un HOMBRE como tantos
Publicado en Jun 15, 2009
Un hombre está sentado en una sala de espera; desde temprano, cuando abrieron el gran portal del edificio.
Refriega sus ojos para limpiarse lagañas molestas. Acomoda las solapas de lo que lleva como abrigo. Alisa las arrugas múltiples de su pantalón, cuyas botamangas ocultan su calzado. Es invierno, pero no tiene frío: transpira. Busca en sus bolsillos amplios un pañuelo de papel para secarse. Solo encuentra uno de los de tela que usa, para ahorrar, cuando está en su casa. Siente su boca reseca. Busca, esta vez, las pastillas para fumadores, que siempre lleva consigo y que le mejoran el aliento. No las encuentra. Pasa su lengua por dientes y labios. Hay un expendedor de bebidas, pero toma agua del bebedero. Con el correr de las horas, en que ha permanecido sentado, le duelen los pies hinchados. Se levanta y comienza a caminar en círculo por la sala. Entra una joven, lo observa con curiosidad y se sienta lejos. Él, la mira desafiante. El hombre se vuelve a sentar. Se cruza de brazos. Por un instante, solo por un instante, lo vence el sueño y su cabeza cae sobre su pecho. Despierta estremecido y acomoda su cuerpo correctamente. Estira sus manos hacia la mesita de las revistas, toma una y la abre. Sus ojos se cierran y cae hacia delante, dando su cuerpo contra el piso. La joven se sobresalta. Golpea la puerta que da a una oficina en busca de ayuda. Sale una secretaria. La joven le señala al hombre caído. La empleada llama al 911 y minutos después, entran un policía y un paramédico. Los dos preguntan, al unísono, qué hace un hombre en piyama allí. Las dos mujeres se miran desconcertadas. El policía, desconfiando, les toma los datos a las dos. Los hombres levantan al caído, lo ponen en una camilla y se lo llevan. La secretaria pregunta a la joven a qué vino. Ella le responde: por el AVISO.
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Verano Brisas