En un lugar de La Mancha (Cuento)
Publicado en Nov 28, 2010
Pocicuelos de Arriba o Pocicuelos de Abajo (que los historiadores y geógrafos todavía no se han puesto de acuerdo sobre cuál es la verdadera ubicación en que se haya con respecto al rïo Lezuza) es un pueblo situado en la Memoria del Tiempo; allí donde el molino blanco mueve las aspas en que se ha quedado enredado el cuerpo fantasmal de Don Quijote. Todos los atardeceres son somnolientos en Pocicuelos y flota siempre, en el ambiente, a estas horas del adormecer de las gallinas, las letanías que surgen del interior del convento de los carmelitas descalzos de la reforma teresiana de quienes rezan en sus aposentos mientras el borriquillo del Evaristo mueve sus orejas, juntos a los álamos del río, para combatir el frío del relente.
Un escritor cervantino, soñador de Persiles y Galateas (perniles y melopeas soñaría en su lugar Sancho Panza), hilvana estrofas asonantadas en la vieja taberna donde beben vino albaceteño los parroquianos. Cerca de allí, en el Casino Ibáñez, Don Marcelino inicia el julepe con Don Florencio, Ambrosio y el boticario Don Conrado. - ¡Vamos a ver, Tomasa, sírvenos unas copas de ese coñac que dices que es mucho mejor que el mejor coñac de las Francias!. - Y es verdad, Don Marcelino, el mejor coñac del mundo lo tengo yo aquí. Es manchego de pura cepa.- El cielo está ceniciento. En la Casa Parroquial, el cura reza para que Dios le haga entrar en razones al libertino Don Marcelino, tan enemigo de sotanas y casullas, como amigo del licor y de los naipes. - ¡Que no, ostras, que no!. ¡Que no existe ningún Destino rigiendo nuestras vidas!. ¡A mí nadie me hace comulgar con ruedas de molino!. ¡No voy a misa porque no me sale de las narices!. ¡Y mañana, por las calzas de San Agapito, le digo cuatro cosas en su cara al dichoso curita!. - No se pase, Don Marcelino, no se pase! -le recrimina el alcalde Ambrosio. -¡Ambrosio, tu carabina ya está demasiado oxidada!. Ríe brutalmente, con su dentadura amarilla a plena luz, la vieja Tomasa que sirve coñac y café a los incrédulos. - ¡¡Marcelino pan y vino!!. Pero no es el mismo. No es Don Marcelino. Éste es El marcelino. Así. Sin el Don delante. Este Marcelino al que bromean y llenan de chanzas los parroquianos, es el propietario de la bodega y no sabe nada de ideologías ni creencias; él no es ni progresista ni reaccionario; él no es ni creyente ni ateo; él no es ni antiguo ni moderno... porque él sólo sabe de chorizos, de quesos, de tocino y jamón, y de ese pan y vino con que le chancean todos los parroquianos entre los que destaca el de la nariz roja y grande que aconseja a todos tomar unos buenos pedazos de migas de pan antes de vaciar el vaso de vino en las barrigas. Es Macario. - ¡El pan hace que el vino se esponje en el estómago y por eso no hace daño!. El poeta levanta, momentáneamente, la cabeza y observa. Después sigue hilvanando estrofas asonantadas mientras tiemblan las luces de los cirios en los aposentos del convento donde los monjes carmelitas meditan sobre la metafísica de la existencia de Dios. - ¿Venga, tonto, bésame!. - Es que te quiero de verdad, Juanita, te quiero de verdad. - ¿Si me quieres tanto por qué no me besas ya?. Juanita está con Matías en el corral y con la blusa desabotonada para lucir el principio de sus pechos. - Juanita... ¡que te quiero mucho, de verdad te lo digo!. - ¡No seas tonto y date prisa en besarme que está a punto de llegar mi padre!. Es cierto. Ruperto ya se dirige hacia el corralejo porque tiene ganas de hacer pis. - Luego no digas que no te he avisado... - No seas lelo y bésame de una vez. Matias no sabe como besarla. No sabe si hacerlo muy leve o apretándola fuertemente lo labios. Y se queda en medio. En la nada. Y es entonces la Juanita la que toma la iniciativa y le enseña a besar. - ¡Corre, Matías, escóndete tras el borrico!. ¡Mi padre ya está en la puerta!. - ¡No, Juaita!. ¡Quiero morir como el Romeo de la Julieta, como el Amadís de Gaula, como el amante de Teruel!. Y es que Matías es el único alumno aventajado de Don Florencio. El único que ha tenido interés por leer literatura romántica y caballeresca. - ¡No me seas tonto, Matias!. ¡Si nos pilla mi padre nos degüella aquí mismo!. Matías corre a esconderse tras el borrico, tapándose con un montón de paja mientras la Juanita se abotona apresuradametne la blusa. - ¿Qué haces aquí a estas horas?. ¿Qué ruidos son esos?. - Estoy viendo si recojo huevos frescos, padre. - A estas horas las gallinas están más dormidas que tu madre. ¡Anda!. ¡Tira para adelante y ve a la cocina a ayudarla a hacer el puchero!. Ruperto orina muy cerca de donde está escondido Matías que reza a todos los santos para no ser descubierto... - Y usted, Don Florencio, que es maestro y sabe tantas cosas... ¿Qué opina del Destino?. ¿Existe o no existe?. - Mire, Don Marcelino... puedo ser tan ateo como lo puede ser usted, pero tengo mucho respeto a la voluntad divina. - ¡Ni chicha ni limoná, Don Florencio!. ¡Usted siempre está dando una de cal y otra de arena!. ¡Cómo se nota que es usted gallego!. Nunca se sabe si está subiendo o está bajando una escalera. - ¡Pues siga usted viviendo en su estúpida ignorancia!. Don Conrado, el boticario, está aprovechando la ocasión para intentar hacer trampas con los naipes. - ¡Hombre, Don Conrado!. ¡Yo creía que ested era mucho má honesto!. - No... Ambrosio... yo estaba... - ¡¡Marcelino pan y vino!!. Y El Marcelino de la bodega, no el tal Don Marcelino del Casino Ibáñez, vuelve a trajinar de un lado para otro sirviendo vino albaceteño a sus parroquianos, junto con unas buenas rodajas de pan de Valladolid. Regresa, mientras tanto, el leñador con su jumento cargado de pequeños troncos húmedos por el relente. Ha tenido el detalle de armar un pequeño ramillete de tiernos lirios que ha encontrado junto a las tapias del convento, para regalárselo a su Simona, que está otra vez en cinta y a punto de traer a este mundo su sexto vástago.
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