Ferrocarril nmero 3 (Novela Corta). Captulo 9.
Publicado en Oct 08, 2010
- Pero ya las partidas han terminado, Señor Don Juan.
- Pero es que como ustedes han perdido todos por 2-1, y ahora me estoy refiriendo a los tres, yo voy a demostrarles que es mejor, antes que la avaricia porque la avaricia siempre rompe el saco, que sufra el dinero y no la persona. Así que vamos a "Las Bravas" y si no les importa vayamos andando, que buenos ejercicios necesitan para bajar la barriga, aquí al lado, a la calle Espoz Y Mina, 13. ¿No serán ustedes supersticiosos verdad?. Y no se preocupen porque el que les va a invitar soy yo. Ante el silencio más absoluto de los señores Vallés, Herreros y Sáiz, fueron caminando hasta alli. Una vez en el Bar de "Las Bravas" se situaron en la barra, en el mismo orden de siempre, con Vallés al lado de Juan, con Herreros al lado de Vallés y con Sáiz al lado de Herreros. Una chavala guapísima les atendió amablemente dirigiéndose a Juan. - ¿Qué van a tomar los señores?. - A ellos póngales tres whiskys Johny Walker y a mi un cubalibre de ron "Alma de Bohemio". ¿Están de acuerdo, señores?. El silencio de los tres era tan evidente de que estaban ya prácticamente borrachos que no hicieron otra que decir sí con la cabeza. Hasta que no les sirvió el pedido la guapísima camarera, siempre con la sonrisa franca y sincera, no comenzó a hablar Juan. - Verá, señor Sáiz, como está usted en el extremo opuesto al mío no tengo más remedio que hablar un poco alto y eso conlleva que Vallés y Herreros van a escuchar la conversación. Sáiz, en medio de las nieblas del alcohol, siguió sonriendo irónicamente pensando que Juan también estaba como ellos. Pero Juan estaba perfectamente lúcido. Le entregó un billete de cien euros a la guapísima antes de continuar. - Tome. Gracias por su sonrisa. Quédese lo que sobra para usted. Hágase un regalo, el que más desee con el dinero que sobra, en mi nombre. - ¿Qué nombre?. Sáiz agudizó el oído. - Juan. Simplemente Juan. Nada. No había manera de descubrir quién era aquel enigmático personaje. - Pues muchas gracias Juan. La guapísisma camarera hizo un gesto de besar la cara de Juan. - No. Por favor. Estoy seguro de que usted está ennoviada. Guarde sus besos para su novio. - Ni estoy ennoviada ni tengo ningún rollo con nadie. Todavía no ha aparecido mi hombre. Quizás usted. - No. Yo no soy. Estoy seguro de que muy pronto lo encontrará. La guapísisma camarera se alejó para atender a otros clientes. - ¿Qué deseas contarme, Juan?. - Le repito que no somos amigos pero tutéeme si lo desea, señor Sáiz. Eso a mí no me preocupa y lo que le quiero decir, que no contar sino decir, es si le gusta mucho la Princesa. Saíz se quedó otra vez lívido y tuvo que dar un buen trago del vaso de whisky. - Pues sí. La calle Princesa me interesa mucho porque por allí está El Corte Inglés, la boutique Massimo Dutti, la tienda de artículos de viajes Salvador Bachiller, la boutique para ropa Zara, la tienda de artículos para excursionistas Coronel Tapiocca, el establecimiento de pintura artística La Riva y Uno de 50 que es, quizás lo sepa usted, una gran tienda para artículos de complemento de joyería. - Lo sé muy bien. Lo que dudo es que usted vaya mucho por allí. - Dicen que los borrachos y los locos dicen siempre la verdad. - ¿Será por eso por lo que tanto miente usted?. - Oiga yo... - Oígame usted a mí. Lo borrachos y los locos sólo dicen sandeces, tonterías y mentiras. Usted, por ejemplo, va diciendo siempre muchas sandeces, muchas tonterías y muchas mentiras. ¿O me equivoco?. - No se equivoca. - Otra vez gracias, señor Vallés... pero no es necesario ni que usted ni que el señor Herreros participen de este diálogo. Sólo escuchen, oigan y aprendan. Sáiz se resistía a hablar pero el alcohol ya le había hecho soltar la lengua. Sólo era cuestión de planteárselo directamente. - Usted sabe de qué Princesa estoy hablando. - Pero no... yo no la conozco... y desearía... Sáiz ya estaba descubriendo todo su secreto mientras Juan no le daba pista alguna. - Le repito que ni la conozco ni sé quién es... pero desearía... - Usted la desea demasiado... ¿verdad?. - Esto... sí... la deseo con ansiedad... Ya Sáiz había caído en su propia trampa ante el estupor y la sorpresa de los señores Vallés y Herreros, que sólo escuchaban, oían y aprendían. Era cuestión ahora de dar un pequeño giro a la conversación para que no se diese cuenta. - ¿Qué sabe usted de Herencia?. Los tres se quedaron como congelados. No sólo sabía los del "Código Duque" sino que estaba dispuesto a destaparlo del todo mientras dejaba en el aire la incógnita de la Princesa. - ¿Herencia?. ¿Herencia ha dicho usted?. Yo no sé nada de ninguna herencia. - Ah... ¿pero esque usted se cree que me estoy refiriendo a alguna herencia?. Muy interesante. Luego podemos hablar de ello aunque no hace falta. Yo me estoy refiriendo al pueblo de Herencia, el de los molinos. - Ah... no... yo no sé nada de los molinos de papel... no sé nada de la herencia y los molinos de papel... Sáiz desvariaba ya en medio de los estragos del alcohol. Los otros dos, amodorrados, seguían oyendo, escuchando y aprendiendo. - Así que los molinos de papel tienen que ver con la herencia... ¿no es cierto?... pero no... yo no estoy refiriendo a molinos de papel sino a molinos de viento. - Eso quiere decir... acaso... esto... yo... ¿que a hacer vientos la herencia?. - Eso lo sabrán ustedes a su debido tiempo. A mí no me interesa por ahora. Sólo quería hablar de los Molinos de Herencia. Escuchen porque tiene gracia la cosa. Y va por usted especialmente, señor Sáiz. En el año 1790 se construyó el primer molino en tierras herencianas, debido a que éstos eran más baratos que los de agua, sobre todo teniendo en cuenta que los cursos de agua existentes en Herencia son bastante irregulares. Así, a partir de esa fecha se construyen numerosos molinos, llegándose a contabilizar hasta once molinos en 1807. Actualmente quedan siete ejemplares: "El Ama", "La Sobrina", "Dulcinea", "Maritornes", "La Dueña Dolorida", "La Duquesa" y "Teresa Panza". ¿Qué le parece si hablamos un poco de cada uno de ellos, ya que tanto ansía a la Princesa?. Vallés y Herreros seguían estupefactos. ¿De qué Princesa quería decir algo el Señor Don Juan?. ¿Qué Princesa sería esa que tanto deseaba Sáiz y por qué no les había hablado de ella nunca a los dos?. ¿Habían estado siempre siendo manipulados por Sáiz?. ¿Había algo que le interesaba a Sáiz más todavía que la herencia?. - Primero, aunque sea para aclarar temas, hablemos de la Ley Sálica. Juan estaba usando sabiamente su estrategia para romper todos los esquemas mentales de Sáiz. - ¿La... Ley Sálica... ha dicho usted la... Ley Sálica...?. - Sí. He dicho la Ley Sálica relacionada con las herencias. - Yo... no sé... creo que está... en vigor... todavía... - Pero usted es mucho más ignorante de lo que yo creía, señor Sáiz. Escuche bien: "En España, el rey Felipe V, al subir al trono tras la Guerra de Sucesión Española, hizo promulgar la Ley Sálica a las Cortes de Castilla en 1713: según las condiciones de la nueva ley, las mujeres sólo podrían heredar el trono de no haber herederos varones en la línea principal (hijos) o lateral (hermanos y sobrinos).El rey Carlos IV de España hizo aprobar a las Cortes en 1789 una disposición para derogar la ley y volver a las normas de sucesión establecidas por el código de las Partidas. Sin embargo, la Pragmática Sanción real no llegó a ser publicada hasta que su hijo Fernando VII de España la promulgó en 1830". Esto quiere decir, señor Sáiz, que en cuestión de herencias no existe la Ley Sálica, así que ya ve usted como dice sandeces, tonterías y mentiras. Así que tenemos, de momento en cuanto a la herencia, que hace ya más de un centenar, bastante más de un centenar de años, que no está en vigor; lo cual quiere decir que no existe la Lay Sálica en la España actual. - Yo... en fin... - De en fin nada. Que voy a continuar con un último detalle. ¿Qué pasaría si en una herencia hubiese algún patrimonio, digamos casa por ejemplo, o mejor dicho casas en plural por ejemplo, en los que todavía viviera uno de sus propietarios, quiero decir uno de sus compradores?. ¿Puede ser una casa objeto de reparto de herencia cuando todavía vive, supongamos que vive, uno de sus compradores y, por lo tanto, propietario con todo el derecho legal a su favor porque, insisto, es un propietario vivo?. - Pero... - No. Déjelo. Ustedes sigan bebiendo todo lo que deseen. Señorita, sírvales otros güisquis a estos tres caballeros pero a mí ya no me traiga nada más; porque me da lo mismo un cubalibre más que un cubalibre menos. ¿Me ha entendido guapísima?. - Muchas gracias caballero. Enseguida les sirvo a estos tres señores la última copa de la noche. - Sí. Es suficiente. Sírvales el último whisky de la noche en cuanto a mí corresponde. Si luego desean seguir bebiendo ya tendrán que pagarle ellos. Y mientras la guapísima camarera atendía a Vallés, Herreros y Saíz; Juan continuaba dando más vueltas a asuntos determinados y concretos. - Usted es el líder de la Peña El 42, ¿no es verdad señor Sáiz?. - Pues... esto... no... o si... bueno... no sé... - Mal líder es el que no sabe si lo es o no lo es. Eso pasa por situarse en los extremos... digamos que, por ejemplo, en la extrema derecha... Silencio sepulcral. En medio de los demás contertulios de "Las Bravas" que, sin querer estaban escuchando la charla, eran todos oídos atentos escuchando a Juan y Sáiz. - Ya les dije que pertenezco a la Peña del El 18. ¿Y que ocurriría si hubiese una Peña El 16señor Saíz?. - Sería... esto... algo... no sé... - Pues existe la Peña 16 desde que existe la Peña El 18... ambas Peñas, señor Sáiz, están unidas en una sola Comunidad. ¿Qué le parece?. - Que... debe... ser un... milagro. - Ya termina mi charla. - Pero...¿La Princesa?... esto... yo... deseo... - Olvídela señor Sáiz. Lo mismo que no la vio en la residencia, ni tampoco en la playa, ni en el autobús, ni en el banco, ni en la pista de tenis, ni en la universidad... lo mismo que en otros múltiples ligares... le digo a usted que nunca la verá y, sin embargo, sepa usted que está ya casada y jamás ha traicionado a su esposo porque están casados como Dios manda. - ¿Cómo... diantres... sabe usted eso...?. - Sigamos con los Molinos de Viento, señor Sáiz. La Ama, la Sobrina, Dulcinea, Maritornes, La Dueña Dolorida, La Duquesa, Teresa Panza... ¿cuál de las siete será la Princesa señor Sáiz?. ¿O será que no es ninguna de estas siete?. Por favor. No haga un viaje en balde a Herencia y piense... siga usted pensando en la herencia... porque en cuanto a la Princesa no haga usted un viaje en balde a Herencia, señor Saíz. ¿Hacemos, por último un brindis los cuatro por el asunto de la herencia?. - Eso... brindemos... por... la Princesa... - No siga equivocándose señor Sáiz. Nunca la podrá localizar y no haga esfuerzos ni viajes en balde. Hágame caso y céntrese solo en la herencia. - Bien... brindemos... por... la herencia. - Brindemos, señor Vallés. ¿Y usted qué dice señor Herreros?. - Que sí... brindemos... por... la herencia. - Bueno. Brindemos por una herencia que es asunto igual a aquello de "Lo que el viento sé llevó". La guapísima camarera sólo sonreía feliz por lo que se iba a comprar con aquel dinero regalado por Juan. Una vez que brindaron los cuatro, Juan se despidió definitivamente de ellos. - Adiós señores hermanos Atienza. Y en cuanto a usted, don Camilo Atienza déles las explicaciones que quiera a sus dos hermanos Bonaventura Atienza y Maximiliano Atienza sobre lo de la Princesa. Yo sólo le digo que cuándo vuelva a montar en el ferrocarril número 3 puede recordarme si lo desea; aunque lo mejor, quizás sea lo mejor, es que no... que no me recuerde la próxima vez que monte en el ferrocarril número 3... y se olvide de mí para siempre. En el momento en que Juan se marchó de "Las Bravas" parece que los tres hermanos volvieron a la lucidez mental. Como si se les hubiera pasado, de repente, la borrachera. - ¿Quién era, Camilo?. - No lo sé, exactamente, Bonaventura. - Pero ese asunto de la Princesa nos lo tenías que haber contado. Eso demuestra que nos has estado utilizando para tus caprichos solamente. Los tres salieron juntos de "Las Bravas". Quien fuera aquel bravo joven que había hablado con ellos les había abierto los ojos definitivamente. Y se marcharon cada uno a su hogar en completo silencio. La noche de Madrid era clara, había luna llena y las estrellas tililaban en el cielo como si fuesen corazones de bellísimas mujeres latiendo mientras Juan caminaba hacia el horizonte de la Gran Ciudad de Madrid y se paseaba, simplemente, como un ciudadano anónimo nada más por la Gran Vía madrileña, entre cines, cafés y sombras de la noche que se alargaban debido a la luz de los neones de los establecimientos. FIN
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