la multiplicación de esa diminuta hacienda original, multiplicación que le permitió tener ese piso en París, estas casas, aquellas cuentas, ¿no estuvo Dios, acaso? De tanto interpretar a Dios el doctor García va a terminar pareciéndosele. Frente a esa colosal cercanía, ¿qué pueden importar los patrulleros que no se compran, los ministros que no renuncian, los fondos que no se gastan, los reclamos de los impacientes y las observaciones de quienes alegan haber sido traicionados? Y acaso Wilbert Bendezú, ¿no tiene la pinta de Judas?
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