UN GOBERNADOR PARA DON ALFREDO
Publicado en Oct 17, 2010
Cuatro Cruces, era un pueblo monótono y deslucido, se extendía lánguido en ambas márgenes de las vías férreas.
El tren es su epicentro económico y principal transporte, desde el comienzo marco las costumbres, los horarios y dispuso la ubicación del villorrio, ya que la principal fuente de ingresos es la explotación forestal la cual se comercializa o se transporta a trabes de este. Al salir de la estación y luego de cruzar por el molinete que hace de portacito giratorio y separa el predio de ferrocarril con el del espacio público a trabes de un pasillo de durmientes viejos muy útil en días de lluvias que comunica con la plazoleta "Sarmiento". Desde allí se puede divisar el mástil del destacamento con sus paredes siempre blancas y al frente una gran planta de paraíso, viejo y frondoso, bajo la cual era atado el montado del sargento. A la derecha de los galpones y una cuadra mas al fondo esta la oficina del Registro Civil y la Sala de Primeros Auxilios, cruzando la calle la Estafeta Postal y la Capilla. Mas allá el edificio mal pintado de la Municipalidad, la Escuela y el consultorio del doctor Gómez. Del otro lado de las vías un sinnúmero de casas y algunas despensas, al los márgenes del ejido cerca del barranco, el Cementerio. Todo el conjunto era un lugar sucio y desordenado. Las calles de tierra llenas de huellas profundas que la hacían casi intransitables, las cunetas llenas de malezas y charcos de agua estancada que desprendían un vaho nauseabundo, dando un aspecto detestable y ruin. A muy pocas personas le importancia al aspecto del pueblo. Los últimos pobladores que se habían instalado allí son don Alberto y su familia. El es delgado y alto de unos 50 años, nacido lejos de allí en un paraje cerca de Salada en la provincia de Corrientes. El y su esposa educaron a sus hijos como los educaron a ellos, con el mismo estricto respeto y costumbres en las relaciones cotidianas. Todos los habitantes lo conocían como un hombre lacónico, respetuoso y ajeno a las bromas, siempre de vestir sobrio y de estampa recia. A su arribo abrieron bar bien surtido y mejor atendido. Siempre habían despertado un cierto misterio sus procedencias. Quizás por sus costumbres austeras o por esas personas acaudaladas que recibía a menudo en su hogar. Algunos comentaban que era un político retirado, otros que había sido juez, y así los más variados comentarios iban y venían. En el ocaso de cada jornada, estando cómodamente sentado en su reposera bajo la morera y mientras tomaba unos mates imaginaba los cambios que podría realizar a favor del aspecto del lugar si a su cargo tuviese el municipio. Desde los primeros días del mes de abril las señoras mas devotas y allegadas a la capilla ayudaban al padre Mateo a preparar la fiesta y procesión a Santa Catalina, y don Alfredo pensaba, más que un agasajo en honor a la virgen seria una ofensa pasearla por esas calles sucias y con las veredas descuidadas. El martes, en horas de la noche parado tras el mostrador y dirigiéndose a su hijo mayor pero levantando levemente la voz para hacerse escuchar ya que el muchacho estaba en el otro extremo del salón donde los presentes que bebían en grupos o apoyados cansadamente sobre las mesas, dijo con voz firme -Juan, el lunes ira a la capital a llevar unos papeles a la casa de su padrino el diputado Jiménez y a la vuelta aprovechando el viaje traerá mercaderías, carne y un gobernador así el regreso coincidirá con los festejos patronales- Su hijo con toda naturalidad contesto afirmativamente, y sin más comentarios continuaron con sus labores habituales. De pronto el silencio aplasto hasta la última conversación, luego de un largo minuto de mirarse unos a otro el murmullo fue creciendo hasta lo intolerable. Al otro día como por arte de magia, todos colaboraban blanqueando los troncos de los árboles, podando o arreglaban los jardines o juntando basuras, nadie comentaba el repentino deseo de limpieza y orden pero todos trabajaban alegremente. Los días pasaron y los preparativos religiosos llegaban a su punto culminante, el pasto estaba cortado dentro del ejido municipal, los edificios públicos pintados y las veredas aseadas. Hoy es el día de la procesión, una multitud sale de la iglesia y con pasos apresurados se dirige hacia la Estación a la espera del tren de las once. Todo están parados en el andén, al frente el señor intendente con su traje gris impecable, acompañado de su joven esposa que es maestra y del Sargento jefe del destacamento, a la izquierda don Juan Alberto el Juez de Paz y el Padre Mateo. A su lado el doctor, el farmacéutico y el director de la escuela junto a un grupo de alumnos con sus guardapolvos blancos que portaban la bandera de ceremonia y junto a estos un nutrido grupo de prósperos comerciantes, y de vecinos curiosos. De lejos se oye el silbato y solo falta la última curva para entrar en la recta final. En el alero de la estación la brisa hace danzar las cintas y las guirnaldas. Paso un largo instante y nuevamente se oye el silbato, los hombres ansiosos se ajustan aun mas las corbatas y las damas se arreglaban el cabello. El tren está muy cerca y el maquinista puede ver a la multitud expectante inclusive oír el coro de la iglesia. La maquina recorre los últimos metros pesadamente dejando escapar bocanadas de vapor y al fin se detiene. Todos se agolpan para ver a los pasajeros. Se abre la puerta y baja Juan con la sorpresa dibujada en su rostro, traía como habría de esperarse grandes paquetes y se dirige el encuentro de su padre que lo espera sonriente entre la multitud. En ese instante don Alfredo Le dice - Hijo, la próxima vez que vayas de compras a la ciudad y como de costumbre traigas una cabeza de cerdo, ya no la llamaremos el gobernador a esta como le decía su abuelo a esa parte del cuerpo del animal, no sea que alguien se confunda.-FIN Un Gobernador Para Don Alfredo (Cuento) 2010 ----- Córdoba (Argentina) Certamen Nacional - Antología- - DNA EDICIONES
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