EL LAMENTO DE UNKUL
Publicado en Nov 09, 2010
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No pudo soportar la curiosidad por saber que había escrito Klara en aquella carta. Entonces la abrió, la leyó y la guardó en su mesita de luz, con la sonrisa que un adulto suele dejar escapar ante la travesura de un adolescente.
En el preciso instante en que cerró el cajón de su mesita de luz, se acercó un automóvil deteniéndose en la puerta de su casa.
- ¿Realmente vive usted aquí? -le pareció escuchar gritar a un señor que estaba asomando dentro del automóvil, parado en la puerta.
- Me ha enviado a buscarle su padre para llevarlo hasta el hospital donde se encuentra su madre. -continuó explicándole el hombre.
- ¿Quién es usted? -preguntó José asomándose desde su ventana.
- ¿No me he presentado? -dijo el señor del automóvil
- ¡Pues no!
- Disculpe, me llamo Eliot. Eliot Talbess. Soy amigo de don Pepe, su padre.
- ¡Si eso ya lo se! -exclamó José
- Como ¿lo sabía? ¿Y entonces por qué me lo ha preguntado?
- No, me refería a lo de mi padre señor -perpetuó elevando la voz José.
- ¡No me diga que su padre también quedó internado!...
- ¡Olvídelo! Ahora mismo bajo. Aguarde unos minutos por favor.
En la puerta de enfrente de la casa había una mujer mayor que no se perdía un detalle de esa conversación.
Sin embargo, algo extraño debía ocurrir en el hospital, porque incluso esa mujer pidió con gestos silenciosos pero demasiado evidentes a Eliot que ayudara a José.
Había descendido las escaleras, lentamente y pensativo, mientras que en un rápido movimiento de mano abrió la puerta de calle, para luego cerrarla de un golpe, fuertemente, con el seño fruncido y la mirada fija sobre la puerta.
Antes de que Eliot Talbess pudiese advertirlo, José ya estaba dentro del automóvil acomodando un pequeño bolso sobre su regazo.
- ¿Qué lleva en el bolso? -preguntó Eliot con curiosidad
- Algo de comer para mi padre, que seguramente debe estar hambriento a estas horas
- ¡Que bien! ¿Y qué lleva?
- Algunas presas de pollo cocinado al horno, dos tomates, pan y una manzana.
- ¡Eso es mucho! -exclamó el señor Talbess.
- Usted no se preocupe, conozco perfectamente el apetito y el gusto de mi padre. Ahora ¿podría poner en marcha el automóvil?
- Si naturalmente. De todas formas permítame tomarme el atrevimiento de decirle que con la manzana hubiese sido suficiente, creo, porque...
- ¡Silencio! Póngase en marcha de una vez, ya hemos conversado lo suficiente y aun estamos parados en la puerta de mi casa. No haga esperar más a mi padre, por favor -replicó José.
Unos metros antes, en la esquina de la calle próxima al hospital, se encontraba el médico de guardia que estaba subido a una tarima y llevaba consigo un ramo de rosas rojas, porque había mucha gente y el parlante del hospital no funcionaba, para pedir un cirujano con urgencia a apersonarse en el quirófano. Al bajarse de la tarima identificó a José quien, como si lo conociese, fue directo a su encuentro.
Todos se movían con movimientos lentos y fastidiosos. Algunos pacientes internados sacaban la cabeza de las habitaciones tratando de ver que estaba ocurriendo.
El médico de guardia lo tomó a José de un brazo y le dijo:
- Señor Unkul, debe usted acompañarme de inmediato a la oficina de informes.
- ¿Ocurre algo grave? -preguntó José con cara de piedra
- Me temo que sí, señor -dijo el médico de guardia.
- ¿Le ha ocurrido algo a mi madre? -preguntó con temor
- A su madre no
- ¿Entonces?
- Mire Unkul, en determinado momento, hubo un inconveniente, pues su madre sufrió una pequeña descompensación respiratoria; tuvimos que acudir casi todos los médicos y enfermeras del hospital para poder atenderle y reanimarla, quedando el establecimiento prácticamente desprotegido de profesionales en caso de ocurrir algún suceso de emergencia ¿comprende?
- No del todo. Repito mi pregunta, señor médico de guardia: ¿Entonces? -preguntó como no queriendo escuchar la respuesta.
- Pues entonces, al quedar el hospital en esa situación, y habiéndose enterado su padre respecto de lo que estaba ocurriéndole a su madre, aparentemente, sufrió un paro cardíaco, que pareció ser suficiente. Lo que quiero decir, señor Unkul, es que... su padre falleció hace dos horas, aproximadamente. Lo siento mucho. ¡Ah!, casi lo olvido -dándose vuelta en un giro veloz - Cuando lo encontramos sobre el piso del pasillo, cercano a la sala de terapia donde aun está su madre, tenía en su mano izquierda este ramo de rosas rojas. Tal vez usted quiera...
- Hágame un favor señor médico de guardia -dijo José con la voz entrecortada y los ojos inundados en lágrimas- tire esas malditas rosas rojas, pues ya han cumplido con su deber. Y no se le ocurra regalárselas a alguien, simplemente ¡tírelas! -después de decir esto José salió a la puerta del hospital, porque necesitaba tomar algo de aire fresco.
Comenzaba a oscurecer, por lo que cada vez se hacía más intenso el reflejo de la luna y el brillar de las estrellas, cuando se acercó Eliot Talbess a José, que habiéndose enterado de lo ocurrido a Pepe le dijo:
- ¿Se da cuenta? Si no hubiese estado perdiendo el tiempo discutiendo conmigo en la puerta de su casa, podría haber llegado para, al menos, despedirse de su padre. Ahora es inútil -le dijo.
José lo miró y simplemente calló; hizo una seña a un taxi que pasó por ahí, se subió y se marchó.
Con gran esfuerzo abrió la puerta de su casa, pues sería la primera vez que pondría un pie en ella, sabiendo que su padre jamás volvería.
Subió a su habitación, donde se había envuelto, junto a la manta de la cama que había dejado quizás intencionalmente Klara, y allí estuvo alrededor de tres días seguidos. No atendió llamados de ningún tipo; no comió; ni siquiera se bañó. La imagen de su padre empapelaba toda la habitación, el piso, la alfombra, la mesita de luz... todo...
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Foto del autor Gustavo Milione
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Miembro desde: Apr 02, 2010
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Descripción

Segunda parte de "Rosas rojas".

Palabras Clave: Rosas rojas desconzuelo

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Creditos: Gustavo Gabriel Milione

Derechos de Autor: Reservados


Comentarios (2)add comment
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Gustavo Gabriel Milione

Muchas gracias Florencio! has hecho un hermoso resumen del cuento. ¡Un abrazo!
Responder
November 14, 2010
 

florencio

no sabemos como reaccionamos ante la adversidad, y alli realmente es donde conocemos nuestra naturaleza humana. Los sentimientos y emociones que atesoramos por nuestros padres, nos llevan a estados febriles y desconocidos, como muy bien los planteas en tu cuento.......muy bueno amigo
Responder
November 14, 2010
 

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