El Caballero de Gracia (Cuento)
Publicado en Oct 18, 2010
Érase un antiguo caballero, de esos del fiero mirar ante los hombres y del dulce merodear como las mariposas ante las castas doncellas, de cabalgadura silente en rocín flaco, macilento de cara y con escudo de armas de su ilustre familia, proveniente del muy famoso y afamado Paseo de Gracia de Barcelona que buscaba, ansiosamente y con gran avidez propia del milano o del gavilán, que a veces parecíase al primero de ellos y a veces parecíase al segundo, a la Niña-Mujer de las leyendas castellanas. Cual quijote dantesco, porque entre las lecturas de Don Miguel de Cervantes y Saavedra, habíase llenado ansí mesmo de las del Dante Alighieri, panza en ristre y de cuerpo rechoncho, que creíase que la Tierra acababa en aquellos famosos lugares de La Mancha.
El tal caballero, panzudo cual hipopótamo boca arriba, llevaba, como acompañante, a un lenguaraz mozalbete recién salido del convento de los dominicos de Ocaña, en las muy ilustres tierras toledanas, que no hacía otra cosa sino hablar de que era menester no llenar tanto la barriga y reposar menos durante las horas de la tarde para tener buena figura ante las mozas de los muy antiguos pueblos y aldeas de Castilla y ante las damas de las muy florecientes ciudades como Madrid. El Caballero de Gracia, fastidiador de las buenas obras y, ansí mesmo, iba fastidado por la presencia de "Monipolio", que era como se le conocía en todos los lugares castellanos al dicho y dichoso mozalbete, el cual no se hartaba ni se cortaba un pelo a la hora de hacerle comprender al panzudo caballero cabalgante que su tarea era harto imposible. Más al impasible Caballero de Gracia, hacíale muy poca gracia, válgase la redundancia, aquellos dichos conocidos por el pillastre que había tomado como escudero más que nada para orientarse por las tierras, aldeas, pueblos y ciudades desconocidas que, sin embargo, "Monipolio" habíaselas aprendido bien de memoria o bien de intuiciones que, en verdad, no sabía el Caballero de Gracia de donde le venía la gracia a aquel muchacho. - Escucha bien, "Monipolio", mi bolsa sona pero ya escasea de dinero y es menester administrar mejor mis riquezas no vaya a ser que, como solía ocurrir con los vizcaínos de los que hablaba Don Miguel, me se vaya ocurrir despilfarrarla en ventas y ventorrillos y nos quedemos a cuatro velas un día de estos. - Pero señor graciense, gracioso o gracilento o como se diga en el diccionario catalán, del cual sólo sé tres o cuatro palabrejas como "avui", "vorem" y "barça" por ejemplo, ¿no véis que con lentes gruesas de vidrio de botella o esas preciosas lentillas de color azul que os habéis colocado como se coloca mi tío Benicio sus abarcas en los pies, que más parece que tenéis los sesos en los tobillos y el poco pelo que os queda en las pantorrillas, que es en vano derrochar tanta energía por conquistar a la Niña-Mujer de las leyendas de Castilla que ya está casada y bien casada como Dios manda?. Mudarónsele los colores de la cara al citado Caballero de Gracia en oyendo aquellas palabras y, completamente desconsolado de ánimo y de galanura, entróle tal descomposicíón de tripas que, en llegando a las orillas del río Cigüela, descabalgó y entre retamas y rastrojos hizóse sus necesidades más perentorias. - !Mirad bien entre las cañas, mi señor Caballero de Gracia, que ha de saber usted que estamos en tierras de Villarubia de los Ojos y éstas son gentes de muy poco hablar pero de muy apedrear a los forasteros desconocidos; por sobre todo si caminan con la facha que vos lleváis y os descubren haciendo tales menesteres junto a su río porque habéis de saber que acá bajan las lavanderas con su colada diaria!. Asustóse el tal Caballero de Gracia y, en subiéndose rápidamente los calzones, volvió a recomponer su desdichada figura y dirigióse compungido al mozalbete. - ¿Qué me aconsejas que haga, truhán?. - !Tened en cuenta que si seguís por acá por mucho tiempo seguro es que os ha de encontrar el Caballero de la Media Risa y os emplazará a un duelo pues es muy celoso de su Maricastaña y en creyendo que váis tras ella no os dejará hueso sobre hueso!. - Pero, vágame el cielo... ¡yo no intento acaramelar a la tal Maricastaña sino que mi afán es conquistar a la bella Niña-Mujer de la ciudad de Madrid!. - Pero el Caballero de la Media Risa no sabe de otra cosa nada más que de su Maricastaña de Villarrubia de los Ojos que, por cierto, es rubia y tiene los ojos azules, para que no os confundáis con la panadera que también se le enparece bastante y esta sí que es soltera pero de muy avinagrado carácter que, por un mírame más de la cuenta, a más de uno ha dejado tuerto de un cantazo ya que es especialista en tirar los tejos. - Pero... ¿en qué follón me he metido, válgame Dios?. - Eso mesmo digo yo, señor Caballero de Gracia, que por no saber dónde metéis las narices puede que las saquéis más bien requemadas si os encuentra el Caballero de la Media Risa y eso que buenas y grandes narices tenéis, que parecen más bien una alcachofa gratinada de tan grandes granos que os la adornan. Dejáos de pendejadas, mi señor Caballero, y volved raudo y veloz hasta vuestro querido Paseo de Gracia que no sé cómo se llama en catalán. - Passeig de Gràcia se escribe, ignorante. - Pues vos no ignoráis que se llame Passeig o no se llame Passeig tenéis todavía mucho paseo por delante si queréis llegar a Madrid o mucho paseo por detrás si queréis regresar a Barcelona. - !Dejádme a solas un par de horas, pillastre, y no os comáis la butifarra mientras yo hago un examen de conciencia para saber qué mejor camino he de tomar, si seguir hacia adelante que es, como me dices, más bien una pérdida de tiempo o ganar tiempo antes de que me encuentre el Caballero de la Media Risa y regresar a mi Barcinona querida!. - Ejercicios espirituales los llamamos en Castilla y no examen de conciencia; sobre todo quienes no somos todavía ni tan siquiera bachilleres. En cuanto a la butifarra no tengáis cuidado que si la encuentro os juro que por lo menos os he de dejar unas cuántas pulgadas de ella para que no os entre el pánico. - ¿A cuánto equivale una pulgada en Castilla y cuántas pulgadas de butifarra me has de dejar, ladronzuelo de media suela?. - La pulgada, mi gran señor Caballero de Gracia que más parecéis bastante desgraciado que gracioso pues yo no soy ladronzuelo de media suela sino de suela completa, es una unidad de longitud antropométrica que equivale a la longitud de un pulgar, y más específicamente a su primera falange. Una pulgada equivale a 25,4 milímetros. Yo os he de dejar al menos cinco pulgadas como mucho. O sea, haciendo cuentas, 105,0 milímetros que también podemos decir 10,5 centímetros de longaniza que, en las condiciones en que estáis ahora mesmo, son más bien suficientes. Maravillóse el catalán de la sabiduría del aquel mozalbete toledano y preguntóle con la máxima ansiedad de su corazón. - ¿Dónde has aprendido tanta sabiduría, perillán?. - En el conventico de los dominicos de Ocaña... para que sepa mi señor que no todos los grandes doctores en letras son solamente catalanes sino que en Castilla también los abunda. Y de los muy buenos por cierto. En aquellos mesmos instantes en que el Caballero de Gracia, catalán de pro y grande alcurnia, escontrábase meditando sobre el qué hacer ante aquella disyuntiva, apareciósele, de repente y como salido de las sombras de los viejos olmos ribereños del Cigüela, un gigantesco ser humano, caballero de larga adarga y mayor jaez físico, al cual se le conocía por aquellos parajes más ciertos lugares de los alrededores de por allí, llamados Urda, Consuegra, Madridejos, Herencia, Las Labores, Arenas de San Juan, Daimiel, Fuente el Fresno, Puerto Lápice, en donde se le imaginaban como un Don Quijorte robusto y recio, además de Argamasilla de Alba, Villarta de San Juan, Tomelloso y Manzanares... que llevaba un enorme escudo con la palabra Rubeum de color amarillo grabada en la puerta de un dibujado castillo con tinta de color azul, al cual todos le llamaban El Caballero de la Media Risa. - ¿Qué hacéis por estos andurriales, estrafalario y rollizo caballero?. ¿Decidme, si es que habéis llenado ya de suficientes uvas vuestra voluminosa barriga, de inmediato y antes de que cuente tres y sin medias tintas, porque para tintas no estoy yo hoy tan predispuesto, qué diablos hacéis aquí mariposeando en las cercanías de mi muy amada Maricastaña?. Al Caballero de Gracia, catalán de pro y de grande alcurnia, volvierónle los retortijones al estómago y, con una lengua muy trapense, como si de trapos se la hubiesen llenado los duendes de aquellos aires que habían comenzado a levantarse, acudió a su extenso repertorio de ruegos y quejas para suplicar al Caballero de la Media Risa por su vida. - ¡Disculpad, Caballero de la Media Risa, disculpad cuantas veces me sean necesario pedir perdón, pero no es a vuestra Maricastaña con la que yo ando encaprichado!. - !Más le valga, plugue a Dios, que me estéis diciendo la verdad o, en este mesmo instante, os convierto en morteruelo!. - ¿Morteruelo habéis dicho, mi Caballero de la Media Risa?. El Caballero de la Media Risa, sin dejar de sonreír ante el susto de padre y muy señor mío que tenía metido en su cuerpo el Caballero de Gracia catalán, aprovechó tan buena ocasión que le presentaba la diosa Fortuna para explayarse a gusto con el asustadizo catalán. - ¡Sí!. ¡He dicho morteruelo!.¡Y habéis de saber que, aumnque me estoy sonriendo, encuéntrome de muy mal humor y cuando me encuentro de muy mal humor aunque esté sonriendo a medias, soy capaz de convertir a vos en lo he dicho!. El Caballero de Gracia catalá, temblándole las piernas de pavor, continuó sin saber nada. - ¿Pero qué es el morteruelo si no os es muy trabajoso e molesto explicármelo con toda clase de detalles a ser posible y si a vos no os disgusta?. Por piedad, no me convirtáis en algo que todavía no sé lo que es. Al Caballero de la Media Risa escaparósele, en esos mesmos momentos, una enorme carcajada y luego comenzó a explicar con sumo detalle. - De los muy diversos e riquísimos morteruelos que suelo zampar a cualquier hora del día o de la noche he de advertiros que el que más me encanta es el morteruelo de matanza, así que ya habréis adivinado quizás, si vuestro caletre funciona bien, por qué lo digo. Apunte bien en su mollera no séase que sea yo quien le apunte y ya me entiende usted, caballero de gracia sin gracia, por qué se lo vuelvo a decir. - No se moleste gran Caballero de la Media Risa que por mí no es necesario. - Más que necesario es para mí aclarar estos asuntos. Anote, repito, en su mollera. El Caballero de Gracia estaba mudo; con un tal gran terror en el cuerpo que corríale por las entrepiernas un poco de aquella especie de cagalera que le había acometido nuevamente. - De ingredientes uso hígado de cerdo, tajadillas magras, tocino, manteca, piñones, pimentón, canela, clavillo, ajo, pimienta, pan rallado, agua y sal. Cada uno de aquellos ingredientes, pronunciados por la cavernosa voz del Caballero de la Media Risa, le producía una especie de tembladera al Caballero de Gracia barcelonés que no sabía, ni mucho ni poco, de cómo escapar de allí ante las cada vez más prolongadas carcajadas del Caballero de la Media Risa a las que habíánsele unido agora las del mozalbelte, rufián y pillastre escudero. - Primero troceo el hígado y el tocino friéndolos juntos y separando el hígado. Cuando está a medio freír al tocino lo dejo bien frito separándolo también. En la grasa frío pimentón y le añado el agua y las especias, canela, clavillo y pimienta, el pan rallado, la sal al gusto y el hígado una vez picado. El Caballero de Gracia catalán ya estaba puesto de rodillas. - Al final remuevo todo sin parar hasta que va dejando la grasa y así ya está hecho. Me lo como en una fuente adornada con los trozos de tocino y los piñones. ¡Y a fe mía que os convierto en morteruelo de matanza si es a mi Maricastaña a quien estáis rondando!. El Caballero de Gracia catalán y barcelonés por más señas, seguía en todavía de rodillas como si de un carmelita descalzo fuese cuando oran en sus oscuras celdas.. - ¡Piedad, Caballero de la Media Risa!. Mis intenciones no son, para nada, las de moolestar a vuestra muy querida y muy amada Maricastaña sino que estoy encaprichado, proque soy más bien necio y corto de entendederas, de la famosa y bellísima Niña-Mujer madrileña!. - ¿Qué decís, desdichado?. ¡Levantáos y ponéos rápidamente en pie que lo que os he de contar sólo es para contarlo de hombre a hombre y dejáos ya de tanto rezo en forma de quejidos que más parecéis a un urogallo que un gallo verdadero!. Mientras el Caballero de Gracia barcelonés se ponía, por fin de pie, el Caballero de la Media Risa, manchego de la provincia de Ciudad Real, bajóse de su bien alimentado alazán. - Si es verdad que no rondáis a mi muy querida y muy amada Maricastaña os perdono la vida; pero no seías insensanto y ni oséis acercaros a Madrid a rondar a la bellísima y escultural Niña-Mujer de Madrid porque habéis de saber, ignorante, que hay otro real y verdadero, mucho más verdadero que vos, Caballero de Gracia madrileño; no tan jocoso ni ruín como voz sino mucho más alegre y serio a la vez, que no os permitirá ni acercaros a doscientas millas terrestres de distancia con la Niña-Mujer. - ¿Y cánto supone de distancia eso de las doscientas millas terrestres si os place contármelo?. - Pláceme. Sí. Pláceme a ver si entendéis de una vez por todas. ¡Voto a bríos que no sabéis ni lo que hacéis ni lo que pensáis ni tan siqueira lo que soñáis!. Si consideramos que una milla terrestre anglosajona, de esas con las que medían las distancia las famosos Caballeros de la Tabla Redonda, suponen mil seiscientos nueve metros de longitud, os estoy adviitiendo que el Caballero de Gracia madrileño no va a pemiritiros acercaros a ella hasta un radio de acción de trescientos veinte mil ochocientos metros. ¡Así que echad las cuentas y ajustaros bien a ellas no sea que os ajuste las cuentas de verdad el citado Caballero de Gracia de Madrid!. - No estoy en condiciones físicas ni aún mesmo mentales para andar ahora con ajustes. No acierto a entenderos del todo, Caballero de la Media Risa. -¡Aprended d euna vez por todas, necio loco, que os estoy hablando de una distancia de trescientos veinte kilómetros con ochocientos metros!. Así que pensaróslo bien porque os advierto que el Caballero de Gracia de Madrid es tan valiente que ni yo mesmo, tan demoledor como me véis, me atrevería a la locura de enfrentarme con él. ¡Sabed que con una sola mano os daría tal tajazo en el buche, digámoslo como ejemplo, que os partiría en dos mitades exactamente tan iguales y en menos que cantan los gallos de los corrales de Castilla que si os llamárias Antonio quedaráis convertido en Antón en ese mesmo espacio de tiempo. O sea, os reduciría de gallito a pollito, que vos más parecéis un pollo pera que un verdadero caballero andante!. - ¿Y por qué El Caballero de Gracia de Madrid debería hacer tal escabechina con El Caballero de Gracia de Barcelona como yo soy?. - Pero... ¿no habéis entendio todavía lo que os quiero dar a entender?. ¿Tan hueca tenéis la calabaza que portáis como cabeza que me rio yo de los calabacines ampurdaneses cuando os la veo?. ¡Tanto que sabéis, si es que sabéis, supongo, de Don Buenventura Carlos Aribau, y no entendéis que os estoy diciendo que cojáis vuestra brillante y lustrosa, aunque bien abollada por cierto, caramaiola francesa, que más os hace parecer a un mameluco que a un verdadero caballero español y huyáis rápidamente a vuestro muy querido y muy amado Paseo de Gracia barcelonés porque el Caballero de Gracia madrileño no está para bromas de catalán sino le gustan los chistes castizos y lleguéis cuanto antes, montado en ese rocín tan flacuchento que tenéis porque sólo lo alimentáis de algarrobas y algún que otro puñado de bellotas y altramuces, antes de que el Caballero de Gracia de Madrid se entere de que ya estéis por estas tierras de Ciudad Real?. ¡Pero no sóis capaz de entender que os estoy señalando con toda clase de detalles que es menester que usted sepa que es El Caballero de Gracia de Madrid el verdadero y real esposo de la Niña-Mujer!. ¿Habéis entendido, ya, pedrusco humano, que llegáis tarde, demasiado tarde, porque están casados como Dios manda?. ¿O es necesario que venga él a haceróslo comprender repartiéndoos ostias como si fuese el mesmísimo arzobispo de Alcalá-Madrid?. En oyendo tales palabras vinierónle repentinamente a la mente al Caballero de Gracia barcelonés las historias que se contaban de aquel Caballero de Gracia madrileño y, sin apenas almorzar todavía, olvidóse de la butifarra que ya se había engullido enteramente "Monipolio", y montado en su flacuchento rocín, le arreó tales manotazos en el cuarto trasero izquierdo que no pararon, ni caballo ni jinete, con éste último sudando de miedo y pavor que hasta las gorgueras del cuello las llevaba como mojadas por un diluvio universal y con el estómago tan revuelto que parecía como si el volcán Teide hubiése entrado en erupción, hasta llegar a su vetusta vivienda del Paseo de Gracia de Barcelona número 13. Y es que el Caballero de Gracia de Barcelona, además de haber llegado demasiado tarde, nunca tenía suerte.
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