Momentos de gloria-4 (Sólo para futboleros y futboleras) Diario
Publicado en Nov 29, 2010
En mis patidos celebrados en el campo de fútbol once situado junto al Banco Central de Quito, con piso de césped en bastante buen estado fueron más bien intermitentes debido a la ansiedad de muchos por querer ser ellos los héroes, los sobresalientes, los divos. De esta manera a mí me era muy difícil entrar en juego pues yo soltaba, como siempre hice en España, el balón rápidamente a mis compañeros con jugadas que ya tenía prmeditadas pero todo eso era baldío ante el individualismo de algunos, el quemeimportismo de otros y la falta de compañerismo de los más. De nada valía ser humilde y aceptar que me colocasen en puestos de la defensa lateral, que yo aceptaba por no discutir, sobre todo con dos soberbios como el pastor Pástor que no sólo imponía su voluntad y se mostraba orgulloso de ello sino que decía cosas tales como "el que pierda es el más indio" cosa que me rebelaba por dentro ya que era una frase racista e insultante para jugadores de etnia indígena y, sobre todo, sabiendo que había un indígena en el campo de juego al cual también lo habían relegado al ostracismo sin querer enlazar jugadas con él. El otro era un tal Pavel que corría como una cabra con el balñon desde su defensa intentado regatear a todos los que se encontraba a su paso pero perdiendo siempre el balón y teniendo la desfachatez de no preocuparse por intentar él mismo recuperarla echando esta carga a alguno de nosotros mientras que lo único que había hecho era destrozar el orden de las líneas que, tácticamente hablando, son necesarias para formar un equipo como Dios manda. La soberbia de Pástor me molestaba tanto que en uno de aquellos partidos ya no le hice ni caso pues él ni era mi líder ni yo tenía ninguna obligación de cumplir con sus mandatos prepotentes que llegaban hasta el extremo de burlarse de los rivales cuando tenía la ocasión de marcar un gol. Aquel día no le hice ni caso y jugué uno de mis mejores partidos en aquella cancha. Yo era un 8 que necesitaba todo el espacio disponible para ejercitar mis estrategias... pero Pástor era el "mandamás que nunca escucha". Se atrevió a llamarme rebelde porque creía que tenía algún poder sobre mí cuando el único que tenía poder sobre mí era el mismo Jersucristo. De aquellas maniobras que, muy de tarde en tarde me dejaban llevar a cabo los insufribles individualistas de la Iglesia El Verbo, aún recuerdo algunos pases medidos que realicé al estilo Michel, el profesional del Real Mnadrid, y dos goles que aún permanecen en mi memoria: uno para corregir un fallo anterior y que sonsistió en rematar con la zurda un saque de falta que botó un compñero dentro del área rival. Me llegó el balón en óptimas condiciones y lo estampé en la red con un zurdazo perfecto. El otro fue todavía más sensacional. Estaba yo en ataque muy cerca del portero rival cuando Diego... ¡por fin!... me dio un pase medido hacia mi cabeza. El portero estaba atento a parar mi cabezazo pero en décimas de segundo cambié de opinión, dejé que el balón bajase y lo empalmé con mi rodilla derecha. El balón cambió tanto su trayectoria que,haciendo una parábola ascendente, batió por completo al portero rival el cual no se esperaba aquella variante que utilizé en tan breves décimas de segundo. Fue un golazo y así lo proclamó un compañero de equipo. De todas formas, tanto cuando ganábamos o cuando perdíamos en aquellos aburridos partidos de "el que llegue el primero a los tres goles gana" que me parecía una verdadera ridiculez cursiulona e impropia de verdderos futbolitas, siempre respeté a los rivales y nunca celebré mis goles para no molestsrles y aunque ni mis compañeros venían a darme la mano por ellos... cosa que yo siemrpe hacìa con ellos de manera elegante y natural jamás les hice caso. Estaba visto que con aqellos jugadores egoistas y soberbios que sólo ansiaban jugar siempre dejando a los humildes sin poder hacerlo era imposible demostrar mis cualidades de jugador forjado en mil batallas salvo en esporádicas acciones. "Que con vuestro pan os lo comáis" pensaba yo para mis adentros pero jamás tuve ambición alguna de ser el que más partidos jugara y muchas veces me sentaba al borde de la cancha cn los humildes a los que no les dejaban jugar, encendían un cigarrillo y era feliz al noi compartir fútbol con aquellos avarrientos del balón. Para mí era mejor porque así no me molestaba en correr tan inútilmente ya que ninguno de ellos quería enlazar conmigo a pesar de que yo acompañaba todas las jugadas. No me preocupó en absoluto porque cuando intervenía se notaba mi clase y mi estilo de jugador pero Pástor era el que mandaba de forma despótica y sólo jugaban los egoístas. Aquellos dos golazos (no sé si marqué alguno más en aquel campo) y mis pases siempre o casi siempre correctos eran más que suficientes para demostrarme a mí mismo que seguía siendo el gran atleta de siempre. Y, sobre todo, jamás se me ocurrìría insultar a un indígena diciendo con mofa "el que pierda es el más indio" (frase que me repugnaba escuchar y más viniendo de un pastor evangélico). Pero yo no era evangélico sino cristiano y por eso no le hice nunca caso al tal Pástor y su soberbia. Ya vendrían más tardes y oportunidades de demostrarle cómo se debía jugar al fútbol con cabeza, con inteligencia, apoyando a los compañeros y no siendo tan ególatra. El tiempo lo demostraía .Sólo era cuestión de dejar que llegara el tiempo adecuado. Que conste que aquellos jugadores egoístas del Verbo siguen siendo unos totales desconocidos para mí. Como dicen en España: "demasiados gallitos en un sólo corral no pueden convivir pacíficamente". Y es que las tanganas, las malas palabras y las patadas violentas entre ellos mismos eran monedas corriente en aquellos partiduchos sin calidad alguna, donde constantemente se "dividía" la pelota (mal que aquejaba en aquel entonces al f´ñuybol ecustorisano) y se jugaba con muy poca inteligencia y muchísimos fueras de juego que era tan de pésimo gusto como sacar del centro del campo después de que todos los jugadores estuviesen en sus sitios correspondientes o aprovecharse de que yo deportivamente iba abuscar balones que habían salido fuera y los rivales no esperaban a que estuviese dentro del terreno de juego. Por todo eso aquellos partidos eran una birria infantiloide impropia de jóvenes cercanos ya a los 20 años de edad. Me duele decir esto pero es verdad.
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