El beso de una primera tarde (Relato)
Publicado en Nov 26, 2010
Aquella noche José Luis, Ángela y José no habían podido presenciar la obra de teatro. En el café se miraban los unos a los otros. José Luis hablaba, Ángela asintía de vez en cuando y José... callaba.
- ¿Qué te pasa hoy, José?. - Sí, ¿qué te pasa?. - Que estoy dando vueltas a un círculo... Pero José Luis era tremendamente observador. Por eso José le interpretó su círculo. - Pienso. Y sé que mientras pienso estoy cayendo en el precipicio. Pienso y mientras pienso sueño. Sueño y mientras sueño amo. Amo y mientras amo sólo pienso. Ángela le miró entre sorprendida y amigable. - De tanto pensar he llegado a amar infinitamente a la Luna y no puedo más que soñar... José Luis era la única persona que sabía descifrar los sueños de José. Y eso porque ambos tenían filosofías comunes. - Si os dijera que sólo he podido estar una tarde junto a ella quizá no os extrañaría, pero dudaríais, por un momento, de mi sueño. Ángela puso mayor interés. José Luis descubrió la verdad de José. Fue por eso por lo que intentó dudar. - Estuve una sola tarde con ella y descubrí que pertenecía a otro lugar... José Luis quiso seguir dudando. - Con sus pupilas llenas de cisnes rozó mis ojos, dejó que la besase en sus mejillas y se perdió dentro de un portal. Para Ángela aquellos momentos en los que José narraba sus realidades eran minutos de felicidad. Para José Luis eran siglos de interpretación. - Aquella tarde la conocí, paseé con ella, me senté junto a su lado, me hundí en su ojos, la besé en las mejillas, la perdí en un portal y... me marché rodeando las estatuas del jardín... Ángela soñaba con el jardín. José Luis soñaba con las estatuas. - Entre Sancho Panza y Don Quijote bebí polvo de estrellas. José Luis sabía que José había emprendido un largo viaje entre las galaxias. Que había paseado con ella y que pensaba y soñaba porque la estaba amando... - Dejé mi cuerpo caer en la noche de la hierba. Sancho Panza miraba mis zapatos. Don Quijote miraba al horizonte por encima de mi cuerpo. Sancho Panza preguntaba quién era yo y cual era mi realidad. Don Quijote me indicaba el camino y animaba mi fantasía. Quise volver a llamarla. Llamarla antes de que, al día siguiente, tomase el tren. Pero me quedé inmóvil sobre la hierba porque mis zapatos estaban repletos de ansiedades pero a mi cuerpo la faltaba alcanzar el horizonte. Ángela sorprendió la luz en los ojos de José. Ángela esperó el poema. - Es morena. Tiene infinitas partes de su cuerpo llenas de reflejos del atardecer, quizá porque las brisas rozan sus átomos. Y las estrellas le adornan su sonrisa. Por eso sólo bebo polvo de estrellas; pero cuando intento besar sus labios se niegan los cometas siderales de mi sueño a transportarme hasta su boca. Pero Ángela seguía esperando más poema y José Luis más canción. - Poesía de silencios. Únicamente poesía de silencios me ha quedado en el alma desde aquella tarde. Un gran beso entre las líneas de una carta; pero sólo un beso lleno de silenciosas sensaciones. Me gustaría rellenar la guitarra con canciones de nostalgia porque deseo hacer del espacio un pañuelo y de la distancia una amiga. José Luis y Ángela vinieron en su auxilio. Le colocaron el blando almohadón de la amistad. José viajó más descansado. - No lloraba de tristeza sino de expresiones; aunque la gente no lo entienda. Por eso es necesario aprender la cantidad de idioma suficiente como para entender lo que alcanza lo imaginario; sobre todo si puede convertirse en algo tan real como la mujer que tuve apresada la otra tarde junto a mí. Sin embargo, porque no pude ponerla cadenas, voló más allá de los montes y más allá de las cordilleras. Ángela le llevó hasta la fuente de lo concreto. - Su nombre le queda a la perfección. José Luis le llevó más allá de lo abstracto. - Es el poema impreso en un libro que nunca se editó. José Luis y Ángela dejaban deslizar todos los relojes. - Gracias le digo a ella por haberla conocido. Aunque ahora sólo sepa pensar en su existencia, soñar en su distancia y amar en su portal... Pero José Luis le preguntaba en el silencio. - Me gustaría saber que sus labios son tan ansiosamente pacíficos como parecen serlo. Y también me gustaría descubrir qué hay más allá de sus "cus" encomilladas. Quizás una queja, Quizás un querer. O solamente quillas de barcos para seguir navegando. Para Ángela eran quillas de veleros. Para José Luis eran quejas de fuga. Para ambos era un querer. Sin embargo, José buscaba mucho más allá, porque descubrió, en aquel beso de la tarde, que la amaba y que todo era una enorme interrogación. - Lo más propbable es que, simplemente, sea un quizás... paro ahora sé que es real y que la tendré muy pronto entre mis brazos.
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