EL ULTIMO SACRIFICIO DEL AMOR
Publicado en Oct 29, 2010
El amor: todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
San Pablo. I Corintios 13,1-12 Llego el día que la Maldad gobernó sobre la tierra, y aunque el Bien lucho hasta morir. El sacrificio por redimir a sus hijos a cambio de su existencia, no valió la pena. Porque el Mal anidado en lo profundo del alma de aquellos ejércitos brutales, vitoreaba y se embebía de la sangre de los inocentes que mansamente rendidos imploraban piedad, al tanto que sus cabezas rodaban sobre la tierra y su sangre cubría de carmín el suelo irregular, como un manto purpura o como un rio de lava al rojo vivo. _No hay piedad para nadie, gritó el nuevo emperador de la tierra. Sin el Bien cuya conformidad, benevolencia y justicia, administraba con equidad los principios básicos de la coexistencia. El equilibrio de la vida en la tierra lo daba, entonces, el amor, pues a partir de allí podría renacer el bien y la esperanza de ver resucitar la humanidad. El mundo pasó a ser totalmente inhumano y se sostenía solo gracias al amor. Pero como todo es mente y el mal prevalecía por doquier, el amor era utilizado para los sacrificios y alimentar la sed de sangre del ejército de sombras que pululaban la tierra. La visión de estos ejércitos era arrancarlo y exterminarlo del mundo, de la misma manera como habían acabado con el bien. Las profecías señalaban que durante mil años las tinieblas cubrirían la bóveda celeste y pasarían muchos días de oscuridad. El tiempo transcurrió y llego el momento preciso para que el Amor Supremo, tomara una decisión que cambiaría por siempre la humanidad que habíamos conocido. Aquella tarde Ágape, el amor de la caridad, convocó a sus guerreros y les ordeno reunir sus batallones, y en todo el mundo solo encontró miles, por los millones que servían al Mal. Aquello era totalmente asimétrico, desproporcional, un guerrero del amor por cada millón de almas unidas al ejército del mal. Sobre la planicie del valle, tres columnas muy bien alineadas y disciplinadas, esperaban con atención las palabras del amor de la caridad, el purificador de almas. Cada columna estaba dirigida por un príncipe del amor. Eros, el amor de la pasión, comandaba la columna central. Sus soldados al mando coreaban canticos de libertad, con la fuerza del deseo que nacía de sus almas. A su derecha Stergo, el amor familiar, flameaba la bandera de la unidad, acompañándolos con salmos y odas de alegría. A la izquierda Fileo, el amor de la amistad, comandaba a sus discípulos en un gran batallón de amigos. Todos juntos formaban el amor supremo, dirigidos por Ágape. Allí parado sobre el peñasco, les habló: "Hubo un tiempo en que no se sabía nada del bien y del mal, y a medida que los humanos fueron evolucionando, estos conceptos aparecieron para determinar la naturaleza del hombre. Así fue que el hombre invento sacrificar los deseos y el bien individual, por un colectivo que le diera el poder de gobernar, así aparecieron las fronteras y los imperios. Y más nunca el hombre pudo ser libre. A este sacrificio el hombre le dio un nombre y lo llamo Amor, así nací yo. Y me he multiplicado a través del tiempo en aquellas almas soñadoras, que nacen con el don de buscar la paz y la tranquilidad. Aquellas almas que nacen con el don de perdonar a los que se atreven, a quitar la vida y hacer la guerra, solo por el poder de gobernar. Fuimos un invento de los hombres, invención que Dios aplaudió y creyó tanto en él, que un día me convoco y me dijo: si el amor es una decisión, y le corresponde a cada ser humano elegir entre amar u odiar, entonces debemos mostrarles el camino a seguir en este mundo para dar amor y encontrar la libertad. Y aquella tarde en mi nombre entrego a su único hijo para que todos aquellos que pecaron encontraran la salvación y lavaran su perdón con la sangre inocente, que se derramó". A cada palabra la brisa zarandeaba, las vestiduras y los rayos de luz se filtraban entre las tinieblas que oscurecían el cielo. A cada palabra surgían sobre las nubes tenebrosas, un cumulo de nubes blanquecinas que unidas entre sí formaban un círculo perfecto. A cada palabra el vocablo sacrificio, traía consigo las voces mensajeras de los que estaban en el más allá. Eros, el amor de la pasión dijo: "Y todo este sacrificio para que, solo para que unos cuantos asumieran el control total de la humanidad y esclavizar el resto del mundo con baratijas y vanidades. ¡No digo que la tecnología no sea buena!..., pero esclaviza día a día al hombre y lo sumerge en un mundo virtual lleno de fantasía, que luego solo significa miedo y terror cuando deciden usarla en contra de las personas, buscando el control absoluto. Cuantas guerras en nombre de Dios y Jesucristo. Cuantos sacrificios en nombre del Amor. Todo para que ¡solo para alcanzar el poder de unos pocos por el sacrificio de unos muchos!.... El mundo actual es una mentira, todo aquel que encuentra la felicidad es atacado y mancillado por su misma gente. Solo algunos pocos pueden encontrar el camino de dar amor de verdad y con todo eso son fustigados y perseguidos, porque se preocupan por aquellas almas que mueren y se pudren en la miseria y el abandono, mientras se invierten miles de millones de dinero en proyectos guerreristas que fracasan y fracasan hasta encontrar el éxito probando la formula sobre la humanidad misma". Los relámpagos encendían el cuzco cielo, acompañando una fría lluvia que golpeaba con fuerza el suelo, trozos de granizos de diferentes tamaños, caían a montones, convirtiendo el valle, la Garganta del Lobo, en una inmensa alfombra blancuzca. A cien metros del batallón del amor, millones y millones de almas de la oscuridad, coreaban sus cantos de guerra, agrupándose en columnas, pidiendo sangre y muerte. A cada palabra que brotaba del batallón del amor, la brisa rugía, como ruge un león salvaje; como sacude la tierra un dragón, con su rugido. Stergo, el amor de familia, manifiesto: "Hoy es un día de hablar sin misterios, nos han robado la felicidad, al sacrificar al amor. Y sin amor no hay felicidad posible, nunca podrá existir en plenitud la vida. El Bien ha desaparecido sobre la faz de la tierra y sin el Dios ya no habita aquí. Ellos creen que por habernos inventado, les pertenecemos, y pretenden utilizarnos para seguir ofreciéndoles sueños de un futuro mejor, lleno de felicidad. Cuando todo es un espejismo que muy bien logran armar, ¡porque! les puedo asegurar que son muy buenos en el arte de engañar a la gente con ilusiones temporales, que luego desaparecen el día que un océano de realidad choca con sus ríos de vanidades. Hoy levantaremos la espada de la luz, por última vez sobre este mundo, pero no más sacrificio en nombre del amor, no más muerte en nombre del amor. Hoy encontraremos en el Ángel de la Muerte, el camino a la libertad, y nos encontraremos con el Bien en otro mundo donde no exista el sacrifico impuesto por los hombres por que este sacrificio tiene sabor a sangre, solo es sangre que alimenta el poder de la oscuridad o es energía que alimenta la sed de odio y venganza del mal y sus huestes". Los ejércitos del mal comenzaron a movilizarse, mientras Ágape gritaba bien fuerte a sus aliados. _ ¡aguanten!... ¡aguanten! Esperaba el momento oportuno para dar la señal, de avanzar al encuentro final, la batalla de las batallas. Fileo, el amor de la Amistad, gritó: "Levantad la espada y no desmayar hasta el último aliento de vida. Luchemos juntos hasta el final, unámonos una vez más en este mundo, en un solo grito; en un solo corazón. Porque sin libertad, no es posible amar y el sacrificio es un ciclo interminable sin sentido ni razón, para degollar y atormentar a los mansos de corazón". Finalmente Ágape, exclamo: ¡Este será nuestro último sacrificio.... seguidme! Un grito de guerra salió del corazón de Ágape y fue secundado por sus aliados que corrieron tras él para enfrentar al Mal en el valle de la muerte. Las sombras de la noche ocultaron los hilos de luz que se filtraban por las nubes tenebrosas, y los primeros gritos de los caidos, aparecieron silenciando el choque de las espadas. Cada alma del amor, tuvo que enfrentar a un millón de almas del mal, el cansancio y la fatiga terminaron por doblegar sus fuerzas. Al amanecer solo Ágape, el amor supremo, continuaba luchando, con el último hálito de vida que le quedaba. Decenas de espadas le atravesaban su cuerpo, debilitándolo a cada segundo. Pero a pesar de ser el último guerrero en batalla, contra los ciento de millones de almas oscuras que lo enfrentaban, con su fuerza que nacía de la voluntad de luchar hasta la muerte, logro diezmar aquel ejército a solo miles. Al filo del mediodía cayo lentamente sobre el suelo, desapareciendo el amor de la faz de la tierra, por siempre. No hubo coro celestial, ni cantos religiosos, solo el silencio y un torbellino que cruzo la Garganta del Lobo, arrasando todo lo que encontraba, tras su paso. Cuando el Mal contó su ejército, solo seiscientos sesenta y seis mil lémures gritaban la victoria y festejaban. Ahora estaban sellados para siempre con el número del mal y todo aquello que fuese engendrado por ellos vendrían sellados con el código del mal. Y ese número ya lo saben es el seiscientos sesenta y seis. El tiempo continúo su camino, y los años fueron pasando. Pero también ocurrió aquello que el amor muy bien sabía y que el Mal ignoraba, porque su lugar teniente, el odio, se lo impedía ver. Ahora solo estaban ellos y en la soledad de sus almas oscuras, solo vagaban por la tierra en un deambular sin sentido ni razón. Sin el amor, el mal solo desequilibraba las energías del planeta, y ahora era una lucha entre el odio y sus aliados por destronarlo. El año mil de su reinado, los sorprendió en sus interminables batallas, ese día también se cumplieron las profecías. Solo basto esa mañana radiante de luz para que el Mal sucumbiera a las nuevas energías que entraban al astro, mientras el odio se consumía en sus propias, malas, vibraciones. Había dejado de existir el mal, y con el desaparecieron también el odio, la rabia y la venganza. Ahora todo era silencio. La ciencia había desaparecido; también se extinguieron las lenguas; no existían fronteras y tampoco profecías. Era el comienzo y pasaban los días y la tierra solo era plantas y animales. Para aquellos que les gustaba experimentar con los humanos, se les olvido que el mal en la soledad, no es nada porque se autodestruye, no puede crecer ni evolucionar, porque su naturaleza es matar esclavizar, destruir. Si dejamos el bien en la soledad, este correrá tras las energías del universo y creara y sellara con libertad cada enlace que se forme en su mundo. Correrá tras los cantos de sus hijos que emergerán de las sales que cimientan la vida. Porque correr tras su esencia, no es más que crear y dar. Ahora se podía entender el último sacrificio del amor, limpiar la tierra del mal para siempre, y tener la esperanza del comienzo de un nuevo día. Ese nuevo día existe, y hoy tus ojos brillan. Y yo soy la aurora de las mañana y tú eres el crepúsculo de un nuevo atardecer. Somos el alfa y el omega de los días venideros, donde un nuevo ciclo comienza con la esperanza de baladas de alegría y la oportunidad de crear un mundo donde solo reine el bien de la mano del amor y la felicidad. Esta es la tierra que todos queremos, allí están esperándonos; Ágape, eros, stergo y fileo.
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Daniel Florentino Lpez
Una gran metàfora
El bien triunfarà
Felicitaciones
Daniel