El mosco verde (Cuento)
Publicado en Oct 13, 2010
El grupo de colombianos y colombianas habían llegado hasta la Fuente Mayor, en uno de los puntos geográficos más altos de la Cordillera Central de los Andes (el Nevado del Huila). Habían desayunado en la ciudad de Neiva y Alfonso, siempre el pesado de Alfonso, estaba explicando a los demás (porque se creía el más sabio de todos por eso de llamarse Alfonso que le hacía creerse Alfonso X el Sabio de España), que la ciudad donde habían desayunado fue fundada en 1539 por el español Juan de Cabrera, destruída por los indios y refundada en 1551 por el también español Juan Alonso.
- Eso ya lo sabemos todos -refunfuñó el siempre relamido y atildado Fernando. - ¿Sí?. ¿Si sabes tanto, dinos quién fue el descubridor de Colombia?. - ¡Como su nombre indica fue Cristóbal Colombo!. - ¡Te equivocaste, payaso!. ¡El descubridor de Colombia fue Sebastián de Banalcázar!. - ¡Sóis los dos unos paletos ignorantes!. ¡Queréis deslumbrar a las chicas y nos sóis más que dos paletos ignorantes! -les inquirió Florentino. - ¿Quién fue entonces, según tú que te las das de tan listo? -se le enfrentó Alfonso. - ¡Francisco Pizarro!. ¡Fue Francisco Pizarro!. José María sólo sonría ante la total ignorancia de los tres. Él sí sabía que el descubridor de Colombia había sido un tal Rodrigo de Bastidas, un sevillano del siglo XV que acabó sus días en la isla de Cuba... pero guardó silencio mientras las cuatro chicas del grupo (Angelines, Mercedes, Esperanza y Elena) estaban sorprendidas ante aquella demostración de agresividad verbal que salía siempre a flote cuando ellas estaban presentes. - Escuchad -dijo Elena- si no os calláis ya, nosotras nos regresamos a la ciudad.¡No hemos venido aquí a aprender historia sino a gozar de unos días de excursión!. Para escuchar todas las tonterías que decís mejor nos hubiera ido quedándonos en Bogotá y haber investigado esos temas en la Biblioteca Pública Virgilio Barco, que ni sabéis que se ubica en el corazón geográfico de Bogotá, al lado del Parque Simón Bolívar, especificamente en la Avenida Carrera 60 No.57-60 al occidente de Bogotá, que fue diseñada por el arquitecto Rogelio Salmona y que toma el nombre del ex presidente del país Virgilio Barco Vargas. Porque, en la realidad ¿qué estudios de alto nivel tenéis vosotros excepto José María que es ya licenciado en Ciencias Políticas?. Pero José María estaba en otro mundo... - ¿Por qué no dices nada, José María? -le preguntó la malévola Angelines. Él la miró de arriba hacia abajo antes de contestar. - No me gustas nada y por lo tanto no deseo decirte nada más que hola y adiós. - Entonces... ¡para qué hemos venido hasta aquí! -gritó, enfadada, Elena. - Para cualquier cosa más interesante que escucharos contar historias que sé muy bien cómo suelen terminar. Yo sólo he venido hasta aquí para gozar de la Naturaleza. En realidad José María había ido hasta allí para tener la oportunidad de hablar a solas con Esperanza, y pedirle que, por favor, dejara ya de intentar ligar con él y que dejara de acosarle con tanta ansiedad. Era necesario decírselo para que no siguiera ilusionándose con él. Él no iba a ser una se sus víctimas como le había pasado a Jesús, el Jefe del Departamento de Mecanización que, por culpa de ella, una simple barrendera del Departamento de Servicios Higiénicos, había acabado separándose de su esposa Hortensia para, al final, quedarse tirado y abandonado como una colilla de cigarrillo: sólo, sin techo donde dormir y sin esposa por culpa de aquella simple barrendera. No. Él nunca jamás caería en esa trampa. Por mucho que ella anduviera diciendo por ahí que a él no le gustaban las mujeres. ¡Claro que le gustaban las mujeres!. ¡Pero las mujeres guapas!. Lo que sucedía con José María era que se mostraba excesivamente tímido cuando se encontraba ante una mujer guapa de verdad. - No tenéis ni idea de historia colombiana -seguía presumiendo Alfonso sólo para impresionar a aquellas cuatro chicas que no le gustaban para nada a José María. - Si tanto sabes de historia de Colombia, ¿dónde se celebró el Congreso que, en 1821, promulgó la constitución única que dividió a la Gran Colombia en los Departamentos de Colombia, Ecuador y Venezuela, so listo? -intentaba también deslumbrarlas el llamado Fernando. - ¡En Bogotá!. ¿Dóndo si no que en Bogotá?. - ¡No tienes ni idea!. ¡Fue en Cajamarca!. - ¡Sigo diciendo que los dos sóis unos paletos ignorantes, pues fue en Medellín! -se apuntó a la pelea verbal el también donjuanesco Florentino. José María seguía escuchando toda aquella tanda de sandeces sin opinar nada; pero sabía que había sido en la ciudad de Cúcuta o San Juan de Cúcuta, que de las dos maneras se la llamaba y que era la capital del Departamento del Norte de Santander. - ¿Y vosotros sóis los que estáis trabajando en el Departamento de Información? -ironizó la malévola Angelines. - !Así va la empresa de fatal! -apuntilló la amargada Mercedes. - ¡Para atrás como los cangrejos! -se carcajeó Elena. - ¡Si limpiáseis, de vez en cuando, el polvo del suelo, quizás venderíamos más muebles y la empresa estaría ahora a la cabeza del gremio!. - ¡Nosotras no estamos para limpiar el polvo que otros echan! - refutó, respondona como siempre, la llamada Esperanza. - Te equivocas, Esperanza. Son trabajadores del Taller y no pueden impedirlo. Esperanza miró con odio a aquel joven José María al cual, bajo la máscara de la indiferencia, quería atrapar en sus redes sexuales como lo había hecho con el pobre Jesús, Jefe del Departamento de Mecanización. Por eso José María estaba sólo esperando la oportunidad de decirle claramente las cosas y poner a cada uno de los allí reunidos en su lugar. - Con lo caro que está el mercado de los muebles, ¿cómo vamos a salir adelante con chicas que están más preocupadas en otros asuntos? -siguió José María dirigiéndose a Esperanza. Ésta enrojeció como un tomate de Barranquilla dispuesto a ser exportado hacia los Estados Unidos. - ¡!Se va el caimán, se va el caimán, se va para Barranquilla!! -empezó a canturrear Alfonso el que se las daba de ser el más listo de todos. - ¡¡Tú siempre tan poco gracioso, Alfonso!! -le traspasó con la mirada Esperanza. - Pero no tan falso como tú -contestó el aludido. - ¡Pero si tú eres más falso que Judas Iscariote! - siguió enzarzándose Esperanza para callar la boca a aquel engreído. - ¡Si no te gusta escuchar la verdad, no haber venido! -le respondió Alfonso. - En cierto modo era verdad; porque José María seguía ahora en silencio intentando saber cuándo llegaría su oportunidad de decirle la verdad aquella "rompematrimonios". - ¡Los de Cali, al menos sí que somos decentes! -intervino, en la discusión, el relamido y amanerado Fernando. - ¿Decente tú, que eres más falso que un dólar de madera? -apuntilló Mercedes. - ¡Pues tú tampoco eres buen trigo, Mercedes! -ironizó, como siempre, el llamado Florentino. - !Me parece que todos decís la verdad según vosotros, sois tú, Alfonso, y tú, Fernando, y tú, Florentino, sólo tres mentirosos y envidosos a la vez! -se les enfrentó Elena. - ¡¡Frustrada!!. ¡¡Tú sólo eres una frustrada de la vida!!. -se defendió Alfonso. - Y tú un paleto ignorante que no tiene ni estudios de grado medio. El calor comenzaba a apretar fuerte. Una sensación de ganas de comer se apoderó de todo el grupo. Un grupo de falsos y falsas (con las excepciones de Elena y José María), que no hacían más que murmurar contre éste último por toda la empresa con temas tales como que no le gustaban las mujeres o que estaba enamorado de un hombre. - ¡Vamos a comer! -dijo Elena. Y todo el grupo se lanzó, en tromba como bandada de buitres, hacia la cesta donde se encotraban los bocadillos de chorizo y las frutas, y sobre el garrafón de vino tinto recién comprado, todo ello, en una de las tiendas de la ciudad de Neiva. Poco después todos, excepto el ahora silencioso José María, roncaban, profundamente, dentro de las tiendas de campaña (una para los hombres y otra para las mujeres) que habían levantado con tanto esfuerzo gracias a la inteligencia de José María. Éste todavía estaba pensando en la ocasión de aclarar el asunto con Esperanza, pero pensaba... sólo pensaba en María del Mar. Quizás ella estaría ahora bañándose en la playa de Maracaibo porque, como le había dicho en la última conversación que tuvo con ella, tenía intenciones de pasar aquellos días en Venezuela, precisamente en la playa de Maracaibo. José María no pudo nunca explicarse a sí mismo por qué era incapaz de decirle algo amoroso a aquella belleza natural que era Maria del Mar. Sólo la miraba a los ojos y callaba siempre cuando se la encontraba por los pasillos de la empresa. Sólo pensaba en ella... y después de haber comido un poco y de manera mucho más tranquila que los demás, empezó a tener ganas de beber agua y darse un chapuzón en la Fuente Mayor... de tal manera que se desnudó por completo y se zambulló en ella mientras bebía, largamente, del choro de agua que salía del canalón. Por el grueso caño salia el agua a borbotones. No había bebido para nada del garrafón de vino tinto. Eligió el agua para calmar sus pensamientos encontrados entre lo que tenía que decirle claramente a la taimada Esperanza y lo que no podía decirle a María del Mar debido a su gran timidez. Después, ya totalmente tranquilo, se vistió y se marchó cuesta arriba. Seguía pensando en aquello que iba a decirle a aquellas "trotavonventos" (con la excepción de Elena) que más parecían brujas que mujeres; y a aqeullos tres paletos ignorantes que no sabían nada , por ejemplo de Ospina, o de Santiago Botero o incluso de Valderrama. Ni tan siquiera el tal Fernando , el relamido y afeminado Fernando, sabía casi nada de Valderrama porque lo confundia con el jugadoo de fútbol sin saber que el Valderrama que él conocía era Gonzalo Valderrama Múnera, un comediante del género Stand-Up Comedy de Bogotá (Colombia). ¿Pero de eso que iba a saber el infantil de Fernando?. Si él quisera les podría dar lecciones sobre William Ospina y su ensayo titulado "la herida sobre la piel de la osa", o de las esculturas de mujeres voluminosas del escultor Santiago Botero, además de aclararles que Gonzalo Valderrama Múnera no era el futbolsita Valderrama de la Selección colombiana del cual creían saber tanto. Cuando se había perdido de vista al enfilar el primer recodo que le guiaba hasta el Nevado de Huila, salieron los demás, todavía amodorrados por la larga siesta, de sus respectivas tiendas de camapaña. Eran las seis y veinte minutos del atardecer, hacía calor, mucho calor... tanto calor que tenían necesidad de beber. Así que los tres hobmrecillos que se las daban de hombres expertos en mujeres y las tres brujas que se las daban de mujeres expertas en hombres, comenzaron ansiosamente a beber del garrafón de vino tinto y hasta quedar completametne borrachos y borrachas. - ¿No os habéis dado cuenta de que falta José María? -preguntó, angustiada, Elena. - Sí. Nos hemos dado cuenta... ¿pero para qué le necesitamos en este momento? - contestó Alfonso - Yo no sé para qué le necesitáis vosotros seis, paletos y paletas ignorantes, pero él os podría dar, si quisiera, mil demostraciones de ser más culto y más hombre que vosotros los hombrecillos de esta charlotada y más justo que vosotras, brujas de la murmuración. ¿Qué habéis aprendido vosotros y vosotras de la vida, por ejemplo?. Ante el silencio general, Elena estaba dando por entendido que, en cierto modo, estaba enamorada, desde hacía mucho tiempo, de José María. Lo que ella no supo nunca es que en el corazón de José María sólo estaba María del Mar. - ¡Le defiendes tanto que pareces su amante! -explotó, indignada, Esperanza. - A ver si te crees que yo soy como vosotras -le respondió Elena. - ¿Qué pasa con nosotras? -intervino Angelines. - Eso os pregunto yo. ¿Qué pasa con vosotras cuando José María está presente?. - ¿Quieres dar a entendernos algo?. - Quiero dar a entender lo que todos los trabajadores, que tanto polvo echan porque trabajan de verdad, saben a ciencia cierta. ¿Es necesario que os lo diga?. - Aclara lo que nos estás intentando decir. - ¡Que le tenéis envidia!. !!Vosotras tres, que parecéis brujas cuando habláis contra él, y vostros tres que parecéis tres afeminados si os comparo con él!!. ¿Algo más que aclarar?. Estaban Alfonso, Fernando, Florentino, Angelines, Mecedes y Esperanza completamente borrachos y borrachas. Como siempre, fue Esperanza la que propuso la idea. - ¡Vamos!. ¡Mirad qué fuente de agua fresca tenemos aquí mismo!. ¡Y en el pilón entramos todos al mismo tiempo!. ¡Os propongo una idea genial!. - ¿Una idea genial tuya? -la interrogó Elena. - ¿Se puede saber por qué me tienes tanta manía?. - Porque no soporto la falsedad de todos vosotros y vosotras. Yo, al menos, reconozco que estoy enamorada de él aunque sé que no soy la mujer que hay dentro de su corazón. Pero al menos nunca le he criticado por eso. Vosotras tres... ¿qué?... ¿qué habéis hecho aparte de hablar mal de él, al que tenéis tanta envidia porque no se ha fijado en vosotras?. ¿Qué es eso de ue podéis enseñar a ligar a José María?. ¡Sólo me producís risa cuando decís tales tonterías por una envidia que no podéis ocultar!. Eso para que lo sepáis. Y es que él es tan noble que no os dice nada y se queda callado. Así que... ¿qué es eso de que le vaís a enseñar a ligar a José María?. No tenéis ni idea de lo ue es ligar y habláis de ello cuando no habeis conseguido jamás ligar ni la milésima parte de lo que liga él. Sí. Os hablo de ese José María que sólo guarda silencio, sonríe y piensa... por lo menos piensa... - ¡Venga!. ¡Olvidemos a José María!. ¡Os propongo ir a bañarnos todos desnudos a la Fuente Mayor y refrescarnos bebiendo de su frescas aguas. ¿O acaso no es genial mi idea?. ¡¡Vamos!!. !!Vamos todos ya a la Fuente Mayor!!. Los tres hombrecitos llamados Alfonso, Fernando y Florentino y aquella tres mujeres que parcían tres brujas en verdad, llamadas, Angelines, Mercedes y Esperanza, comenzaron a desnudarse rápìdamente sin ninugna clase de conciencia ni de pudor; mientras Elena se quedó junto a las tiendas de campaña pensando en él. ¿Dónde estaba José María?. ¿Quién podría ser aquella mujer que anidaba desde hacía tanto tiempo en su corazón?. ¿Sería capaz ella de olvidarle?. Elena sabía que a aquella mujer él no podría olvidarla jamás. Que nunca José María se enamoraría de ella ni de ninguna otra por muy guapa que fuera porque, desde mucho antes de conocerlas, ya estaba enamorado. Entonces el jolgorio libertino y antimoral de los tres hombrecillos envidiosos y de las tres brujas no menos envidiosas empezaron a jugar, desnudos, dentro del pilón, y a beber del agua que salía del caño gordo. Bebieron cuanto quisieron del agua de la Fuente Mayor para calmar un poco sus borracheras. Entre tanto, el calor hacía que Elens sintió, también, ganas de hacer lo mismo una vez que todos ellos y ellas ya habían salido de la fuente y se habían vestido con sus ropajes mientras estaban tumbados, en el suelo, todavía beodos y beodas. Elena se quitó lentamente la ropa y se dirigió a la Fuente Mayor. Se metió en el pilón. Se hundió hasta lo más profundo para poder olvidarle y, resurgiendo, comenzó a beber agua del gueso caño que borbotaba las frescas y frías aguas que venían procedentes del Nevero de Huila. Ya eran las siete y media de la tarde. Todavía el sol calentaba el cerebro a todos. Elena salió de la fuente, se vistió y se mezcló con el grupo que ahora hablaban, otra vez, de cosas que sabían nada más que por pura apariencia pero con mucho de ignorancia; mientras todos fumaban cigarrillos de tabaco rubio americano. - El amor es -profetizaba Alfonso- aquello que sirve para traicionar a los que nos son capaces de conquistarlo. - ¿Así que tú sabes conquistar el amor, verdad? -le replicó Elena. - Yo no. Comprendo que yo no. - Entonces, si comprendes que eres incapaz de conquistar a una mujer guapa de verdad... ¿por qué no te conformas con lo que Dios te da y dejas de decir tantos absurdos?. - Yo creo que el amor es decir no a quienes hemos conquistado -dijo el remilgado y relamido Fernando. - ¿Tú también dices tonterías, Fernando?.. ¿Tú que sabes del verdadero amor, Fernando?. ¡Cómo osas decir que no cuando sabes que son ellas las que no te dicen que sí!. -siguió hablando Elena. Fernando enrojeció de vergüenza. - ¿Y tú, Florentino, qué dices tú de lo que es el amor?. - Yo opino que el amor es una pédida de tiempo. - Sí. Eso simpre se dice cuando no se conoce lo que es. -le replicó Elena- ¡Sobre todo cuando desconociendo lo que es el amor alguien se atreve hablar del tiempo. ¿No sabes que el tiempo nada tiene que ver con el amor?. ¿Acaso el amor se mide por los relojes?. Pues aprende. Yo lo aprendí de él. En medio de un profundo silencio de todo el grupo, apareció en escena, en esos momentos, ¡un gigantesco mosco verde, del tamaño de un hombre, que comenzó a dar vueltas sobre ellos. - ¡Dio mío!. ¿Qué es esto? -se asustó el tan aparentemente valiente y sabio Alfonso. - ¡Jamás he visto un monstruo igual!. ¡Nos a a devorar! -gritó el melindroso y amanerado Fernando. - ¡Hay que huir rápidamente! -adviió el taimado Florentino. Pero el gigantesco mosco verde daba extraños movimientos alrededor de ellos y ellas pero no paras atacarles. No. Aquel mosco no les estaba intentando atacar. Parecía, más bien, que les estaba queriendo decir algo. Pero ni ellos ni ellas lo podían entender. - ¡Hay qu matarlo!. ¡Es un mosco y no una mosca!. ¡Tenemos que matarlo! -gritó, totalmente descompuesto y presa de los nervios, la antes bravucona y envalentonada Angelines. - ¿Alguien puede hacer el favor de matarlo? -gritó sollozando como una niña inmadura la antes deslenguada Mercedes. - ¡Es necesario acabar con su vida antes de que él acabe con la nuestra!. ¡¡Es un monstruo horrible!! -gimió la antes atrevida y osada Esperanza. El mosco verde, pues efectivamente era del género macho, seguía dando vueltas alrededor de aquel grupo de asustados y aterrorizados hombrecillos que se las daban de valientes y conocedores de la vida y de aquellas brujas que se las daban de ligonas mientras sólo hacían nada más que murmurar de la hombría de José María, al cual no conocían ni poco ni mucho. - ¿Qué extraña forma de volar? -se dirigió Alfonso a los demás. - Parece como si quisiera algo así como asustarnos -siguió gimiento Fernando. - ¿Por qué no nos ataca? -se extrañó Florentino. Las tres brujas celestinas no decían absolutametne nada. Sólo temblaban de miedo agarradas entre sí. - ¿Es que nadie es capaz de matarlo? -explotó Angelines. - ¿Es no hay ningún hombre en este grupo? -les azuzó Mercedes a los tres asustados hombrecillos que antes se las daban de donjuanescos. - ¿Dónde está vuestra hombría?. ¿Váis a permitir que nos siga atemorizando? -habló la deslenguada Esperanza. Las tres birriosas mujeres lloraban por culpa del pánico, del pavor, del terror, del miedo... mientras los tres hombrecillos se setian impotentes de enfrentarse a aquel monstruoso mosco verde tan grande como un ser humano. Pero el mosco verde seguía dando extraños vueloo alrededor del grupo, en donde Elena sólo callaba y guardaba silencio mientras intentaba concentrarse meditando en lo que estaba sucediendo. No. No les estaba atacando ni tenía intención alguna de atacar a nadie. El enorme y monstruoso mosco verde ahora comenzaba a ir desde el grupo hsta la Fuente Mayor y desde la Fuente Mayor hasta el grupo. - ¡Está intetando decirnos algo! -gritó Elena. - ¡O quizás se está burlando de nosotros! -grito, a su vez, Alfonso. - ¡Sí!. ¡Eso debe ser!. ¡Se está burlando de nosotros! -gritó Fernando. - ¡Yo también opino lo mismo!. ¡Se está burlando de nosotros! -gritó Florentino. - No se está burlando de nadie. Está intentando decirnos algo, pero no le entiendo y como veo que nadie se atreve a acabar con este juego, lo haré yo misma -dijo serenamente Elena. Y Elena propinó un manotazo tan fuerte al mosco verde que éste cayó aturdido sobre el mantel de la mesa donde todavia quedaban restos de la pantagruélica comida anterior. - ¡Ya es nuestro! -chilló lleno de júbilo Alfonso. - ¡Entonces hagamos justicia! -chilló también lleno de júbilo Fernando. - ¡Sí!. ¡Apliquemos la ley de la compesación!. ¡Si él se ha estado burlando de nosotros, nosotros debemos burlarnos de él! - chilló, asimimso lleno de júbilo Florentino. - Pero que ignorantes y abusrdos sóis... -razonó Elena mientras miraba al mosco verde que se removía aturdido sobre el mantel. - ¡Esto lo soluciono yo ahora mismo! -Y Angelines, atrevida ante la indefensión del monstruoso mosco verde, le arrancó, de improviso una de sus alas -¡Ya no podrá volar más!. - ¡Y yo le arranco la otra! -Así lo hizo Mercedes. - ¡Yo voy a ser más tajante que vosotras! -Y lentamente, sonriendo cada vez más, Esperanza le fue cortando, una tras otra, las cuatro patas al pobre mosco verde. - ¿Ya estáis contentas, miserables? -les recriminó Elena. - ¡Nosotros no vamos a ser menos que vosotras! -dijo Alfonso- ¡Apagemos nuestras colillas de cigarrillos en su cuerpo para que aprenda a no reírse de nosotros!. Lo tres hombrecillos, impotentes de haberse enfrentado cara a cara con él, aplastaron sus colillas en el pecho del indefenso animal, sin importarle para el enorme sufrimiento y agonía del pobre bicho. - Sois tan cobardes que no sabéis darle una muerte digna -y Elena aplastó con su bota derecha la cabeza del mosco verde que terminó por expirar. - ¡Ya está!. ¿Os habéis quedado todos contentos y contentas?. Ahora... ¡vamos a buscar a José Maria!. ¡Es necesrio encontrar a José María antes de que anochezca!. ¡Puede estar perdido por la montaña!. ¡Y está empezando a hacer frío!. - ¿Por qué tienes tanto interés en él? -le preguntó, irónica, Angelines. - Porque, por lo menos, es un hombre verdadero. - ¿Verdadero dices? -protestó Mercedes. - ¡Sí!. ¡Rotundamente más verdadero que todos nosotros y nosotras juntos!. - Pero... ¿por qué le defiendes tanto? -protestó Esperanza. - Porque yo también estuve mucho tiempo enamorada de él aunque sabía que amaba a otra. En ese mismo instante sucedió algo horripilante. El mosco verde se fue transformando poco a poco en un ser humano. ¡Era José María totalmente destrozado!. Desmembrado de su manos y sus piernas, con heridas profundas en sus dos costados, con tres manchas de sangre que manaba de su corazón y con la cabeza totalmente destrozada. La sangre comenzó a chorrear sobre el mantel de la mesa y fue manchando el césped verde tiñéndolo de rojo. - ¡¡¡Dios mío!!!. ¡Qué hemos hecho?. -gritó, presa de pánico y de miedo, completamente nervisa, Elena. Nada más de terminar de pronunciar esta frase vio, horrorizada, como los tres hombrecillos y las tres brujas que tan felices se prometían pasarlo en aquella excursión se fueron transformando en tres gigantescos y tres gigantescas moscos y moscas verdes. - ¿Qué es esto?. ¿Qué está pasando aquí?. ¡¡Eso era lo que nos intentaba decir!!. Aterrada ante aquel espectáculo dantesco del cuerpo mutilado y destrozado de José María y de la transformación surgida entre sus compañeros y compañeras; el sexto sentido femenino le indicaba que la explicación de todo aquello debía residir en la Fuente Mayor. Así que se dirigió hacia ella y comenzó a observarla. En algún lugar debía estar la explicación a toda aquella tragedia. La encontró justo detrás de la fuente; en donde en una especie de lápida de mármol negro alguien había escrito con pintura blanca: "Aviso. No beber. Agua no potable. Contaminada de radiación nuclear". Fue lo último que pudo leer en su vida porque, de repente, ella también se convirtió en una mosca verde. El cielo se ennegreció. Comenzó a caer una fuerte tormenta de lluvia y allí, en lo alto del Nevado del Huila, los tres moscos y las cuatro moscas verdes volaban de un lado para otro sin sentido alguno. Era como un castigo divino. La Ira de Dios se había desatado y había cumplido justicia mientras, dos kilómetros más arriba, en el camino que José María había recorrido pensando en María del Mar, una clandestina fábrica de energía nuclear radioactiva estaba trabajando a pleno rendimiento y soltando abundantes chorros de agua contaminada; mientras el caño de la Fuente Mayor soltaba verdaderos borbotones de ella.
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