Cuando alguien parte de este mundo, si ocupó un lugar preponderante, en el que se destacó por sus virtudes o defectos, si sus acciones acapararon la atención de los medios por lo acertadas,  equivocadas o dudosas, esos mismos medios,  se encargan de prodigar alabanzas y poner en evidencia méritos del difunto, que a pesar de ser una persona pública, la generalidad, desconocimos en vida del mismo.
Esto me conduce a una pregunta que no pocos se harán.  ¿Es la muerte, con su  poder absoluto y misterioso, la que nos otorga la remisión de nuestras faltas y  también nos transforma, al rodearnos de virtudes y excelencias en las que antes, nadie reparó?
Es interesante reflexionar sobre el tema planteado. Si realmente es así, más de uno, aliviará su conciencia y sus escrúpulos y sentirá menos temor y algo de simpatía por la  dama de la guadaña, que atenta, acecha.
Personalmente, opino que la muerte no concede gracia ni  privilegios.  El ser objetivos es más saludable que mirar a través de un cristal que nos muestra una imagen alterada por las circunstancias.
Es mejor no recargar las  tintas. La prudencia y la rectitud de criterio, son aconsejables en estos casos.