Los belenes (Diario)
Publicado en Oct 15, 2010
Mi abuelita Rufina nos llevaba, en las épocas de Navidad, a visitar los belenes madrileños. Eran tiempos de infancia y mi ensoñación consistía en poder observar aquellas figurillas de barro cocido que parecían recobrar vida cuando las miraba desde el ángulo de la Fantasía. Allí estaban José, la Virgen María y un Jesucristo recién nacido. Yo intentaba interpretar aquellas escenas del pesebre, pero mi mente me guiaba a imaginar los caminos de la vida y me envolvía en una magia blanca como las albas, repletas de humildes pastores y pastorcilla con sus presentes como regalos para el Niño Dios. Aún no había nacido mi Princesa, pero dentro de mí se me enternecía el corazón imaginando que en aquellos caminos de la vida estaba su misterio. Y me fijaba en la vaca y el burro del portal de Belén y en las ovejas cargadas al hombro de los jóvenes pastores y en aquellas mujeres que lavaban las ropas en las orillas del río confeccionado con papel de plata a manera de ilusión blanca.
Algo había en mi interior cuando me entretenía mirando a los Magos de Oriente, allí en lo alto de las montañas. Y también observaba a Herodes y sus miserables seguidores, vigilando por si descubrían qué había más allá de mis ojos. Pero más allá de mis ojos sólo estaban los caminos de la vida para poder concentrarme en Ella, en la fantasía virgen que era Ella; la más hermosa Princesa que ya estaba en los planes de aquel Jesucristo recién nacido. Mi abuelita Rufina me daba una perra chica de cinco céntimos (no tenía nada más si es que qeríamos ir el fin de semana al cine); sólo una sencilla moneda de cinco céntimos que yo lanzaba suavemente sobre aquellos sencillos caminos de la vida hechos de musgo y ramas verdes, como semillas para sembrar mis pensamientos que, siempre, se centraban en Ella. Quizás aquellas sencillas monedas de cinco céntimos servirían, en el futuro, para construír un mundo mejor. El Niño Dios sonreía desde el Portal de Belén y mi abuelita Rufina me cogía de la mano: "José, un día podrás descubrir la Verdad". Esa Verdad era que Ella estaba a punto de nacer. Pero mientras tanto, yo (niño todavía de 5 ó 6 años de edad) seguía observando los caminos de la vida donde los humildes pastores y pastorcillas caminaban hacia el encuentro con sus sueños, guiado por aquella singular cometa que bailaba en el aire sobre el mismísimo Portal de Belén. Todavía recuerdo a los romanos intentando vigilar las entradas y las salidas de quienes acudían a ofrendar sus regalos al Niño Dios. Los romanos de Herodes. Los terribles enemigos de la paz, ayudados por Anás y Caifás. Y mientras tanto, los Magos de Oriente seguían caminando, montados en sus camellos, mientras en la calle madrileña de Alcalá todo era una multitud de mayores y de niños intentando recoger algún caramelo que otro (para endulzar sus sueños y hacer más feliz a sus pobres existencias), y aquellos globos que se escapaban de las manos para saludar a las palomas que, en el aire, daban vueltas alrededor de los habitantes de la Gran Ciudad mientras los gorriones ya se dormían. Todo era color en una España política gris, fría y anodina. Pero el Sueño, mi Gran Sueño, seguía latiéndome en el corazón y, desde el Portal de Belén, Jesucristo Niño no hacía más que sonreír. Escuchaba su sonrisa con el corazón mientras mi imaginación ya comenzaba a crear las primeras poesías de mi vida y los primeros ejercicios de redacción escolar donde rodaban todas mis visiones externas que nacían de mi interior. ¿Quién había colocado en mi interior aquella tan grande Fantasía?. Yo miraba a las estrellas y las contaba. Nunca podía terminar pero siempre, todas las noches, no faltaba a la cita de intentar contarlas a pesar de aquella vida dura en que, a veces, hacían muy difícil entrar en los belenes para aprender un poco más de la Justicia de Dios y de las Promesas de Jesucristo (Dejad que los niños se acerquen a mí). Y yo me acercaba para contarle que estaba enamorado de una Princesa. Mis hermanos, sin embargo, sólo se fijaban en la mejor manera de obtener los mejores regalos de Navidad. Yo no. Yo sólo disfrutaba con mis fantasías cuando leía aquellos pequeños libros de la colección "Pulga" y aprendía a explicar lo que era la vida. Una vida que me iba transformando, cada vez más, en el joven enamorado de mi Princesa. En este sentido, la madrileña Belén Rueda era, por lo tanto, una referencia juvenil nada más. Pero me gustaba su nombre.
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