De los canales a Canalejas-19 (Madrid) Sólo para futboleros y futboleras. Diario
Publicado en Oct 19, 2010
"El orgullo puede ser sano o puede ser malsano, pero la dignidad siempre es buena! (frase inventada por mí mismo con perdón porque no lo he dicho por vanidad). Mi amigo Andrés Castillo volvió, de nuevo, a caer en el orgullo mundano de olvidar lo que de dignidiad habíamos demostrado tener Transferencias OP en las canchas de fútbol-sala. Deshizo el equipo por culpa de las maledicencias de Enrique "El Facha" y se alió con éste y con los también "fachas" "El Chuchi", Alcaraz, el hijo de aquel veterano al cual yo había convertido en un excelente extremo izquierda gracias a mis pases en profundidad allá por los tiempos en que jugábamos en el Campo de Gas de Madrid, alguno que otro más y la inestimable ayuda de un jugador noble que actuaba en las filas del Rayo Vallecano y que era el verdadero "alma"de aquellos soberbios y vanidosos que creían que, ellos solos, iban a ser capaces de quedar Campeones del Torneo. Así que me quedé fuera del torneo y sin ficha con ningún equipo. Así pagan los "buitres" cuando les das de comer y los crías.
Pero entonces fue una gran ocasión para pasar dos felices temporadas jugando con los de Santa Engracia en los campos de fútbol-sala y alguno de fútbol de 11 (de lo cual hablaré en el próximo capítulo) de La Chopera del Retiro de Madrid. Sin equipo en qué jugar volvía a ser libre y, sobre todo, me evitaba el disgusto de seguir jugando con fachas a mi alrededor. El caso es que fue Bustos, el gran capitán del Santa Engracia, quien me animó a jugar con ellos en La Chopera. Y me pasé dos temporadas verdaderamente felices, estando ya casado con mi Princesa y con mis dos hijas tan lindas como dos Princesitas. En aquellas dos temporadas hubo felices, muy felices, momentos. Dejemos el fútbol 11 para otro capitulo y vayamos al fútbol-sala. Voy a ser muy conciso porque podría estar escribiendo horas enteras de aquellos tiempos de La Chopera. Por ejemplo cito que marqué, por fin, el gol que tanto estaba buscando. El gol de tacón burlando al portero rival. En el fútbol de 11 lo había intentando algunas veces con brillantes acciones pero unas veces por una causa y otra veces por otra causa en contra de mi voluntad sólo quedaron en jugadas espectaculares que no encontraban las redes rivales. Sin embargo fue en La Chopera de Madrid cuando al fin lo conseguí. Me vino un pase desde el lateral derecha al borde del área de gol, dejé suavemente pasar la pelota por entre mis pies y cuando todos creían que era immposible, dí el taconazo que dejó a compañeros y rivales atónitos... porque se lo había metido a un enorme portero muy grueso que, con su corpulencia casi tapaba toda la portería. Tanto fue el asombro que alguien le dijo: ¿pero cómo te dejas meter un gol así"?. Ni hablar. El portero no se dejó meter el gol. Mi gol de tacón, mi siempre ansiado y nunca conseguido hasta entonces gol de tacón, lo había metido usando la técnica de las mejores épocas del Di Stéfano cuando jugaba en el Real Madrid y ya era el mejor jugador del mundo. El tacón que utilizé, en este caso, fue el de mi pierna desrecha. El portero se creía que iba a disparar sobre la marcha y ya tenía el ángulo de disparo tapado... pero no se esperaba que en vez de disparar según me venía el balón hice aquella maniobra que lo desarboló por completo. Recuerdo algunos de mis grandes compañeros y amigos de entonces; entre ellos, Bustos, Arribas, Manolo, Gonzalo... y otros cuyos nombres y apellidos no recuerdo ahora. Andrés Castillo, mientras tanto, creía que ya tenía ganado el Campeonato aliándose con aquella tropa de "fachas" que lo único que estaban haciendo era riéndose, en cierta manera, de él. Pero de algo que sucedió con aquello lo contaré en el próximo capítulo y que sirvió para que Andrés pudiese aprender a pensar sobre la traición que le hizo a sus mejores amigos y compañeros. Aquel gol de tacón era uno de los pocos que yo quería marcar con cierta ansiedad, reconozco que si no fuese por la ansiedad ya lo habría marcado muchos años antes. En cuanto al gol directo de un saque de córner ya lo había metido en una ocasión jugando en la Casa de Campo, así como un gol con la espalda. ¿Qué me quedaba por demostrar en cuánto a diversidad de goles?. Me faltaba el gol de chilena pero nunca me apeteció ni tan siquiera intentarlo. No es un gol que a mí me llenase y nunca pensé en marcar un gol de chilena. Sin embargo me faltaba otro gol que andaba yo buscando en el fútbol-sala. Marcarlo desde el punto central del campo. ¡Y también lo conseguí con los del Santa Engracia!. Nos habían marcado un gol a nosotros. Ya estaban todos los jugadores en sus campos respectivos, luego la jugada entraba dentro de lo reglamentario. Sacó de centro de campo tocando suavemente un jugador que me parece que fue Gonzalo o alguien de los que mejor me conocía y, desde el mismo círculo central, lancé un balón templado -hay que tocar muy bien el balón para lograr un gol así- que fue directo al ángulo izquierdo de la portería rival y entró en la red con toda tranquilidad. Ellos quisieron decir que no era válido sin tener ninguna razón legal para anularlo. Fue gol. Se contabilizó como gol. Y ellos tuvieron que sacar de centro de campo porque había sido un magnífico y espectacular golazo Gracias a Dios. Y recuerdo una frase que leo hoy en el Diario El Mundo dicha por Menandro: "Quien tiene la voluntad de hacer algo, tiene la fuerza para conseguirlo". Frase muy apropiada para explicar aquel gol desde el círculo central. Pero también hubo otros momentos más placenteros todavía. Por ejemplo, al comenzar la última de mis temporadas del fútbol-sala con Santa Engracia, en La Chopera de Madrid, y debió ser en septiembre que es cuando todos comenzábamos a jugar. En el primer partido de la temporada marqué 7 goles yo solo (recuerdo que el último fue de cabeza junto al poste izquierdo del portero rival). Si a esos 7 goles míos les unimos otros que marcaron algunos de mis compañeros... ¡imagináos la paliza que le debimos dar a los rivales!. Esto de los 7 goles en un solo partido es muy difícil de conseguir y, desde luego, es mi récord en cuanto a goles en fútbol. En el fútbol de 11 no sé cual es mi rércod en un sólo partido pero estoy seguro de que hice varias veces el "hack-trick" aunque mi misión era de centrocampista. El caso es que se me acercó Bustos y me dijo: "¡No está mal, Diesel, haber metido 7 goles en el primer partido de la temporada!. Ahora me viene, a la memoria, aquellas crónicas que yo escribía de aquellos partido y que colocaba en la cafetería del piso tercero o cuarto de aquel BHA de Alfonso XII. Eran crónicas sólo para divertirnos un poco y para que las chavalas guapas vieran que con los de Santa Engracia me unía una gran empatía amistosa. Siete goles. nada más y nada menos que 7 goles en un partido de fútbol-sala que duraba sólo 20 minutos cada parte. Eso quiere decir que marqué siete goles en un total de 40 minutos. Por eso lo considero mi verdadero récord como goleador. Pero no se me olvidaba que mis funciones eran las de líbero y centrocampista así que seguían siendo un alto número de pases de gol que le entregaba a mis compañeros de equipo fuesen quienes fuesen. Dentro de un campo de fútbol nunca tenía predilección por nadie, porque a todos mis compañeros los medía por igual valor y centraba a quien yo creía que estaba en mejores condiciones de meter gol. Hubo otro partidos memorables. Cito los siguientes según me vienen a la memoria y sin orden de fechas. Recuerdo que en un partido al que no pude acudir por razones caseras o porque tuve que quedarme a trabajar en el Banco, un equipo de noruegos (por eso lo llamo Noruega Fútbol Sala) había ganado, en mi ausencia, al Santa Engracia. Pero Bustos no estaba conforme con el resultado y les retó a un partido revancha en el cual sí podían contar conmigo. En aquel partido mi posición era la de defensa y hacerle la sombra al más difícil delantero del Noruega Fútbol-Sala, un tipo mastodóntico y fortachón que me sacaba una cabeza de altura y tenía una complexión física de verdadero atleta. No me achanté ni me amilané ante aquella función mientras mis compañeros se dedicaban a intentar meter goles para ganar la apuesta que consistía que el equipo que perdiera tendría que pagar el coste del campo (para jugar en La Chopera había que pagar una cuota). Sólo pensé en lo que dice Jesucristo: "Esfuérzate y sé valiente". El caso es que defendí a capa y a espada, pensando siempre en mi defensa (aunque nadie sabía que yo lo hacía por Ella y por llegar a casa para contarle la victoria y la dignidad que hay que tener como futbolista ante rivales más potentes físicamente). Yo tenía un truco que me salió de maravilla. Como aquel gigantón me sacaba una cabeza de altura, a pesar de que yo mido aproximadamente 1,80 de estatura, yo le dejaba saltar primero a él y, cuando su cabeza contactaba con el balón, daba yo un salto en décimas de segundo y enviaba la pelota a córner, a fuera o al centro del campo para que contraatacaran mis compañeros. Como veían que estaban perdiendo el partido, los noruegos empezaron con el juego duro y hasta "sucio" para amedrentarnos. El gigantón, por ejemplo, no hacía más que hacer cargas antirreglamentarias y hasta llegó a darme un empujón dentro del área que yo estaba defendiendo; guardé silencio, no me quejé, pero en la siguiente jugada el que le empujé fui yo y casi se cae de bruces al suelo. Se le olvidó ya el empujarme y se acabó el "juego sucio". De ahí hasta el final el resto del partido fue un dominio total de nosotros los españoles del Santa Engracia y se fraguó una victoria tan contundente y clara que los del Noruega Fútbol-Sala tuvieron que admitirlo: "Hemos perdido y vosotros habéis ganado así que los noruegos tenemos que pagar el coste del campo". Reconozco que yo, que soy siempre muy tranquilo, deportivo y flemático en el fútbol, en aquella ocasión (como estaba pensando profundamente en mi Princesa) hice un gesto obsceno sin querer y no con intencíón malsana sino porque tenía todavía la "sangre caliente" de los sucesos acontecidos en aquella lucha sin cuartel contra aquel gigantón. Menos mal que fue ya cuando el partido había terminado y él lo tomó como un saludo, así que nos dimos las manos y quedamos en paz. Pero los españoles del Santa Engracia habían lavado su honor venciendo en aquella revancha que era justa y legal que se realizase. Otra anécdota, que muchos siguen creyendo que es mentira, por las cosas que sucedieron y que dicen que es difícil de creer y que me lo estoy inventando pero fue real y verdadera, es que una tarde (jugábamos siempre a las 4 de la tarde) estábamos preparados para empezar a jugar cuando comenzó a caer un verdadero diluvio interminable. Casi nadie quería jugar en esas condiciones pero no se atrevían a decir si jugábamos o no jugábamos. Mi opinión, cuando me preguntaron fue: "¡Nada de echarse para atrás!. ¡Juguemos aunque estén cayendo chuzos de punta!". En efecto jugamos debajo de un diluvio todo el partido (yo recordaba que ya lo había hecho algunas veces en la Casa de Campo y sobre todo una vez con el Deportivo Olímpico). Pero la anécdota no sólo fue eso que algunos se creen que es mentira sino que hubo algo más extraordianrio: apareció una chavala guapa completamente descalza y sin sujetador (otros lo llaman sostén) en el pecho, pero con camiseta, mojada por supuesto, y pantalón corto y nos pidió que la dejáramos jugar. Ante el desconcierto general yo dije que sí, que jugara, que me parecía no solo una chavala guapa sino una chavala valiente e inteligente. No estaba loca ni drogada, porque en todo momento supo cómo darle al balón, quiénes éramos sus compañeros de equipo y quiénes eran los rivales. Y hasta se atrevió a jugar, durante los últimos minutos, de portera sin nigún temer. Es más. Calentaba los ánimos de nuestros rivales invitándoles a que la tirasen balonazos, cosa que, dicho sea de paso, yo no iba a permitir porque para eso era defensa. Y de defensa hice muchas veces y hasta salvando goles bajo los palos, como uno que me tuve que poner de rodillas junto al palo izquierdo del mi portería y evitar el gol con el pecho. Por cierto, el único problema que tuvimos con la chica descalza es que quería bañarse en las mismas duchas que los hombres. Le tuvo que sacar de allí el guardían de los vestuarios. Despareció alegre y riendo y nunca más supimos de ella. Por último, para no excederme demasiado (y pedón por ello pero fue de las épocas que más gocé jugando al fútbol-sala) os cuento que, como también jugaba de portero sin ningún temor a tirarme al suelo si era necesario, una tarde me engatilló Manolo un disparo a quemarropa (aquel día Manolo era un riavl) y yo puso ambas manos sobre el balón. El patadón fue tan duro que se me quebraron los huesos de las manos, pero seguí jugando y no sentí nada. Sólo me dí cuenta de ella cuando un hermano cristiano de ICEA (Celestino pero le llamábamos Celes) me saludó con un apretón de manos. Efectivamente me dolío mucho porque tenía ambas manos quebradas. Pero Dios es Grande. Jesucristo dijo: "Esfuérzate y sé valiente" (y eso hice pensando en mi chavala la Princesa cuando jugamos contra los noruegos y en esta ocasión también). Así que no fui al médico y las manos se me curaron al día siguiente. Yo no creo en la suerte. Aquello no fue suerte. Aquello fue un milagro de Jesucristo. Por último cuento el famoso partido en que formé parte de un cojunto de latinoamericanos (2 ecuatorianos, 1 paraguayo, 1 brasileño llamado Marqués, 1 colombiano llamdo Giovanny y un español que eraq yo). 6 latinoamericanos enfrentándonos contra los 6 españoles de Santa Engracia. Era un partido amistoso que conste. Amistoso pero jugando de verdad. Gracias a la magnífica labor del paraguayo en defensa, mía como centrocampista y el brasileño como delantero, más el esfuerzo genroso d elos dos ecuatorianos, ganamos el partido por 3-1. Yo sé que la amistad verdadera es buena, pero en un campo de fútbol, hay que dejar la amistad a un lado. Fue tan bueno el partido que hice que, al final, nos juntamos el brasileño Marqués, el colombiano Gionvany yo para tomarnos unas cervezas y brindar por la victoria. El brasileño Marqués delante de las narices del colombiano Geovanny dijo: "¡Juegas muy bien al fútbol Diesel!.¡Vente conmigo a Brasil y triunfarás allá!". Sonreí agradeciéndol el detalle pero era imposible porque yo estaba ya casado con mi Princesa y tenía ya dos niñas hermosas, mis dos Princesitas, como producto del matrimonio cristiano. Lo único que le agradecí en silencio era la lección de humildad que le dio el brasileño Marqués (que jugaba extraordinariamente bien) al colombinao Geovanny y que me perdonen los demás colombianos pues no tengo nada contra ningún hombre ni mujer de Latinoamérica sino todo lo contrario... pero a ese Geovanny casi le tuve que romper la cara por cosas ajenas al fútbol El caso es que lo analicé como futbolista y era un verdadero petardo además de un gil como persona. Al final determiné que a los giles (sean del país que sean) no hay que hacerles ni caso. Así que una vez celebrada la victoria me fui tranquilamente a casa a contarle toda la historia a mi Princesa y tener así tema de sobra para charlar antes de cenar.
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